DE NUESTRO PUEBLO
VILLARGORDO
de JAÉN
Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Con el paso de los años se pierden las costumbres en la celebración de las
fiestas y en la de Navidad no iba a
ser una excepción.
Para lo que les mostraré en estos días he recurrido
a lo publicado por Tomás Lendínez García
en “Villargordo, mi pueblo”; a la experiencia de las ochenta y ocho
navidades que ha vivido mi suegra y a los sesenta y cuatro años que llevo dando vueltas por mi pueblo,
el vuestro.
Hace bastantes años que, para mí, la Navidad
dejó de tener el sabor de mis años nenes porque lo de ahora es un sucedáneo.
Entonces teníamos la ilusión de que llegara por todo lo que le acompañaba y
anoche, mientras conciliaba el sueño, estuve viajando con el recuerdo por las
cosas que se hacían en estas entrañables fiestas. Voy a intentar hacer una
aproximación histórica lo más exacta posible.
Comenzaré recordando el ritual popular de las
matanzas, éstas se hacían en
casi todas las casas a finales del otoño
y antes de dar comienzo a la recolección de la aceituna, la que se solía
iniciar después de la fiesta de la Inmaculada. Lo hacían
así porque eran muy supersticiosos y respetaban al máximo las costumbres
y los refranes. La matanza del cerdo
se regía por este viejo refrán:
“Por
San Andrés,
mata
la res;
chica,
grande o como estés.”
Las matanzas incidían
en la Navidad por dos
elementos del cerdo: la manteca y la vejiga de la orina. Con ellos, una vez
obtenidos, se comenzaban los preparativos primeros de la fiesta.
Lo primero de todo era la preparación de la vejiga para la fabricación casera de la
“Zambomba”.
Ésta consistía en las labores del lavado, el
corte y el secado, éste se hacía pegándola sobre una pared
para que le diera el sol. Previamente
ya se habían cortado los “carrizos”
en la ribera del Guadalquivir y,
como tenían un abultamiento en uno de sus extremos, se los ataba a la piel
fuertemente. Esto se hacía antes de colocarla sobre latas, tiestos de macetas
u otros objetos de barro. Estirada muy
bien por una persona, una segunda la ataba fuertemente con una cuerda a la boca
del objeto. Finalmente venía el proceso del adorno. Para dejarla bonita se compraban pliegos de papel de seda
de diversos colores y con ellos se hacían unas moñas y tiras estrechas de papel,
ese conjunto se pinchaba con un alfiler largo en el extremo del carrizo.
Alrededor de la zona en que estaba la atadura de la
piel se le pegaba, con engrudo, una especie de faldita de papel que estaba trabajada
artísticamente. Acabado el instrumento se ponía en las repisas de las chimeneas
para que se secara.
La manteca se recogía, se derretía, se pasaba por un
trapo que hacía las funciones de colador y se guardaba en recipientes para
elaborar los mantecados, éstos eran
de varias clases: manchegos, de huevo y del país. También se hacían las tortas de manteca y los borrachuelos
o pestiños, éstos se freían en
las casas con nuestro rico aceite de
oliva.
Los trabajos de repostería se hacían unos días antes
de la fiesta. En cada familia las mujeres tenían sus recetas para hacer los
dulces y con ellas, en lebrillos o tinajones de barro, amasaban en las casas los
ingredientes; después le daban forma a los mantecados con moldes metálicos y,
finalmente, los llevaban al horno de leña para cocerlos. Para esta fase los
metían en latas rectangulares de unos 50x40 centímetros a las que previamente
se les había puesto en la base unos pliegos de papel de estraza para que no se
quemaran y una vez que salían del horno se transporte se endulzaban con azúcar
tamizada y se depositaban en canastas grandes de mimbre recubiertas
interiormente con paños de tela de color blanco. Las canastas hacían la doble
función de almacén en casa y transporte desde el horno.
Recuerdo la impaciencia que me invadía esa noche el
cuerpo por culpa del ritual de ese día pues, como entonces se comían los dulces
de higos a brevas, ese deseo convertía la espera de la llegada a casa de las
canastas en un sufrimiento. Cuando entraban por las puertas y el olor llegaba a
las pituitarias de nuestras narizotas el estómago comenzaba a segregar los
jugos gástricos propios, se despertaba el apetito que estaba adormecido y, como
en aquellos tiempos no se hablaba de colesterol y tampoco de diabetes, pues los
niños procedíamos con una actuación de glotonería y comíamos de las distintas
clases de mantecados hasta que decidíamos parar para evitar que el ombligo
saltara por los aires como los botones de una prenda de vestir estrecha. Unos
días después venían los empachos y las vomiteras, cosa lógica en los peques cuando
se producen repetidas escenas gulescas. Así era como se defendía y defiende el
cuerpo antes los excesos, entonces estas estampas eran consideraasdas como algo
normal y a nadie se le ocurría ir por las “urgencias
hospitalarias”, todo lo contrario de nuestros tiempos.
Otra faceta previa de estas fiestas era la fabricación
artesanal de unos rústicos y económicos instrumentos musicales, las “panderetas”.
Los niños visitábamos los bares para recoger los tapones metálicos de las
cervezas y, como el pavimento de la calles era de piedras colocadas unas junto
a otras, las que estaban sueltas nos
servían de martillos para aplastar las
chapas hasta convertirlas en unas ruedas totalmente aplanadas. También
había que ir a las carpinterías para conseguir dos listones de madera inservibles con unas medidas aproximadas de
40x10x2 centímetros.
Una vez en casa dibujábamos sobre ellos las zonas
dentadas y las empuñaduras. Acabada la fase de diseño buscábamos en el cajón de
la mesa de cocina una navaja y recortábamos la madera hasta dejarlas
convertidas en unos serruchos.
También había que agujerear las chapas, en el centro
del círculo, con una punta y, finalmente, se hacían grupos de dos o tres chapas
y se clavaban sobre los listones de madera por la parte opuesta a la sierra.
El instrumento funcionaba rozando una sierra sobre
la otra por las zonas dentadas.
Otros instrumentos musicales típicos de entonces
eran el almirez y la botella de aguardiente repujada, por
cuya superficie se deslizaba una cuchara o tenedor.
Ahora sólo falta resaltar que ya llegó la ansiada “Noche Buena” y que las personas
siguieron con el costumbrismo de la
celebración en los lugares tradicionales: en las casas, en el templo
parroquial y en las calles.
Esta mañana he visitado la Cafetería-churrería “La Lola ”
y me han comentado que estaban sirviendo desayunos desde la 05:00 horas, es la
constatación de que la costumbre de no dormir esa noche sigue en pie aunque la
forma de celebrarlo no sea igual que antes.
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