DE NUESTRO PUEBLO
VILLARGORDO
de JAÉN
Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
Husmeando en el libro de Tomás
rescato y afloro una celebración muy rancia, hasta el punto de que yo no había
recibido noticias de ella por la familia y tampoco por los vecinos y conocidos
del pueblo. Hasta que no leí “Villargordo,
mi pueblo” no la conocí, me refiero a los “zambombeos”.
En los primeros días de diciembre, antes de comenzar
la recolección de la aceituna, por las cortijadas y el pueblo se celebraban al
anochecer unas reuniones en las que
participaban vecinos,
amigos
y parientes.
El principal objetivo de ellas era la diversión: se tocaba el zambombo, se
cantaban villancicos y también canciones populares; así se comunicaba a los
despistados de siempre que las fiestas navideñas estaban próximas. Además de
los instrumentos que ya hemos mencionado también se utilizaban colleras de campanillas y cántaros que eran golpeados en sus
bocas con una suela vieja de alpargata de goma.
En aquellos actos las letras de las antiguas coplillas,
romances y villancicos no mencionaban para nada la festividad de la Navidad ,
tenían su origen en los cánticos populares que el pueblo llano interpretaba.
Por ejemplo:
“Señor
zapaterito
retírese
usted
que
soy molinera
y
lo enharinaré…”
Estos cantes navideños de la tierra jamás fueron
escritos en un pentagrama pero, a lo largo de los años, sí han prevalecido
entre el pueblo y se han transmitido de unos a otros de viva voz con la
práctica.
En estas juntas o reuniones, además de los cantes,
también se organizaban los “adagios”,
piropos
dirigidos a las mozas. Éstos se
ponían en marcha cuando los efectos de la comida y de las bebidas habían puesto
a los participantes alegres, condición necesaria para que las vergüenzas de los
participantes se mitigaran y fueran sustituidas por una dosis elevada de
valentía habladora.
De escribirlos se encargaban los más chistosos de la
reunión y lo hacían en una dependencia distinta a la de la celebración para que
nadie conociera los textos hasta el momento de leerlos. Antes de empezar su
escritura se preparaban tres cajas iguales y unos trozos de papel. En la número
uno se guardaban los nombres de los mozas,
en la número dos los de las mozos y
en la número tres los “textos con los
piropos”. Hay que aclarar que el número de mozos, mozas y textos era el
mismo.
El espectáculo comenzaba cuando estaban las cajas
sobre una mesa y junto a ellas las tres manos inocentes que previamente se
habían nombrado para dirigir el acto. La primera sacaba el nombre de la moza,
lo leía y ésta salía al centro del corro; la segunda proporcionaba la papeleta
con el nombre del mozo y éste acudía para posicionarse frente a la moza y, una
vez allí, la tercera mano inocente le entregaba el texto del piropo que él
tenía que leer dirigiéndose a la dama.
Ejemplo de “adagio”
conservado de nuestros antepasados:
“Cuélgate el
candil en el ombligo
y
dinos a dónde te llega el pavilo”.
Este texto escrito con el formato de pareado fue una composición literaria
bella que encerraba un mensaje elegante y fino.
Esta costumbre se siguió conservando con el paso de
los años entre nuestras gentes pero perdió la línea elegante del ejemplo y el gusto por la belleza de la composición
se cambió
por el de los textos incultos y groseros.
La última vez que yo participé en una sesión de adagios fue para mí un bochorno
porque los redactores de los textos discrepábamos de la línea que había que dar
al “adagio”. Un amigo era partidario
de los textos guarros, los suyos, y
yo de los jocosos.
Fue en una fiesta de “Año Viejo” que se organizó en el restaurante “El Recreo”. En ella también había familias que habían venido desde
la capital. Llegado el momento, la casualidad hizo que se emparejaran una madre y su hijo, ya mayores. Le tocó piropearla con un texto grosero y él fue
un hábil torero: Se arrodilló ante su
madre y le proclamo su amor eterno y el agradecimiento por haberlo traído al
mundo.
A mí me tocó otra barbaridad y también me inventé
sobre la marcha, simulando que leía en el papelito, otro texto diferente.
Cuando cundió el ejemplo y se repitieron los saltos
de texto mi querido amigo apañó un buen cabreo y denunció que así no se procedía
en los adagios, hubo algún cruce que
otro de palabras.
Creo que esa fue la última fiesta de “Año Viejo” que celebré fuera de casa.
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