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miércoles, 18 de septiembre de 2013

LA SAGA DE LOS “PARATRENES-CHOCOLATES”


Colaboración de Paco Pérez
Capítulo IV
Frasco, siguiendo el camino trazado por su hermano Miguel y animado por sus consejos, también intentó entrar en la Guardia Civil  pero no pudo conseguirlo… ¡¡¡No llegó ni a examinarse!!!
Un día fueron convocados todos los aspirantes y lo primero que les hicieron fue medirlos, tenían que tener una talla concreta. Cuando acabaron fueron llamando a los aspirantes, uno a uno, para explicarles por qué no podían pasar  a la siguiente fase. Un guardia los iba nombrando, pasaban a una sala y un sargento los recibía:
- Pase señor Tirado. Siéntese.
- Gracias, mi sargento.
- Tengo que comunicarle que no ha dado usted la talla reglamentaria, le han faltado unos centímetros. Es una pena pero las normas son las normas.
- Otra vez le digo a mi cuñado Juan Antonio “Bellezas” que se presente, seguro que ese sí dará la talla porque sentado en una silla es más alto que yo cuando estoy de pie a su lado.
Se despidieron con risas por la ocurrencia que tuvo al recibir la noticia.
Frasco era un hombre que daba la impresión de ser muy tímido y que se avergonzaba por cualquier cosa. Por esas circunstancias particulares, cada vez que iba a Linares y visitaba a Miguel en el cuartel, se montaba unos números increíbles. Su problema era el cerro que se formaba para entrar, le costaba una trabajo enorme llegar al guardia que estaba de puertas, presentarse como hermano de Miguel y decirle que iba a visitar a la familia… ¡¡¡Eso era para él un problema!!!
Cuando estaba cerca del cuartel primero pasaba de largo y comprobaba si había o no un guardia en la puerta. Si no había nadie aprovechaba un descuido y entraba. Un día estaba el guardia y él se montó la estrategia de pasar por la acera de enfrente para intentar ver a Miguel o que éste lo viera a él. Como no lo veía pues se daba media vuelta y repetía su exploración visual haciendo el recorrido en dirección contraria. Así estuvo un buen rato y él creía que nadie se percataba de lo que estaba haciendo. El guardia se había percatado de su presencia, estaba mosqueado con lo que hacía Frasco y comenzó a sospechar que aquel señor estaba intentando hacer algo raro. Sin perderlo de vista, tomó sus precauciones y se metió en el interior del cuartel para seguir observándolo por las ventanas.
Como observó que el guardia ya no estaba en la puerta se dirigió hacia ella a toda prisa y penetró en el interior, el guardia que lo estaba vigilando le salió por la espalda y le gritó:
- ¡¡¡Alto. Cuerpo a tierra o le disparo!!!
Una vez que estuvo tumbado en el suelo y encañonado comprendió la gravedad de la situación y entonces pronunció unas palabras tan débiles que apenas eran entendibles:
- Señor guardia, soy hermano de Miguel Tirado.
El guardia llamó al superior que le acompañaba en el servicio, le comentó lo ocurrido, llamaron a Miguel, se aclaró el entuerto y Frasco tuvo que hacer una visita urgente a la familia “Roca”.
Que el relató siguiente no se haya perdido tenemos que agradecérselo a “El Melguizo”, él me lo contó con aquella gracia especial que tenía para los chistes y anécdotas… ¡¡¡Amigo Paco, va por ti. Gracias por los momentos tan inolvidables que pasamos juntos mientras tomábamos unos vinos!!!
En otra ocasión viajó en el taxis de “El Melguizo”, acompañado de otros paisanos, hasta Linares por razones comerciales y, como la experiencia vivida en aquel día de marras fue para no olvidarla pues les propuso, cuando acabaron las gestiones, ir al cuartel para visitar a Miguel.
Entraron al cuartel todos los viajeros, supongo que los llevaría para que si había tiros no fueran esta vez sólo para él. Como era la hora de tomar unas cañas pues Miguel les propuso entrar en la cantina.
Después de las presentaciones y saludos el guardia cantinero les puso unos botellines. Charlaban animadamente con Miguel y Frasco observaba los carteles que había colgados para anunciar a los visitantes las especialidades de la casa. Mientras estaban en animada charla entró el capitán, saludó a Miguel y éste le presentó al grupo viajero. Cuando le tocó saludar a Frasco lo reconoció:
- ¡¡¡Hombre, pero si es el señor que intentó pasar sin identificarse!!!
– El mismo, mi capitán.
- ¿Por qué hizo usted eso?
– Porque soy más raro que unas medias azules.
La forma que tuvo de darle esa respuesta tan villargordeña los puso a todos de buen humor y el capitán pidió al cantinero que les sirviera otra ronda.
Una vez servidos de nuevo Frasco se dirigió al cantinero y le preguntó:
- En el cartel dice que hay pajarillos… ¿le quedan?
– Si señor, los que usted quiera.
- Pues nos pone una banda.
Se apretaron la banda y todo lo que les ponía de tapa. Como todos eran unas cucharas de primer orden y se sentían felices, Frasco  tomó de nuevo la iniciativa:
- Señor guardia, ponga otra banda.
Cuando dieron por finalizada la liguera pidieron la cuenta, el capitán quiso pagar, Frasco no se lo consintió y, como recordó que aquel día pudo morir pero se salvó gracias a que el capitán actuó con rapidez, sacó la cartera y pagó la totalidad del importe. Se despidieron del capitán, de los guardias, de la familia, se subieron en el coche y emprendieron el viaje de regreso a Villargordo.
Regresaban en silencio pues el fuerte sopor que les originó el tomar unas copas y comido no invitaba a charlar. De pronto se escuchó la voz tímida y susurrante de Frasco:
- Eh, quiero deciros algo… ¿Me ayudaréis un poquito?
Nadie le contestó y el silencio volvió a reinar en el interior del vehículo. Cuando llegaron a Villargordo y se bajaron se produjo una escena memorable protagonizada por el señor Frasco. Éste se arrodilló delante de ellos, puso ambas manos con los dedos encorvados sobre los mofletes de su cara y exclamó:
- ¡¡¡Me ayudáis un poquito o me arruño!!!
Nadie lo escuchó y acabaron dando carcajadas por la gracia que les ocasionó la escena.

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