Colaboración de Paco Pérez
Capítulo VII
Una mañana, tomamos café en “Zona 3” y, como no encontramos contrincantes para la partida de
tute, decidimos dar un paseo tranquilamente
hasta el “Cerro Mengíbar”.
Nos fuimos parando con los conocidos, Fernando “El pavo” o “El número uno”,
el primer apodo es por herencia familiar y el segundo se lo ha puesto él porque
dice ser el mejor jugador de tute que visita la cafetería. Estaba en la puerta
de su casa y cuando pasamos junto a él Avelino
lo saludó así:
- Tomando el sol, hoy no he tenido ganas de bajar a
la partida.
- Lo que te ha pasado es que tienes más miedo que
una zorra.
– El número uno va a tener miedo, lo sé yo.
Se dieron otras cuantas bromas y seguimos caminando
hasta nuestro destino y una vez allí me comentó que aquellas olivas eran de Pedrín “Porroncho” y que él se las cortaba. Las recorrimos detenidamente y
me fue explicando de qué manera había que hacerles la poda, una tarea sencilla
pero no realizada de manera correcta por muchos agricultores.
Cuando llegamos al paseo ya era la hora de tomar
unas cervezas, entramos en “Tropezón”, ya había algunos conocidos y habituales
de la liguera, nos acercamos hasta ellos, se aposentó en un taburete con ellos y
los inmortalicé en esta toma impagable por el valor sentimental que tiene para
mí.
Avelino no
saboreaba la cerveza, le gustaba abrir la boca y depositar en su interior el
contenido de la copa de manera rápida y de golpe, lo hacía así para que le entrara
por el gaznate con los mismos efectos que cuando hay en el pueblo una nube y entonces
baja en riada por la “Cañailla” toda
el agua acumulada de golpe, arrollando a su paso todo lo que encuentra.
A pesar de todo hay que resaltar una realidad, no
era muy cervecero porque solía tomarse una y no más. Le gustaba más tomarse
unas copas de la marca “Mayor de
Castilla”, vino tinto con denominación de origen “Ribera del Duero”, le encantaba ese paladar.
En el plano gastronómico era una de las mejores
cucharas del planeta. Solía comérselo todo pero todos tenemos una debilidad especial
por ciertos alimentos, la suya estaba en el cordero y en el jamón.
La tapa que más le gustaba era el jamón y hubo un tiempo en el que lo pasó mal
porque tuvo que acudir al dentista para ponerse una dentadura postiza. Cuando estaba
en la fase de sacárselos y ya le quedaban muy pocos, tan pocos que le dejaron
uno arriba y otro abajo, pues un día estábamos tomando la liguera y nos
pusieron jamón, como le encantaba le importó un comino que no tuviera nada más
que los dos centinelas, machacó como pudo el trozo con las encías y se lo
tragó. Mientras mascaba, Bartolomé “Zapatero” lo observaba riéndose y le
dijo:
- Mira como
trabaja sin hilo la máquina de coser.
Le dijo esta metáfora porque el diente inferior
subía y bajaba a todo ritmo, igual que las máquinas, mientras intentaba
machacar el jamón.
Él no se molestaba por nada debido a que estaba
acostumbrado a dar y a tomar, tenía buen humor y después siempre respondía con
alguna de sus ocurrencias. Por eso le decíamos estas cosas, para sacarlo de sus
casillas y divertirnos con sus respuestas. Al vernos reír con ganas, no se hizo
esperar mucho rato y, cuando tuvo la boca libre, nos regaló esta amable frase:
- ¡¡¡Qué
malicos sois, a cual peor!!!
Lo único que hice fue reírme con la ocurrencia de Bartolomé con mi habitual explosión,
pues a pesar de ello recibí su disparo de lleno cuando abrió de nuevo su
desdentada boca:
- Éste es el
más malo de todos.
- ¿Qué te he hecho yo? –le pregunté.
- ¡¡¡Que eres más malo que tu abuelo Pérez “El viejo”, que ya es decir!!!
- Deja a mi abuelo tranquilo en su caja, él no tiene
por qué salir aquí –le contesté.
- No te preocupes, si él también tenía también un
abuelo que se las traía en paquete, valía más de dos duros –afirmó Bartolomé.
- ¿Por qué dices eso? –le preguntó Avelino.
- Porque cuando lo sacó el enterrador, después de llevar
muerto un montón de años para juntarlo con otro familiar, estaba más tieso que
un junco, lo puso de pie al lado de la bóveda y parecía que iba a salir
corriendo – le argumentó.
- Entero totalmente, parecía un zagal recién
peinado. Si le hubiera dado una mano de hierro hubiera salido corriendo hasta
la “Cañada Moral” y le hubiera hecho
las cabezas a los melones.
Para qué decir la que se armó con su ocurrencia.
Con Fernando
Bergillos, Antonio “Botana” y Joselillo “El de Concha”
tenía una especial amistad. Ésta les hacía veranear juntos y mendruguear algo
en compañía de las esposas y, alguna vez que otra solos.
Según me contó el señor Joselillo, un domingo se reunieron en “Tropezón” con las señoras, ellas se acoplaron juntas para comentar
sus asuntos femeninos y los hombres, también juntos, en los sitios que les
dejaron libres ellas.
- ¿Qué desean tomar ustedes?
El señor Tirado,
tomó la palabra, y le hizo el pedido en función de sus deseos y sin
consensuarlo con los otros comensales:
- De entrada, unas cervecitas con sus
correspondientes buenas tapas, un buen plato de sol y sombra y unas gambitas al
“pil pil”.
El camarero tomó nota y se marchó. Al rato vino con
el servicio solicitado y lo depositó en la mesa. Las gambas estaban todavía con
una elevada temperatura y, antes de que nadie comenzara a picar en ellas, el
señor Tirado tomó un cuchillo,
golpeó con él en una botella de cerveza para llamar la atención de los reunidos
y entonces decirles unas palabras. Lo hizo porque las mujeres habían empezado a
charlar a gran ritmo y no escuchaban a nadie. Cuando logró que se calmara el
ambiente les habló así de amable y bien
educado:
- Señoras las gambas se toman así, no lo olviden:
Con un palillo se pinchan de una en una, beben un trago de cerveza y después la
paladean bien.
Él, como buen maestro, les enseñó cómo hacer el
número de la gamba pero las mujeres, cuando terminó de enseñarles el camino,
siguieron con su animada conversación y una de ellas cogió un tenedor, no un
palillo como les sugirió él, y pincho de golpe cuatro gambas.
Cuando vio Avelino
la escena explotó:
- ¡¡¡La madre que me parió!!! ¿Qué, me estaría escuchando la señora?
CONTINUARÁ…
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