Colaboración de Paco Pérez
Cuando estamos fuera de nuestro pueblo nos acordamos de lo que dejamos atrás y lo añoramos. Cuando conversamos por teléfono con la familia o los amigos, la despedida siempre viene precedida de la inevitable pregunta… ¿Qué pasa por el pueblo? ¿Cómo estuvieron las “Fiestas de Santiago” este año?
De nuestros hijos no recibimos información porque las pasaron fuera y unos amigos las respondieron con una imprecisa expresión…
Otros precisaron algo más:
- Acompañamos al Señor de la Salud, tomamos después unos aperitivos, no subimos al ferial y nos marchamos temprano a casa.
Unos días después recibí de Juan Antonio Martos, por e-mail, unas fotos de la subida del Santísimo Cristo de la Salud y me sugirió que yo le pusiera el comentario que creyera más oportuno.
Una vez en el pueblo me comentaron que Sebastián Aranda Aparicio había sido este año el pregonero. Unos días después nos saludamos, hablamos del acto y le propuse que me enviara el texto del pregón y el soporte fotográfico de aquel momento para hacer el montaje del reportaje, tuve que insistirle bastante y, finalmente, accedió a complacerme… ¡¡¡Muchas gracias por tu gentileza!!!
A mí sólo me corresponde hacerme eco del acto en este medio para que quienes tampoco estuvieron en Villargordo en esas fechas conozcan el contenido de su mensaje, porque la trayectoria del pregonero fue desglosada con precisión por quien le precedió en el estrado, Sebastián López Mateos. Éste tenía base más que suficiente para hacerlo pues, igual que yo, fue alumno y compañero de trabajo. Por esa razón yo, por mucho que me esforzara ahora, no podría mejorar lo que de él expuso Sebastián esa noche.
EL ACTO
1.- APERTURA
Laura García fue la encargada de proclamar que un año más las “Fiestas de Santiago 2013” quedaban inauguradas y daba la bienvenida a ellas a todos los villargordeños que, residiendo fuera, cada año nos visitan en estas fechas para reunirse aquí con sus seres queridos y amigos. Resaltó la importancia de este gesto pues hacen el esfuerzo de volver, a pesar de los momentos de penuria que atraviesan todas las familias.
Para ella las “Fiestas” debían ser una buena ocasión para desconectarnos de lo negativo y disfrutar con lo positivo, intentando así relajarnos de los sufrimientos.
Finalmente anunció que daba paso a Sebastián López para que presentara al pregonero.
2.- PRESENTACIÓN DEL PREGONERO
Comenzó saludando y dando la bienvenida a los allí congregados. Comentó de manera breve que el sentido de unas fiestas es prodigar las reuniones, las tertulias y el descanso. Seguidamente pasó a presentar al pregonero de las “Fiestas de Santiago 2013”.
Recordó con cariño aquella etapa de su vida en la que, siendo estudiante de bachillerato, fue alumno de Sebastián Aranda, comentó algunos temas puntuales de aquella etapa y el esfuerzo tan tremendo que hacían todos, maestros y alumnos, para sacar adelante el curso. También tuvo unas palabras de recuerdo para Antonio Cañas y Martín Berrio.
A continuación valoró muy positivamente el trabajo que realizó siempre junto a los jóvenes, mostrándose con ellos muy afable, entrañable y comprometido con lo que hacían pues, como buen maestro, él sabía que para recoger hay que sembrar primero, lo que él siempre buscó con su labor. Finalmente, hizo un recorrido por los más de treinta y dos años que llevaba trabajando en Cruz Roja, impulsado por su afán solidario para ayudar a quienes más lo necesitan, lugareños y foráneos. En esta labor siempre se ha mostrado con todos respetuoso, tolerante, dialogante y comprometido.
3.- TEXTO INTEGRO DEL PREGÓN
Buenas noches, paisanos y amigos todos de nuestro
pueblo.
Fue a finales del pasado mes de junio cuando,
estando yo en la oficina de Cruz Roja, recibo una llamada telefónica de nuestro
Alcalde Sebastián, y me dice: Seba, quiero hacerte una “proposición decente”:
La Comisión de Fiestas y demás miembros
de la Corporación hemos pensado en ti para que seas nuestro pregonero en
nuestras próximas fiestas de Santiago.
