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lunes, 14 de octubre de 2013

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SANTIAGO 2 013


Colaboración de Paco Pérez
Cuando estamos fuera de nuestro pueblo nos acordamos de lo que dejamos atrás y lo añoramos. Cuando conversamos por teléfono con la familia o los amigos, la despedida siempre viene precedida de la inevitable pregunta… ¿Qué pasa por el pueblo? ¿Cómo estuvieron las “Fiestas de Santiago” este  año?
De nuestros hijos no recibimos información porque las pasaron fuera y unos amigos las respondieron con una imprecisa expresión…
- ¡¡¡Como siempre!!!
Otros precisaron algo más:
- Acompañamos al Señor de la Salud, tomamos después unos aperitivos, no subimos al ferial y nos marchamos temprano a casa.
Unos días después recibí de Juan Antonio Martos, por e-mail,  unas fotos de la subida del Santísimo Cristo de la Salud y me sugirió que yo le pusiera el comentario que creyera más oportuno.
Una vez en el pueblo me comentaron que Sebastián Aranda Aparicio había sido este año el pregonero. Unos días después nos saludamos, hablamos del acto y le propuse que me enviara el texto del pregón y el soporte fotográfico de aquel momento para hacer el montaje del reportaje, tuve que insistirle bastante y, finalmente, accedió a complacerme… ¡¡¡Muchas gracias por tu gentileza!!!
A mí sólo me corresponde hacerme eco del acto en este medio para que quienes tampoco estuvieron en Villargordo en esas fechas conozcan el contenido de su mensaje, porque la trayectoria del pregonero fue desglosada con precisión por quien le precedió en el estrado, Sebastián López Mateos. Éste tenía base más que suficiente para hacerlo pues, igual que yo, fue alumno y compañero de trabajo. Por esa razón yo, por mucho que me esforzara ahora, no podría mejorar lo que de él expuso Sebastián esa noche.
EL ACTO
1.- APERTURA
Laura García fue la encargada de proclamar que un año más las “Fiestas de Santiago 2013” quedaban inauguradas y daba la bienvenida a ellas a todos los villargordeños que, residiendo fuera, cada año nos visitan en estas fechas para reunirse aquí con sus seres queridos y amigos. Resaltó la importancia de este gesto pues hacen el esfuerzo de volver, a pesar de los momentos de penuria que atraviesan todas las familias.
Para ella las “Fiestas” debían ser una buena ocasión para desconectarnos de lo negativo y disfrutar con lo positivo, intentando así relajarnos de los sufrimientos.
Finalmente anunció que daba paso a Sebastián López para que presentara al pregonero.
2.- PRESENTACIÓN DEL PREGONERO
Comenzó saludando y dando la bienvenida a los allí congregados. Comentó de manera breve que el sentido de unas fiestas es prodigar las reuniones, las tertulias y el descanso. Seguidamente pasó a presentar al pregonero de las “Fiestas de Santiago 2013”.
Recordó con cariño aquella etapa de su vida en la que, siendo estudiante de bachillerato, fue alumno de Sebastián Aranda, comentó algunos temas puntuales de aquella etapa y el esfuerzo tan tremendo que hacían todos, maestros y alumnos, para sacar adelante el curso. También tuvo unas palabras de recuerdo para Antonio Cañas y Martín Berrio.
A continuación valoró muy positivamente el trabajo que realizó siempre junto a los jóvenes, mostrándose con ellos muy afable, entrañable y comprometido con lo que hacían pues, como buen maestro, él sabía que para recoger hay que sembrar primero, lo que él siempre buscó con su labor. Finalmente, hizo un recorrido por los más de treinta y dos años que llevaba trabajando en Cruz Roja, impulsado por su afán solidario para ayudar a quienes más lo necesitan, lugareños y foráneos. En esta labor siempre se ha mostrado con todos respetuoso, tolerante, dialogante y comprometido.
3.- TEXTO INTEGRO DEL PREGÓN

