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miércoles, 26 de diciembre de 2012


LA TRADICIÓN EN LA NAVIDAD
DE NUESTRO PUEBLO
VILLARGORDO de JAÉN

Colaboración de Paco Pérez

Capítulo II

Husmeando en el libro de Tomás rescato y afloro una celebración muy rancia, hasta el punto de que yo no había recibido noticias de ella por la familia y tampoco por los vecinos y conocidos del pueblo. Hasta que no leí “Villargordo, mi pueblo” no la conocí, me refiero a los “zambombeos”. 
En los primeros días de diciembre, antes de comenzar la recolección de la aceituna, por las cortijadas y el pueblo se celebraban al anochecer unas reuniones en las que participaban vecinos, amigos y parientes. El principal objetivo de ellas era la diversión: se tocaba el zambombo, se cantaban villancicos y también canciones populares; así se comunicaba a los despistados de siempre que las fiestas navideñas estaban próximas. Además de los instrumentos que ya hemos mencionado también se utilizaban colleras de campanillas y cántaros que eran golpeados en sus bocas con una suela vieja de alpargata de goma.


En aquellos actos las letras de las antiguas coplillas, romances y villancicos no mencionaban para nada la festividad de la Navidad, tenían su origen en los cánticos populares que el pueblo llano interpretaba. Por ejemplo:



Señor zapaterito
retírese usted
que soy molinera
y lo enharinaré…
Estos cantes navideños de la tierra jamás fueron escritos en un pentagrama pero, a lo largo de los años, sí han prevalecido entre el pueblo y se han transmitido de unos a otros de viva voz con la práctica.
En estas juntas o reuniones, además de los cantes, también se organizaban los “adagios”, piropos dirigidos a las mozas. Éstos se ponían en marcha cuando los efectos de la comida y de las bebidas habían puesto a los participantes alegres, condición necesaria para que las vergüenzas de los participantes se mitigaran y fueran sustituidas por una dosis elevada de valentía habladora.
De escribirlos se encargaban los más chistosos de la reunión y lo hacían en una dependencia distinta a la de la celebración para que nadie conociera los textos hasta el momento de leerlos. Antes de empezar su escritura se preparaban tres cajas iguales y unos trozos de papel. En la número uno se guardaban los nombres de los mozas, en la número dos los de las mozos y en la número tres los “textos con los piropos”. Hay que aclarar que el número de mozos, mozas y textos era el mismo.
El espectáculo comenzaba cuando estaban las cajas sobre una mesa y junto a ellas las tres manos inocentes que previamente se habían nombrado para dirigir el acto. La primera sacaba el nombre de la moza, lo leía y ésta salía al centro del corro; la segunda proporcionaba la papeleta con el nombre del mozo y éste acudía para posicionarse frente a la moza y, una vez allí, la tercera mano inocente le entregaba el texto del piropo que él tenía que leer dirigiéndose a la dama.
Ejemplo de “adagio” conservado de nuestros antepasados:
Cuélgate el candil en el ombligo
y dinos a dónde te llega el pavilo”.
Este texto escrito con el formato de pareado fue una composición literaria bella que encerraba un mensaje elegante y fino.
Esta costumbre se siguió conservando con el paso de los años entre nuestras gentes pero perdió la línea elegante del ejemplo y el gusto por la belleza de la composición se cambió por el de los textos incultos y groseros.
La última vez que yo participé en una sesión de adagios fue para mí un bochorno porque los redactores de los textos discrepábamos de la línea que había que dar al “adagio”. Un amigo era partidario de los textos guarros, los suyos, y yo de los jocosos.
Fue en una fiesta de “Año Viejo” que se organizó en el restaurante “El Recreo”. En ella también había familias que habían venido desde la capital. Llegado el momento, la casualidad hizo que se emparejaran una madre y su hijo, ya mayores. Le tocó piropearla con un texto grosero y él fue un hábil torero: Se arrodilló ante su madre y le proclamo su amor eterno y el agradecimiento por haberlo traído al mundo.
A mí me tocó otra barbaridad y también me inventé sobre la marcha, simulando que leía en el papelito, otro texto diferente.
Cuando cundió el ejemplo y se repitieron los saltos de texto mi querido amigo apañó un buen cabreo y denunció que así no se procedía en los adagios, hubo algún cruce que otro de palabras.
Creo que esa fue la última fiesta de “Año Viejo” que celebré fuera de casa.

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