En verdad que me quedé bloqueado y no sabía qué
responder. Tuve muchos titubeos en un primer momento. Casi me desanimó la
responsabilidad al pensar si yo era la persona idónea para decirle a Villargodo
lo que se merece. Estuve en un tris de pasarle el testigo a otro. Luego
reflexioné y sentí que me traicionaba el corazón. Por mi forma de ser, siempre
he sido un tanto reacio a aceptar esta clase de intervenciones, pero calmados
un poco los ánimos consideré, después, el gran honor que se me brindaba de
poder conectar tan directamente con mis paisanos y expresarles cuanto de
recuerdos y aprecio anidan en mi corazón. Creo que todos vosotros me merecéis
mi más profundo respeto y consideración. Por eso me animé a mí mismo y acepté esa complicada
“proposición decente” que me ofrecía el Alcalde. Hoy me siento muy satisfecho
de poder proclamar, a los cuatro vientos, los más preciados valores de vuestro
pueblo y el mío, y resaltar sus costumbres y vivencias, elementos específicos
de una forma peculiar de ser y vivir. Gracias a la Corporación Municipal y en
ella a la Comisión de fiestas por esta distinción que me habéis otorgado.
Quiero expresar también mi agradecimiento a mi
mujer, María, y a mis hijas Inmaculada y Myriam junto con José y mis nietos
Myriam y Pablo, porque siempre me apoyaron en la iniciativa de participar en
este evento.
Pues bien, no vengo a ser aquí el pregonero
alguacil que en otras épocas era la voz oficial, que con el redoble del tambor,
ponía en conocimiento de los ciudadanos lo que acontecía en el pueblo. Ni
tampoco el pregonero vendedor, que al toque de corneta, vociferaba los
productos que llegaban al pueblo con gracia y salero….”Se hace saber… que acaba
de llegar …., y anunciaba la mercancía correspondiente.” Al encontrarnos, pues,
en el pórtico de nuestras fiestas patronales de Santiago en honor del Santísimo
Cristo de la Salud, yo quiero ser el pregonero anunciante, el difusor y el
notificador de la buena nueva de alegría y festejo que nos deparan estos
próximos días de convivencia y confraternidad, apartando, en la medida de lo
posible, tantas preocupaciones como nos acechan a cada instante.
Este pregonero viene cargado de afecto y cariño a
este pueblo que le vio nacer. El afecto, el cariño, ese motor tan potente de
las emociones y los sentimientos, no se aprende en los manuales, ni en
cursillos; se aprende en la convivencia, en el calor de la familia y las
amistades, en las vivencias de experiencias, y principalmente con vosotros y
vosotras, personas que habéis y hacemos parte de nuestro recorrido vital en
nuestro pueblo.
Hoy en día, en que
todo se globaliza, en que ser ciudadano anónimo del mundo prevalece sobre otros
conceptos, en que viajar y conocer los rincones del planeta capta el interés de
las personas…., hoy en día…, tiene más sentido aún tener un rincón emotivo y
geográfico donde refugiarse para cargar las pilas, para encontrarse con
nosotros mismos, para ver clara la trayectoria y el sentido de la vida. Decía
el escritor don Francisco García Pavón “que no hay tierra buena ni mala, no hay
más que la de uno”. La nuestra no es mejor ni peor que otras pero sí tiene algo
de que la hace inconfudiblemente peculiar “es la nuestra”.
Soy villargordeño de
pura cepa y no villatorreño. A mí este segundo vocablo no me dice nada. Es un
ente metafísico y como tal exento de realidad y por supuesto vacío de historia.
Todo tiene su inicio
allá por el año 1.975, año de la fusión de nuestros dos pueblos Villargordo y
Torrequebradilla. Se propuso entonces, sin lugar a duda con buena intención,
ocultar veladamente los nombres de Villargordo y Torrequebradilla, acuñados
ambos por varios siglos y por su historia, y suplantarlos por el unívoco de
Villatorres.
No era preceptivo
inventarse una especial nomenclatura en la creación de un municipio nuevo, ni
podían desaparecer los nombres de los pueblos fusionados. De hecho el edicto de
proclamación de la nueva identidad decía: “Se crea un nuevo municipio, llamado
Villatorres, con capitalidad en Villargordo.”, reforzando así la tesis de la
vigencia de los nombres de esos núcleos de población que conformaran el
flamante municipio.