Buenas noches, paisanos y amigos todos de nuestro pueblo.
Fue a finales del pasado mes de junio cuando, estando yo en la oficina de Cruz Roja, recibo una llamada telefónica de nuestro Alcalde Sebastián, y me dice: Seba, quiero hacerte una “proposición decente”: La Comisión de Fiestas  y demás miembros de la Corporación hemos pensado en ti para que seas nuestro pregonero en nuestras próximas fiestas de Santiago.
En verdad que me quedé bloqueado y no sabía qué responder. Tuve muchos titubeos en un primer momento. Casi me desanimó la responsabilidad al pensar si yo era la persona idónea para decirle a Villargodo lo que se merece. Estuve en un tris de pasarle el testigo a otro. Luego reflexioné y sentí que me traicionaba el corazón. Por mi forma de ser, siempre he sido un tanto reacio a aceptar esta clase de intervenciones, pero calmados un poco los ánimos consideré, después, el gran honor que se me brindaba de poder conectar tan directamente con mis paisanos y expresarles cuanto de recuerdos y aprecio anidan en mi corazón. Creo que todos vosotros me merecéis mi más profundo respeto y consideración. Por eso  me animé a mí mismo y acepté esa complicada “proposición decente” que me ofrecía el Alcalde. Hoy me siento muy satisfecho de poder proclamar, a los cuatro vientos, los más preciados valores de vuestro pueblo y el mío, y resaltar sus costumbres y vivencias, elementos específicos de una forma peculiar de ser y vivir. Gracias a la Corporación Municipal y en ella a la Comisión de fiestas por esta distinción que me habéis otorgado.
Quiero expresar también mi agradecimiento a mi mujer, María, y a mis hijas Inmaculada y Myriam junto con José y mis nietos Myriam y Pablo, porque siempre me apoyaron en la iniciativa de participar en este evento.
Pues bien, no vengo a ser aquí el pregonero alguacil que en otras épocas era la voz oficial, que con el redoble del tambor, ponía en conocimiento de los ciudadanos lo que acontecía en el pueblo. Ni tampoco el pregonero vendedor, que al toque de corneta, vociferaba los productos que llegaban al pueblo con gracia y salero….”Se hace saber… que acaba de llegar …., y anunciaba la mercancía correspondiente.” Al encontrarnos, pues, en el pórtico de nuestras fiestas patronales de Santiago en honor del Santísimo Cristo de la Salud, yo quiero ser el pregonero anunciante, el difusor y el notificador de la buena nueva de alegría y festejo que nos deparan estos próximos días de convivencia y confraternidad, apartando, en la medida de lo posible, tantas preocupaciones como nos acechan a cada instante.
Este pregonero viene cargado de afecto y cariño a este pueblo que le vio nacer. El afecto, el cariño, ese motor tan potente de las emociones y los sentimientos, no se aprende en los manuales, ni en cursillos; se aprende en la convivencia, en el calor de la familia y las amistades, en las vivencias de experiencias, y principalmente con vosotros y vosotras, personas que habéis y hacemos parte de nuestro recorrido vital en nuestro pueblo.
Hoy en día, en que todo se globaliza, en que ser ciudadano anónimo del mundo prevalece sobre otros conceptos, en que viajar y conocer los rincones del planeta capta el interés de las personas…., hoy en día…, tiene más sentido aún tener un rincón emotivo y geográfico donde refugiarse para cargar las pilas, para encontrarse con nosotros mismos, para ver clara la trayectoria y el sentido de la vida. Decía el escritor don Francisco García Pavón “que no hay tierra buena ni mala, no hay más que la de uno”. La nuestra no es mejor ni peor que otras pero sí tiene algo de que la hace inconfudiblemente peculiar “es la nuestra”.
Soy villargordeño de pura cepa y no villatorreño. A mí este segundo vocablo no me dice nada. Es un ente metafísico y como tal exento de realidad y por supuesto vacío de historia.
Todo tiene su inicio allá por el año 1.975, año de la fusión de nuestros dos pueblos Villargordo y Torrequebradilla. Se propuso entonces, sin lugar a duda con buena intención, ocultar veladamente los nombres de Villargordo y Torrequebradilla, acuñados ambos por varios siglos y por su historia, y suplantarlos por el unívoco de Villatorres.
No era preceptivo inventarse una especial nomenclatura en la creación de un municipio nuevo, ni podían desaparecer los nombres de los pueblos fusionados. De hecho el edicto de proclamación de la nueva identidad decía: “Se crea un nuevo municipio, llamado Villatorres, con capitalidad en Villargordo.”, reforzando así la tesis de la vigencia de los nombres de esos núcleos de población que conformaran el flamante municipio.
