Vísperas
de
San Antón
Colaboración de Tomás Lendínez García
Capítulo
III: El
costumbrismo en el pasado
El día 16, el pueblo de Villargordo
tenía la costumbre, desde no se sabe cuándo, de encender las “lumbres” al atardecer.
Al acabarse la jornada de aceituna los vecinos traían
del olivar, en carros y animales, lo que era popularmente
conocido como cargas de leña, es decir, las ramas de olivos que habían
sido cortadas ya en la poda. Estos ramajes eran, y son, conocidos
popularmente como “ramón”. Ya en el pueblo, lo descargaban en el lugar
donde pensaban encender la fogata en las primeras horas de la noche de ese día.
Al llegar la hora habitual se encendían las fogatas,
en cada calle había varias lumbres. Cuando la lumbre bajaba de intensidad se
preparaban algunos alimentos: Se hacían migas, muy populares, y
además cada cual aportaba algo de matanza, melones o dulces
caseros. También se hacían las típicas palomitas de maíz echando los granos
a las ascuas y observando después el espectáculo que ofrecían estás al salir
volando del fuego. Muy típico de esta noche era comer calabaza asada, jugar al “corro” y
bailar la “geringoza” o el tradicional “melenchón”. Este baile se
acompañaba con palmadas y cantos. Ésta es una de las muchas letras que
había entonces y que era cantada:
Parece tu cuerpo un mimbre,
mira como se cimbrea
y tu cara una naranja,
mira cómo se colorea.
Por tus piernas arriba
voy como un topo,
y cuando llego a la pila
mojo el hisopo.
Cuando la lumbre estaba en su apogeo, en sustitución
de los fuegos de artificio, los mozos tomaban sus escopetas y disparaban al
aire. También lo hacían con pistolas y, por esta costumbre, un año ocurrió un
accidente con esta última clase de arma. El 16 de enero de 1947 un joven
se subió en la calle Eras a balcón de una de las casas que había
junto a la lumbre y comenzó a disparar al aire pero, sin saberse la razón, las
balas llegaron hasta los vecinos que estaban en la lumbre y una persona fue
alcanzada por una bala. La suerte que tuvo el artificiero intrépido y la
persona impactada fue tremenda porque no hubo que lamentar su pérdida y todo
quedó en un susto.
Cuando se avanzaba más la noche y ya quedaban los
vecinos más íntimos se sacaba la sartén
y se hacían unas migas con torreznillos y chorizos y se
bebía el vino blanco en las “botas” que iban pasando, sin parar, de mano
en mano. Acabadas las migas se tomaban los dulces y licores
que habían quedado de las fiestas navideñas y mientras los comían y bebían decían:
“Desde Reyes a San Antón, Pascuas son”.
Husmeando en la mitología griega podríamos considerar
que la noche del 16 de enero, vísperas de
San Antón, está más en consonancia con Baco y Vulcano
que con San Antón. Esta es la realidad y también sería el pensamiento de
un señor que nos visitara por primera vez y si éste fuera muy culto. Pero a un
lugareño la mitología se la trae floja, por desconocimiento, ahora y en el
pasado.
Esta noche, desde siempre, a un villargordeño lo único
que le preocupó fue comer, beber y divertirse sin pensar
en dónde está el origen del vino que
lo pone cachondo o del fuego que esa
noche le apacigua los rigores del frío.
Lo único que siempre nos preocupó en esas fechas fue CUMPLIR
con la superstición que acompaña a la fiesta: Echar leña o muebles
viejos a las lumbres; no ir a trabajar
el día 17 para dar tres vueltas
a la ermita, por uno mismo o por cada familiar enfermo o ausente del pueblo y
también llevar a darlas a los animales
y, a los carros.
Con estas costumbres se intentaba
impedir los castigos de San Antón hacía, según la tradición: Encojar
los animales y que volcaran los
carros durante los trabajos. Esta creencia se mantenía porque se comentaba
que San Antón ya había castigado en más de una ocasión a quienes no
dieron las vueltas.
Existe la costumbre, ya muy rancia, de que la primera
lumbre que se enciende la noche del día 16 es la que organiza la Cofradía del “Santísimo
Cristo de la Salud ”
delante de la ermita.
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