Recuerdo que puse mi
granito de arena con trabajos periodísticos y comunicaciones verbales
denunciando a ultranza ese disparate que se cernía con esta propuesta al
relegar y marginar la historia de los nombres de unos pueblos con un bagaje de
siglos de existencia, porque quedaba muy original aquello de Villa de
Villargordo y Torres de Torrequebradilla.
Menuda confusión
administrativa tenemos desde sus inicios con ese “bonito nombre”. La gente no
se aclara y los extraños no saben dónde nos ubicamos realmente. ¡Cuántos
problemas están surgiendo con este planteamiento! De hecho hay varias fusiones
de municipios de aquella época en la provincia y permanecen con sus propios
nombres, por ejemplo Bedmar-Garcíez o Santiago-Pontones.
Corresponde ahora una
pedagogía popular sobre el esclarecimiento y comprensión de este término para
el buen uso y utilización en los procesos administrativos.
Por eso, ante todos
vosotros me declaro hoy villargordeño hasta lo más profundo de mi ser, aunque
comparto mi respeto y cariño por esos núcleos de población que forman parte de
este municipio: Torrequebradilla y Vados de Torralba.
Nací en Villargordo,
sí señor, concretamente en la calle Ramón y Cajal, a la altura del nº 129,
propiedad hoy de Juan el del Inspector. A los 13 años ingresé en un colegio
religioso en Córdoba, donde, por espacio de más de nueve años permanecí, en
régimen de internado, cursando mis estudios de bachillerato y posteriormente de
filosofía. Durante esta época jamás visité el pueblo porque así lo requería el
régimen establecido del Centro donde me encontraba. Muy de tarde en tarde
recibía la visita de mis padres y no os podéis imaginar lo que aquello suponía
para mí. En aquel día disfrutaba al máximo del calor de los míos que,
sacrificados por el bien de su hijo, sobrellevaban la distancia y el poco
contacto físico de que disponíamos.
Si bien es cierto que
durante la permanencia en aquel Centro, en donde sin lugar a duda, me realicé
como persona y viví una época que recuerdo con mucho cariño, no podía, a pesar
de todo, olvidar los años de mi niñez habidos entre mis amigos y conocidos del
pueblo. Estas vivencias aparecían con más intensidad cuando llegaban las
fiestas de Santiago, con todo lo que comportaba el cambio de fisonomía e
ilusión para todo el vecindario en esos días festivos.
Recordaba, con cierto
gracejo, aquellos viajes a Jaén, en los días previos a las fiestas, para
hacerse con el vestido y los zapatos y presumir, después, con sus mejores galas
entre los amigos. Los medios de comunicación, por aquellos tiempos, eran muy escasos.
La gente que precisaba trasladarse a la capital utilizaban el tren, por más
económico, y la única vía ferroviaria más cercana al pueblo pasaba por las
Infantas. He aquí que en las vísperas de Santiago se organizaban, entre grupos
de vecinos, unas alegres caravanas de gente y muy de madrugada, encaminándose a
pie para coger el tren-correo que pasaba por la Estación de Villargordo. Y el
regreso no era más llevadero. Había que tomar el tren de la una, que salía de
Jaén, y al llegar a las Infantas, hacer el mismo recorrido andando hasta el
pueblo, pero en esta ocasión soportando además las temperaturas propias de
estos días estivales.
Acudía a mi mente
también cómo la banda de música, bien de Andújar o Mancha Real, y que
permanecía en el pueblo durante los tres días de la fiesta, era esperada con
gran ilusión por el vecindario. Parecía que aquellos compases de marchas
festivas con que nos brindaban a su llegada, transformaban el ambiente y la
ilusión de los vecinos. El desfile de los gigantes y cabezudos y las dianas
floreadas, a primeras horas de la mañana, tenían una especial relevancia. Los
niños y también los mayores, seguíamos, con semblante alegre y risueño todo el
recorrido, contagiando de alegría festiva el ambiente.
Evocaba yo, con
cierta permanencia, las eras que envolvían al pueblo en un amoroso y fértil
abrazo, de las que ya no queda ninguna. Eran dormitorios nocturnos de tanta
gente huyendo de los sofocantes calores veraniegos. ¡Cuantas horas y días
girando y girando, subidos en el trillo siguiendo el paciente y reposado ritmo
de las mulas! Aprendamos que con paciencia se consiguen las cosas. Hoy todos
caminamos rápido, todos tenemos prisa y corremos para llegar a ningún sitio.