Recuerdo que puse mi granito de arena con trabajos periodísticos y comunicaciones verbales denunciando a ultranza ese disparate que se cernía con esta propuesta al relegar y marginar la historia de los nombres de unos pueblos con un bagaje de siglos de existencia, porque quedaba muy original aquello de Villa de Villargordo y Torres de Torrequebradilla.
Menuda confusión administrativa tenemos desde sus inicios con ese “bonito nombre”. La gente no se aclara y los extraños no saben dónde nos ubicamos realmente. ¡Cuántos problemas están surgiendo con este planteamiento! De hecho hay varias fusiones de municipios de aquella época en la provincia y permanecen con sus propios nombres, por ejemplo Bedmar-Garcíez o Santiago-Pontones.
Corresponde ahora una pedagogía popular sobre el esclarecimiento y comprensión de este término para el buen uso y utilización en los procesos administrativos.
Por eso, ante todos vosotros me declaro hoy villargordeño hasta lo más profundo de mi ser, aunque comparto mi respeto y cariño por esos núcleos de población que forman parte de este municipio: Torrequebradilla y Vados de Torralba.
Nací en Villargordo, sí señor, concretamente en la calle Ramón y Cajal, a la altura del nº 129, propiedad hoy de Juan el del Inspector. A los 13 años ingresé en un colegio religioso en Córdoba, donde, por espacio de más de nueve años permanecí, en régimen de internado, cursando mis estudios de bachillerato y posteriormente de filosofía. Durante esta época jamás visité el pueblo porque así lo requería el régimen establecido del Centro donde me encontraba. Muy de tarde en tarde recibía la visita de mis padres y no os podéis imaginar lo que aquello suponía para mí. En aquel día disfrutaba al máximo del calor de los míos que, sacrificados por el bien de su hijo, sobrellevaban la distancia y el poco contacto físico de que disponíamos.
Si bien es cierto que durante la permanencia en aquel Centro, en donde sin lugar a duda, me realicé como persona y viví una época que recuerdo con mucho cariño, no podía, a pesar de todo, olvidar los años de mi niñez habidos entre mis amigos y conocidos del pueblo. Estas vivencias aparecían con más intensidad cuando llegaban las fiestas de Santiago, con todo lo que comportaba el cambio de fisonomía e ilusión para todo el vecindario en esos días festivos.
Recordaba, con cierto gracejo, aquellos viajes a Jaén, en los días previos a las fiestas, para hacerse con el vestido y los zapatos y presumir, después, con sus mejores galas entre los amigos. Los medios de comunicación, por aquellos tiempos, eran muy escasos. La gente que precisaba trasladarse a la capital utilizaban el tren, por más económico, y la única vía ferroviaria más cercana al pueblo pasaba por las Infantas. He aquí que en las vísperas de Santiago se organizaban, entre grupos de vecinos, unas alegres caravanas de gente y muy de madrugada, encaminándose a pie para coger el tren-correo que pasaba por la Estación de Villargordo. Y el regreso no era más llevadero. Había que tomar el tren de la una, que salía de Jaén, y al llegar a las Infantas, hacer el mismo recorrido andando hasta el pueblo, pero en esta ocasión soportando además las temperaturas propias de estos días estivales.
Acudía a mi mente también cómo la banda de música, bien de Andújar o Mancha Real, y que permanecía en el pueblo durante los tres días de la fiesta, era esperada con gran ilusión por el vecindario. Parecía que aquellos compases de marchas festivas con que nos brindaban a su llegada, transformaban el ambiente y la ilusión de los vecinos. El desfile de los gigantes y cabezudos y las dianas floreadas, a primeras horas de la mañana, tenían una especial relevancia. Los niños y también los mayores, seguíamos, con semblante alegre y risueño todo el recorrido, contagiando de alegría festiva el ambiente.
Evocaba yo, con cierta permanencia, las eras que envolvían al pueblo en un amoroso y fértil abrazo, de las que ya no queda ninguna. Eran dormitorios nocturnos de tanta gente huyendo de los sofocantes calores veraniegos. ¡Cuantas horas y días girando y girando, subidos en el trillo siguiendo el paciente y reposado ritmo de las mulas! Aprendamos que con paciencia se consiguen las cosas. Hoy todos caminamos rápido, todos tenemos prisa y corremos para llegar a ningún sitio.
