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domingo, 17 de noviembre de 2013

CHISTOLOGÍA ALBAÑILERA LOCAL

Colaboración de José Carlos Castellano
Capítulo II
El otro día, esta historia se encontraba al final de todos los chistes, usease, por eso era la porretas entonces. Tomando café lo comenté con los amigos y uno de ellos, Antonio Jiménez Pizt, nos relató otras dos historias locales de albañiles, en su caso, protagonizadas por dos hermanos de su padre. Acordamos publicarlas juntos y así la porretas de entonces se coloca la primera hoy.
¡Espero que os gusten!

Haciendo obra en Grañena los hermanos Rafael y José María Álvarez Bonaque, conocidos popularmente como “Cachaflatas” y “pololo” respectivamente:
El señor “Cachaflatas” era un albañil del montón que no tenía mucha idea de albañilería porque nunca había trabajado en la obra de manera continuada pues, al ser unos tiempos de penuria económica y como buen padre de familia, cada día trabajaba en lo que lo requerían. En una ocasión un cortijero lo contrató de maestro para levantar unos tabiques en el cortijo y él se llevó de ayudante a su hermano José María.
Rafael había trabajado como albañil en lo que entonces se estilaba, levantar paredes de tierra con tapiales pero, como en esta ocasión lo contrataron para levantar unos tabiques con ladrillos, él se dio cuenta de que lo iba a tener algo difícil. No se acogotó y comenzó a torear la corrida usando el sentido común y la experiencia. Trabajar con reglas y cuerdas no fue fácil para él y cuando ya estaban bien elevados se percató de que no estaban las paredes bien aplomadas.
Como el ingenio del señor “Cachaflatas” era grande pues le ordenó a su hermano hacer masas de yeso y tierra sin parar para enlucir rápido el trabajo mal hecho y así disimular las panzas de la pared.
Una vez acabados, como tenían la mosca detrás de la oreja, fueron de inmediato al dueño para cobrar rápido y, como justificación, le alegaron que tenían que empezar al día siguiente otra obra en Espeluy.
Como el medio de transporte de entonces era andando pues no habían llegado al pueblo todavía cuando un jinete los alcanzó y los saludó, era el dueño del cortijo. Se detuvieron al verlo, él desmontó del caballo y les dijo:
- Oye, Rafael, que uno de los tabiques se ha caído.
Éste, al escuchar la esperada noticia no se alteró y le contestó con gran tranquilidad:
- ¡Pues no será por viejo!

Colaboración de Antonio Jiménez Pizt
Haciendo obra mi chacho Francisco JiménezEl rubio”, el padre de Juan El Rucho”. Es el de la boina:
Antiguamente los albañiles tenían que hacer unos trabajos que estaban relacionados con las necesidades de  aquellos tiempos, nada parecido a lo actual pues ni los materiales ni las herramientas de trabajo que se usan ahora tienen comparación con las usadas antes.
Mi tío fue contratado para empedrar una era, ahora no se puede entender la utilidad de este trabajo pero antes era totalmente necesario para poder sacar los granos con más limpieza en el verano.
Cuando amaneció, mi chacho ya estaba en la era dando vueltas de un lado para otro, así esperaba que llegara el dueño para empezar.
Como tenía el martillo empuñado con una mano y colocado sobre el hombro, recordando los desfiles de la mili, pues el dueño lo observó y le preguntó sorprendido:
- ¿Dónde tienes la esportilla con los clavos y las cuerdas?
- En ningún sitio, me sobra con el martillo para poner las piedras que tú me acarrees.
- ¿Cómo te va a salir todo parejo? –le preguntó el dueño.
- ¡No te preocupes, aquí trabaja la vista!
En el verano cosecharon en la era y, como tenía más subidas y bajadas que la carretera de “Churriana”, el hijo del dueño se subió en el trillo y llegó un momento en el que el padre se asustó porque de pronto se perdieron de su vista el trillo, el zagal y la burra. Alarmado, salió corriendo en su búsqueda y entonces se dio cuenta de que todo se había debido a una realidad, estaban perdidos en una de las vaguadas del empedrado tan ondulado que había hecho “El rubio”.
Ahora le toca hacer obra a mi otro chacho, éste se llamaba Juan Jiménez y estaba casado con una señora cuya familia tenía de apodo “Los terreros”. El famoso médico de Jaén, D. Juan Almagro, es sobrino de ella. En los años de la emigración mi chacho y su familia se fueron a vivir a Barcelona.
Como los albañiles de antes trabajaban en todo pues también le arreaban a la agricultura y eran contratados en las cortijadas. En esta ocasión Juan estaba arando con mulos en el cortijo de Bartolomé El nieto”. Como también hacía, de vez en cuando, trabajos en la albañilería pues necesitó Bartolomé cerrar en la cocina el hueco de una alacena para ampliar otra habitación que había al otro lado de la pared.
Como sabía que Juan podía hacerlo pues se lo propuso. Estaba mi chacho dentro de la alacena y el que le amasaba el yeso fuera. Empezaron a charlar y a poner ladrillos, estaban tan distraídos con la conversación que el tabique fue subiendo y subiendo, subió tanto que llegó un momento en el que no se percataron los albañiles de que Juan se había quedado emparedado dentro de la alacena.
Estaban en esa situación cuando entró en la cocina Bartolomé y le preguntó al que amasaba:
- ¿Dónde está el maestro?
- Pues en la alacena poniendo ladrillos –le respondió.
- ¿Y por dónde va a salir? –preguntó Bartolomé al ayudante.
- ¡Es verdad!

Entonces tuvieron que romper la pared y, mientras lo hacían se meaban de risa los tres.
 

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