La llegada de la
mecanización ha dejado los carros, galeras y trillos como objeto de museo o
curiosidad de coleccionista, cuando no los ha condenado a su lisa y llana
desaparición. El valor simbólico de esos útiles y aperos, sin embargo,
pervivirá siempre aunque hayan desaparecido aquellos que los utilizaron, porque
sobre ellos se asienta la memoria viva de todo un pueblo. Quiero resaltar aquí
el mini-museo de antiguos artilugios de labranza, que con tanto cariño y celo
expone en su casa-nueva nuestro amigo Luciano Jiménez Lombardo, heredado de sus
antepasados. ¡Enhorabuena!.
De bien nacidos es
ser agradecidos y por eso en esta ocasión tampoco está de más que recordemos
nuestro pasado, que es tanto como recordar cómo se ganaban la vida muchos de
nuestros padres y abuelos.
Eran muchos los
recuerdos que se acumulaban en mi mente al llegar estas fechas, que yo vivía,
con cierta nostalgia, y que sin querer contagiaba a mis compañeros.
Pasados los años, de
nuevo me encontré con mi pueblo, y aunque me costó adaptarme a otra forma de
vida, noté el acercamiento de los vecinos y el calor humano que me transmitían.
Pronto superé ese brusco cambio y enseguida me propuse integrarme y seguir la
otra tanda de estudios que me esperaba.
Me matriculé en la
Escuela de Magisterio de Jaén, por libre, y
al tener algunas disciplinas convalidadas por mis estudios cursados
anteriormente, conseguí en poco tiempo, el título de Maestro de Primera
Enseñanza.
Como aún no había
cumplido con el servicio militar obligatorio, de inmediato, tuve que
incorporarme a filas y fui destinado al
Cuerpo de Infantería, concretamente al cuartel “Córdoba, 10” en Granada.
En esta situación y
como pude, fui alternando mi servicio en la milicia y la preparación para
opositar a una plaza en el Magisterio Nacional. Al final, con mucha dedicación
y esfuerzo, y todavía incorporado al ejército, conseguí ganar las oposiciones
en la convocatoria de 1.963.
El curso 1.963-64 fui
destinado a Baeza. Allí solamente permanecí ese año, pasando después al colegio
de Villargordo, donde he desarrollado toda mi actividad pedagógica, siendo
maestro, en algunos casos, de hasta tres
generaciones de alumnos.
Por cómo transcurrió
mi vida, desde aquel entonces en la enseñanza, testigos de ello han sido tantos
y tantos alumnos como pasaron por mi aula, ávidos bastantes de aprender y otros
tantos que sentían tedio por todo aquello que se cocinaba allí. Unos y otros,
hoy ya mayores, podrán dar testimonio de cómo hacíamos para que hubiera gran
entendimiento entre uno y otros. Al final procurábamos una buena conjunción
entre maestro y alumno, entre discente y docente.
Por lo que a mí
respecta, me sentía como pez en el agua. Ha sido siempre una vocación con
mayúscula y me he sentido a gusto entre niños, jóvenes o mayores a los que me
entregaba de lleno pretendiendo transmitirles las mejores técnicas y destrezas
de que yo podría ser poseedor. Alguien podrá recordarme como buen comunicador o
falto de capacidad para cuidar de esas mentes en blanco que los padres me
confiaban y tratar de moldearlas, con criterio propio, hasta ponerlas en el
camino correcto hacia un futuro prometedor y válido. Siempre sentí esa
responsabilidad y cuidé muy mucho de llevar a buen puerto mi cometido. Si
acerté o no, la historia tiene la última palabra.
En el transcurso de
tantos años, como os podéis figurar, ocurrieron infinidad de anécdotas. Pero
había una, bastante común y que muchos de los que me estáis escuchando
recordaréis. Comprendo que yo era bastante exigente en el desarrollo de la
clase y por cómo debíamos trabajar a tope para conseguir buenos resultados. Un
aula con más de cuarenta alumnos, ya
preadolescentes, suponía un orden y disciplina que había que cumplir
para conseguir los objetivos pedagógicos que nos proponíamos.
Tal era la tensión
que se respiraba en algunas ocasiones en el aula, por el silencio y la
aplicación en el trabajo, que para rebajar un poco el ambiente, me acercaba a
algún alumno y observando cómo desarrollaba sus ejercicios, y detectando algún
error, le cogía suavemente de la patilla y lo levantaba de la mesa. El alumno
amonestado mostraba un quejido: ¡¡Ay, ay, ay!! Y el resto participaba con una
sonrisa general. Tras unos minutos de alboroto, la clase volvía a su trabajo
ordenado. Habíamos conseguido el objetivo.