La llegada de la mecanización ha dejado los carros, galeras y trillos como objeto de museo o curiosidad de coleccionista, cuando no los ha condenado a su lisa y llana desaparición. El valor simbólico de esos útiles y aperos, sin embargo, pervivirá siempre aunque hayan desaparecido aquellos que los utilizaron, porque sobre ellos se asienta la memoria viva de todo un pueblo. Quiero resaltar aquí el mini-museo de antiguos artilugios de labranza, que con tanto cariño y celo expone en su casa-nueva nuestro amigo Luciano Jiménez Lombardo, heredado de sus antepasados. ¡Enhorabuena!.
De bien nacidos es ser agradecidos y por eso en esta ocasión tampoco está de más que recordemos nuestro pasado, que es tanto como recordar cómo se ganaban la vida muchos de nuestros padres y abuelos.
Eran muchos los recuerdos que se acumulaban en mi mente al llegar estas fechas, que yo vivía, con cierta nostalgia, y que sin querer contagiaba a mis compañeros.
Pasados los años, de nuevo me encontré con mi pueblo, y aunque me costó adaptarme a otra forma de vida, noté el acercamiento de los vecinos y el calor humano que me transmitían. Pronto superé ese brusco cambio y enseguida me propuse integrarme y seguir la otra tanda de estudios que me esperaba.
Me matriculé en la Escuela de Magisterio de Jaén, por libre, y  al tener algunas disciplinas convalidadas por mis estudios cursados anteriormente, conseguí en poco tiempo, el título de Maestro de Primera Enseñanza.
Como aún no había cumplido con el servicio militar obligatorio, de inmediato, tuve que incorporarme a filas  y fui destinado al Cuerpo de Infantería, concretamente al cuartel “Córdoba, 10” en Granada.
En esta situación y como pude, fui alternando mi servicio en la milicia y la preparación para opositar a una plaza en el Magisterio Nacional. Al final, con mucha dedicación y esfuerzo, y todavía incorporado al ejército, conseguí ganar las oposiciones en la convocatoria de 1.963.
El curso 1.963-64 fui destinado a Baeza. Allí solamente permanecí ese año, pasando después al colegio de Villargordo, donde he desarrollado toda mi actividad pedagógica, siendo maestro, en algunos casos,  de hasta tres generaciones de alumnos.
Por cómo transcurrió mi vida, desde aquel entonces en la enseñanza, testigos de ello han sido tantos y tantos alumnos como pasaron por mi aula, ávidos bastantes de aprender y otros tantos que sentían tedio por todo aquello que se cocinaba allí. Unos y otros, hoy ya mayores, podrán dar testimonio de cómo hacíamos para que hubiera gran entendimiento entre uno y otros. Al final procurábamos una buena conjunción entre maestro y alumno, entre discente y docente.
Por lo que a mí respecta, me sentía como pez en el agua. Ha sido siempre una vocación con mayúscula y me he sentido a gusto entre niños, jóvenes o mayores a los que me entregaba de lleno pretendiendo transmitirles las mejores técnicas y destrezas de que yo podría ser poseedor. Alguien podrá recordarme como buen comunicador o falto de capacidad para cuidar de esas mentes en blanco que los padres me confiaban y tratar de moldearlas, con criterio propio, hasta ponerlas en el camino correcto hacia un futuro prometedor y válido. Siempre sentí esa responsabilidad y cuidé muy mucho de llevar a buen puerto mi cometido. Si acerté o no, la historia tiene la última palabra.
En el transcurso de tantos años, como os podéis figurar, ocurrieron infinidad de anécdotas. Pero había una, bastante común y que muchos de los que me estáis escuchando recordaréis. Comprendo que yo era bastante exigente en el desarrollo de la clase y por cómo debíamos trabajar a tope para conseguir buenos resultados. Un aula con más de cuarenta alumnos, ya  preadolescentes, suponía un orden y disciplina que había que cumplir para conseguir los objetivos pedagógicos que nos proponíamos.
Tal era la tensión que se respiraba en algunas ocasiones en el aula, por el silencio y la aplicación en el trabajo, que para rebajar un poco el ambiente, me acercaba a algún alumno y observando cómo desarrollaba sus ejercicios, y detectando algún error, le cogía suavemente de la patilla y lo levantaba de la mesa. El alumno amonestado mostraba un quejido: ¡¡Ay, ay, ay!! Y el resto participaba con una sonrisa general. Tras unos minutos de alboroto, la clase volvía a su trabajo ordenado. Habíamos conseguido el objetivo.
Recuerdo con cierta simpatía la llegada, cada día, del transporte escolar. Alumnos de la 2ª etapa de la E.G.B., que venían de Torrequebradilla y Vados de Torralba. Muchos años se mantuvo ese servicio y creo dio buenos resultados académicos. Los niños y niñas que nos visitaban a diario, utilizaban el comedor escolar y permanecían en el Centro durante todo el día. Aquello propició un intercambio muy positivo entre chicos y chicas de los núcleos de población que constituye nuestro municipio.
No podía, en este acto, dejar de hacer mención al Coro del Colegio, que durante tantos años trabajamos en él. Muchos de los componentes recordaréis el esfuerzo y la dedicación, que cada día, empleábamos en ello. Merecía la pena, pues en nuestras actuaciones públicas ofrecíamos piezas de gran dificultad, con unas  voces perfectamente acopladas, causando una magnífica impresión en quienes nos escuchaban.
Y con todo ello, durante bastantes años, alternábamos las clases ordinarias del Colegio con otras de bachillerato a aquellos alumnos que se preparaban, por libre, y que optaban por aprobar el curso con un solo examen en el Instituto de Jaén, en el mes de junio o septiembre. Las distintas disciplinas de los diversos cursos nos las distribuíamos entre D. Antonio Cañas Calles, que impartía las ciencias y un servidor que me encargaba de las letras.
Allí se trabajaba duro. Había que dominar la materia desde la primera a la última página. Con esfuerzo y sacrificio se conseguían resultados excelentes. La Lengua Latina les era tan familiar que traducían con bastante precisión textos de Julio César, sacados del libro “De bello Gallico” (Guerra de las Galias). Algunos de vosotros podéis dar testimonio de ello.
Recuerdo, con verdadero cariño, aquellos Planteles de Extensión Agraria, de los que fui también profesor-colaborador, impartiendo clases de cultura general y alternando las materias agrícolas por los peritos técnicos en la materia. Eran verdaderas aulas de convivencia juvenil que se traducía, después, en concursos de algodón y aceituna (siempre campeones provinciales), jornadas lúdicas y viajes culturales, acogiéndonos, en varias ocasiones, a aquella campaña de “Conozca usted el mar”.
Quienes disfrutaron de aquellas vivencias, hoy ya hombres maduros, podrán recordar con cierta nostalgia tantos buenos ratos y anécdotas habidas en aquellos tiempos. ¿Os dice algo el viaje a la feria de Sevilla? Alguien se nos perdió en aquel bullicio de casetas y atracciones y… hasta la mañana siguiente no apareció. ¡Qué noche de preocupación y zozobra! Fue hallado al final descansando plácido en los asientos traseros de un coche “haiga” de aquella época, en la exposición que el día anterior visitamos. ¡Qué feliz se encontraba!
Un recuerdo también muy especial para aquellos jóvenes-alumnos y alumnas que recibieron la Formación Profesional de primer grado, en la rama agrícola y que bajo la dirección de la Agencia de Extensión Agraria de Mengíbar, impartimos las enseñanzas durante varios años en el salón parroquial.
Si bien es cierto que mi vida estuvo siempre enfocada ampliamente hacia la formación de niños y jóvenes, sin embargo, por mis inquietudes sociales, procuraba colaborar también en los distintos frentes que se me ofrecían, desde la Administración Local hasta las distintas asociaciones cuyos objetivos se basaban en atender y promover una más justa protección al más vulnerable.
Una desagradable experiencia, sí que tuve, en el campo de la Administración Local. Se produjo en las elecciones municipales de 1.983. Los vencedores de aquellos comicios, a quienes acompañaban el representante eclesiástico local y algún que otro simpatizante, tuvieron la osadía de, a altas horas de la madrugada, acercarse a mi domicilio y en son de burla, lanzar improperios y palabras de mal gusto contra mí. Actuación poco digna en unos  “señores” que iban a representar a todo un municipio y un tanto de desprecio a la democracia. Mal ejemplo, sobre todo, para los menores. Os quiero confesar que me sentí profundamente herido y en un momento hasta llegué a renegar de mi pueblo que así se comportaba.
Pero a pesar de todo, mi objetivo estaba bien claro. Quería ser útil a mis convecinos y me propuse echar una mano a quien solicitara de mi ayuda. Volqué así mi actividad a través de Cruz Roja, donde estaba integrado totalmente, siendo, desde entonces, mi hobby favorito. Ahí encontré, dados los principios de humanidad y entrega de la Institución, la medida a mis objetivos sociales, llenando plenamente mis aspiraciones.
Villargordo, nuestro pueblo con mayúscula, fue, es y será siempre el protagonista y valedor de sus habitantes. Sus nativos y forasteros residentes harán gala de su señorío, su historia y gallardía.