Recuerdo con cierta
simpatía la llegada, cada día, del transporte escolar. Alumnos de la 2ª etapa
de la E.G.B., que venían de Torrequebradilla y Vados de Torralba. Muchos años
se mantuvo ese servicio y creo dio buenos resultados académicos. Los niños y
niñas que nos visitaban a diario, utilizaban el comedor escolar y permanecían
en el Centro durante todo el día. Aquello propició un intercambio muy positivo
entre chicos y chicas de los núcleos de población que constituye nuestro
municipio.
No podía, en este
acto, dejar de hacer mención al Coro del Colegio, que durante tantos años
trabajamos en él. Muchos de los componentes recordaréis el esfuerzo y la
dedicación, que cada día, empleábamos en ello. Merecía la pena, pues en
nuestras actuaciones públicas ofrecíamos piezas de gran dificultad, con unas voces perfectamente acopladas, causando una
magnífica impresión en quienes nos escuchaban.
Y con todo ello, durante
bastantes años, alternábamos las clases ordinarias del Colegio con otras de
bachillerato a aquellos alumnos que se preparaban, por libre, y que optaban por
aprobar el curso con un solo examen en el Instituto de Jaén, en el mes de junio
o septiembre. Las distintas disciplinas de los diversos cursos nos las
distribuíamos entre D. Antonio Cañas Calles, que impartía las ciencias y un
servidor que me encargaba de las letras.
Allí se trabajaba
duro. Había que dominar la materia desde la primera a la última página. Con
esfuerzo y sacrificio se conseguían resultados excelentes. La Lengua Latina les
era tan familiar que traducían con bastante precisión textos de Julio César,
sacados del libro “De bello Gallico” (Guerra de las Galias). Algunos de
vosotros podéis dar testimonio de ello.
Recuerdo, con
verdadero cariño, aquellos Planteles de Extensión Agraria, de los que fui
también profesor-colaborador, impartiendo clases de cultura general y
alternando las materias agrícolas por los peritos técnicos en la materia. Eran
verdaderas aulas de convivencia juvenil que se traducía, después, en concursos
de algodón y aceituna (siempre campeones provinciales), jornadas lúdicas y
viajes culturales, acogiéndonos, en varias ocasiones, a aquella campaña de
“Conozca usted el mar”.
Quienes disfrutaron
de aquellas vivencias, hoy ya hombres maduros, podrán recordar con cierta
nostalgia tantos buenos ratos y anécdotas habidas en aquellos tiempos. ¿Os dice
algo el viaje a la feria de Sevilla? Alguien se nos perdió en aquel bullicio de
casetas y atracciones y… hasta la mañana siguiente no apareció. ¡Qué noche de
preocupación y zozobra! Fue hallado al final descansando plácido en los
asientos traseros de un coche “haiga” de aquella época, en la exposición que el
día anterior visitamos. ¡Qué feliz se encontraba!
Un recuerdo también
muy especial para aquellos jóvenes-alumnos y alumnas que recibieron la
Formación Profesional de primer grado, en la rama agrícola y que bajo la
dirección de la Agencia de Extensión Agraria de Mengíbar, impartimos las
enseñanzas durante varios años en el salón parroquial.
Si bien es cierto que
mi vida estuvo siempre enfocada ampliamente hacia la formación de niños y
jóvenes, sin embargo, por mis inquietudes sociales, procuraba colaborar también
en los distintos frentes que se me ofrecían, desde la Administración Local
hasta las distintas asociaciones cuyos objetivos se basaban en atender y
promover una más justa protección al más vulnerable.
Una desagradable
experiencia, sí que tuve, en el campo de la Administración Local. Se produjo en
las elecciones municipales de 1.983. Los vencedores de aquellos comicios, a
quienes acompañaban el representante eclesiástico local y algún que otro
simpatizante, tuvieron la osadía de, a altas horas de la madrugada, acercarse a
mi domicilio y en son de burla, lanzar improperios y palabras de mal gusto
contra mí. Actuación poco digna en unos
“señores” que iban a representar a todo un municipio y un tanto de
desprecio a la democracia. Mal ejemplo, sobre todo, para los menores. Os quiero
confesar que me sentí profundamente herido y en un momento hasta llegué a
renegar de mi pueblo que así se comportaba.