El carácter del villargordeño quizás no sea muy expresivo, pero posee una riqueza en valores internos interesante. En general, no son muy dados a la lisonja, pero sienten el aprecio y el cariño de sus coetáneos. Abierto y receptivo con el forastero y servicial y comprensivo con sus convecinos. Sabe solidarizarse con los demás y practica la empatía con asiduidad.
Quiero lanzar a los cuatro vientos voces de ánimo para una juventud que bulle con inmensas ganas de vivir, y qué mejores ánimos que los que con sus miradas nos dan todos los jóvenes paisanos que se encuentran aquí. Me congratulo en resaltar, desde este estrado, el trabajo continuado y persistente de esa pléyade de niños, jóvenes y mayores que dedican sus mejores horas del día para el deporte. Villargordo, se está escribiendo con letras de oro últimamente en este campo y quiero, como pregonero de las fiestas, felicitaros a todos por los merecidos éxitos cosechados en las más variadas competiciones. ¡Adelante, que sois los mejores!
Vaya también mi aprecio especial hacia esas Asociaciones Culturales-musicales y de baile que, con frecuencia, nos deleitan en procesiones, conciertos y veladas festivas. Sus afinados instrumentos, voces armónicas y artísticas danzas, consiguen elevarnos a un status superior, saboreando sus acordes, melodías y escenas plásticas. Para todos vosotros y vosotras, igualmente, mi estímulo y simpatía. Vuestro esfuerzo tiene su recompensa.
Asimismo tenemos presentes a aquellos jóvenes de nuestro pueblo que, por circunstancias específicas de trabajo o estudio tuvieron que emigrar a otros países y que hoy no pueden disfrutar con nosotros nuestras fiestas patronales. Para ellos nuestra solidaridad y memoria en todo momento.
Y cómo no, un memorándum obligado para aquellos paisanos nuestros que por imperativo divino nos dejaron para siempre y que desde el cielo intercederán para que nuestro pueblo camine hacia fuentes tranquilas, como dice el salmista, basado en la fe y confianza en lo que está por venir.
Es necesario, con todo ello, que todos consigamos una convergencia de esfuerzo, fructífera y creativa, para hacer frente con generosidad y entrega, conformando un pueblo más próspero y atractivo a los tiempos venideros.
Las personas hacen los pueblos y también los pueblos conforman la dignidad de las personas y su forma de vida.
Pues bien, en ese ir y venir de la gente, sumida en el trajín de cada día, con las preocupaciones propias de tantos y tantos problemas como nos acechan, el villargordeño residente vive  con serenidad y fe en el futuro puesta la esperanza en ese faro que permanentemente le guía y que desde la atalaya de su ermita abraza con amor a todos su hijos: el Santísimo Cristo de la Salud.
Nuestras fiestas de Santiago, no tienen mucha razón de ser si no contamos principalmente con esa imagen del Cristo de la Salud que tanto nos atrae y que consideramos como lo más preciado y valioso entre nosotros. Es un sentimiento vivo de arraigo de una religiosidad popular que hemos mantenido, a través del tiempo, con un profundo respeto por nuestras más antiguas tradiciones y que cuidamos y mimamos con esfuerzo admirable.
Esta imagen del Cristo caló hondo en el corazón de los habitantes de Villargordo, cuando en aquel fatídico año de 1.833 en que, según cuentan las crónicas, la comarca se vio afectada por un brote de peste bubónica, llegando a morir algunos de los vecinos del pueblo. La gente asustada, imploraban la protección del Todopoderoso. Sacaron en rogativas por las calles del pueblo a un Cristo crucificado que se encontraba en la ermita. Cuenta la tradición que la epidemia desapareció y los enfermos fueron recobrando la salud, por lo que a partir de aquella fecha se le comenzó a llamar Señor de la Salud y en agradecimiento se acordó celebrar las fiestas en su honor y no en el de Santa Ana como venían haciendo. Desde entonces los villargordeños celebramos nuestra feria y fiestas de Santiago, por coincidir también la festividad del Apóstol, pero en honor del Santísimo Cristo de la Salud.
Al llegar estas fiestas de Santiago, nuestro pueblo se engalana y se reviste de sus mejores atuendos para rendir pleitesía a nuestro Cristo de la Salud que tantos secretos guarda de sus devotos y tantas gracias prodiga a quien acude a Él.
Es impresionante contemplar la salida del Cristo de su ermita en la noche de la “bajada”. Todas las miradas están puestas en esa pequeña imagen que transmite tanto amor, tanto consuelo y tanta seguridad. Los ojos no parpadean, y en ese momento se produce un estado místico entre el ser humano y la majestuosidad de un Dios que sale al encuentro de la amada.  Experiencia que nos muestra San Juan de la Cruz en su noche oscura”:
 