Pero a pesar de todo,
mi objetivo estaba bien claro. Quería ser útil a mis convecinos y me propuse
echar una mano a quien solicitara de mi ayuda. Volqué así mi actividad a través
de Cruz Roja, donde estaba integrado totalmente, siendo, desde entonces, mi
hobby favorito. Ahí encontré, dados los principios de humanidad y entrega de la
Institución, la medida a mis objetivos sociales, llenando plenamente mis
aspiraciones.
Villargordo, nuestro
pueblo con mayúscula, fue, es y será siempre el protagonista y valedor de sus
habitantes. Sus nativos y forasteros residentes harán gala de su señorío, su
historia y gallardía.
El carácter del villargordeño
quizás no sea muy expresivo, pero posee una riqueza en valores internos
interesante. En general, no son muy dados a la lisonja, pero sienten el aprecio
y el cariño de sus coetáneos. Abierto y receptivo con el forastero y servicial
y comprensivo con sus convecinos. Sabe solidarizarse con los demás y practica
la empatía con asiduidad.
Quiero lanzar a los
cuatro vientos voces de ánimo para una juventud que bulle con inmensas ganas de
vivir, y qué mejores ánimos que los que con sus miradas nos dan todos los
jóvenes paisanos que se encuentran aquí. Me congratulo en resaltar, desde este
estrado, el trabajo continuado y persistente de esa pléyade de niños, jóvenes y
mayores que dedican sus mejores horas del día para el deporte. Villargordo, se
está escribiendo con letras de oro últimamente en este campo y quiero, como
pregonero de las fiestas, felicitaros a todos por los merecidos éxitos cosechados
en las más variadas competiciones. ¡Adelante, que sois los mejores!
Vaya también mi
aprecio especial hacia esas Asociaciones Culturales-musicales y de baile que,
con frecuencia, nos deleitan en procesiones, conciertos y veladas festivas. Sus
afinados instrumentos, voces armónicas y artísticas danzas, consiguen elevarnos
a un status superior, saboreando sus acordes, melodías y escenas plásticas. Para
todos vosotros y vosotras, igualmente, mi estímulo y simpatía. Vuestro esfuerzo
tiene su recompensa.
Asimismo tenemos
presentes a aquellos jóvenes de nuestro pueblo que, por circunstancias
específicas de trabajo o estudio tuvieron que emigrar a otros países y que hoy
no pueden disfrutar con nosotros nuestras fiestas patronales. Para ellos
nuestra solidaridad y memoria en todo momento.
Y cómo no, un memorándum
obligado para aquellos paisanos nuestros que por imperativo divino nos dejaron
para siempre y que desde el cielo intercederán para que nuestro pueblo camine
hacia fuentes tranquilas, como dice el salmista, basado en la fe y confianza en
lo que está por venir.
Es necesario, con
todo ello, que todos consigamos una convergencia de esfuerzo, fructífera y
creativa, para hacer frente con generosidad y entrega, conformando un pueblo
más próspero y atractivo a los tiempos venideros.
Las personas hacen
los pueblos y también los pueblos conforman la dignidad de las personas y su
forma de vida.
Pues bien, en ese ir
y venir de la gente, sumida en el trajín de cada día, con las preocupaciones
propias de tantos y tantos problemas como nos acechan, el villargordeño
residente vive con serenidad y fe en el
futuro puesta la esperanza en ese faro que permanentemente le guía y que desde
la atalaya de su ermita abraza con amor a todos su hijos: el Santísimo Cristo
de la Salud.
Nuestras fiestas de
Santiago, no tienen mucha razón de ser si no contamos principalmente con esa
imagen del Cristo de la Salud que tanto nos atrae y que consideramos como lo
más preciado y valioso entre nosotros. Es un sentimiento vivo de arraigo de una
religiosidad popular que hemos mantenido, a través del tiempo, con un profundo
respeto por nuestras más antiguas tradiciones y que cuidamos y mimamos con esfuerzo
admirable.
Esta imagen del
Cristo caló hondo en el corazón de los habitantes de Villargordo, cuando en
aquel fatídico año de 1.833 en que, según cuentan las crónicas, la comarca se
vio afectada por un brote de peste bubónica, llegando a morir algunos de los
vecinos del pueblo. La gente asustada, imploraban la protección del
Todopoderoso. Sacaron en rogativas por las calles del pueblo a un Cristo
crucificado que se encontraba en la ermita. Cuenta la tradición que la epidemia
desapareció y los enfermos fueron recobrando la salud, por lo que a partir de
aquella fecha se le comenzó a llamar Señor de la Salud y en agradecimiento se
acordó celebrar las fiestas en su honor y no en el de Santa Ana como venían
haciendo. Desde entonces los villargordeños celebramos nuestra feria y fiestas
de Santiago, por coincidir también la festividad del Apóstol, pero en honor del
Santísimo Cristo de la Salud.
Al llegar estas
fiestas de Santiago, nuestro pueblo se engalana y se reviste de sus mejores
atuendos para rendir pleitesía a nuestro Cristo de la Salud que tantos secretos
guarda de sus devotos y tantas gracias prodiga a quien acude a Él.
Es impresionante
contemplar la salida del Cristo de su ermita en la noche de la “bajada”. Todas
las miradas están puestas en esa pequeña imagen que transmite tanto amor, tanto
consuelo y tanta seguridad. Los ojos no parpadean, y en ese momento se produce
un estado místico entre el ser humano y la majestuosidad de un Dios que sale al
encuentro de la amada. Experiencia que
nos muestra San Juan de la Cruz en su noche oscura”:
¡Oh noche, que
guiaste;
Oh noche
amable más que el alborada;
Oh noche que
juntaste
Amado con amada,
amada, con el Amado transformada
Y…… un escalofrío
recorre nuestro cuerpo. En ese momento no se sabe quién es de Villargordo o
forastero, no se sabe quién es creyente, agnóstico o ateo, sólo se sabe que la
respuesta es unánime, todos los allí presentes quedan prendados y atraídos por
la imagen del Cristo de la Salud, que da paz y sosiego en la intimidad del
corazón.
El paso acompasado de
los numerosísimos costaleros que portan la imagen, su uniformidad y compostura
contribuyen a crear un ambiente cálido de fervor, invitando al vecindario
presente a entrar en oración. Y he aquí que se produce, entonces, una
comunicación íntima y un diálogo sabrosísimo: Señor…., que vea….Señor dame de
beber de esa agua viva…Señor, Señor….
La “bajada” y la
“subida”, todo el recorrido en sí, está impregnado de oración. Todos, mayores y
menores dirigen su mirada a esa Cruz bendita que porta lo más valioso de
nuestro pueblo: El Señor de la Salud.
Alguien ha podido
pensar e incluso juzgar que, todo cuanto acontece en la vida de la gente de
nuestro pueblo, con respecto a nuestro Cristo, es efímero y poco consistente.
Es no conocer la realidad y actuar con cierta ligereza. Acérquense, si no, a
nuestra gente y vean, vean cómo se expresan sobre ese tesoro de fe que guardan
en su corazón. El foráneo debe respetar las costumbres y vivencias de un
pueblo, y nadie puede atribuirse ciertas licencias de cambio o modificación sin
contar con quienes son poseedores de su historia.
Que el Santísimo
Cristo de la Salud os proteja, os ayude y os colme de vida a vosotros y a todos
los vuestros, porque todos absolutamente todos, sois para mí gente muy honrada
y de muy honrados deudos.
Pues bien, el
protagonismo de un pregonero debe ser pasajero, temporalmente limitado; su
papel es tan fugaz como efímero. Y, sobre todo, uno no debe ser cansino, máxime
cuando es la fiesta y la reina y damas de honor las que están esperando que uno
termine su discurso.
Quiero dar las
gracias, de nuevo, a quienes me han dado la oportunidad de hacerlo, y a vosotros
paisanos, amigos todos, gracias por escucharme con la atención que lo habéis
hecho, gracias por vuestra paciencia.
Es el momento, ahora,
de abrazar a nuestros amigos, de divertirse, de compartir alegrías, de dejarse
llevar por la música, de romper la rutina y vivir la feria como si fuese la
última.
¡¡¡Viva el Santísimo Cristo de la
Salud!!!
¡¡¡Viva Villargordo!!!
Sebastián
Aranda Aparicio
23-7-2013
4.- DESPEDIDA DEL ACTO
El acto concluyó con la entrega de una placa
conmemorativa del acto y a María, su
esposa, un ramo de flores.
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