¡Oh noche, que guiaste;                                                                      
Oh noche amable más que el alborada;
Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada, con el Amado transformada
                          
Y…… un escalofrío recorre nuestro cuerpo. En ese momento no se sabe quién es de Villargordo o forastero, no se sabe quién es creyente, agnóstico o ateo, sólo se sabe que la respuesta es unánime, todos los allí presentes quedan prendados y atraídos por la imagen del Cristo de la Salud, que da paz y sosiego en la intimidad del corazón.
El paso acompasado de los numerosísimos costaleros que portan la imagen, su uniformidad y compostura contribuyen a crear un ambiente cálido de fervor, invitando al vecindario presente a entrar en oración. Y he aquí que se produce, entonces, una comunicación íntima y un diálogo sabrosísimo: Señor…., que vea….Señor dame de beber de esa agua viva…Señor, Señor….
La “bajada” y la “subida”, todo el recorrido en sí, está impregnado de oración. Todos, mayores y menores dirigen su mirada a esa Cruz bendita que porta lo más valioso de nuestro pueblo: El Señor de la Salud.
Alguien ha podido pensar e incluso juzgar que, todo cuanto acontece en la vida de la gente de nuestro pueblo, con respecto a nuestro Cristo, es efímero y poco consistente. Es no conocer la realidad y actuar con cierta ligereza. Acérquense, si no, a nuestra gente y vean, vean cómo se expresan sobre ese tesoro de fe que guardan en su corazón. El foráneo debe respetar las costumbres y vivencias de un pueblo, y nadie puede atribuirse ciertas licencias de cambio o modificación sin contar con quienes son poseedores de su historia.
Que el Santísimo Cristo de la Salud os proteja, os ayude y os colme de vida a vosotros y a todos los vuestros, porque todos absolutamente todos, sois para mí gente muy honrada y de muy honrados deudos.
Pues bien, el protagonismo de un pregonero debe ser pasajero, temporalmente limitado; su papel es tan fugaz como efímero. Y, sobre todo, uno no debe ser cansino, máxime cuando es la fiesta y la reina y damas de honor las que están esperando que uno termine su discurso.
Quiero dar las gracias, de nuevo, a quienes me han dado la oportunidad de hacerlo, y a vosotros paisanos, amigos todos, gracias por escucharme con la atención que lo habéis hecho, gracias por vuestra paciencia.
Es el momento, ahora, de abrazar a nuestros amigos, de divertirse, de compartir alegrías, de dejarse llevar por la música, de romper la rutina y vivir la feria como si fuese la última.

¡¡¡Viva el Santísimo Cristo de la Salud!!!

¡¡¡Viva Villargordo!!!

Sebastián Aranda Aparicio

23-7-2013


4.- DESPEDIDA DEL ACTO
El acto concluyó con la entrega de una placa conmemorativa del acto y a María, su esposa, un ramo de flores.
 

    

 

 
 
 

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