Colaboración
de José Carlos Castellano
Capítulo II
El otro día, esta historia se encontraba al final de
todos los chistes, usease, por eso era la porretas entonces. Tomando café lo
comenté con los amigos y uno de ellos, Antonio
Jiménez Pizt, nos relató otras dos historias locales de albañiles, en su
caso, protagonizadas por dos hermanos de su padre. Acordamos publicarlas juntos
y así la porretas de entonces se coloca la primera hoy.
¡Espero que os gusten!
Haciendo obra en Grañena los hermanos Rafael y José
María Álvarez Bonaque, conocidos popularmente como “Cachaflatas” y “pololo”
respectivamente:
El señor “Cachaflatas”
era un albañil del montón que no tenía mucha idea de albañilería porque nunca
había trabajado en la obra de manera continuada pues, al ser unos tiempos de
penuria económica y como buen padre de familia, cada día trabajaba en lo que lo
requerían. En una ocasión un cortijero lo contrató de maestro para levantar
unos tabiques en el cortijo y él se llevó de ayudante a su hermano José María.
Rafael había trabajado como albañil en lo que entonces se
estilaba, levantar paredes de tierra con tapiales pero, como en esta ocasión lo
contrataron para levantar unos tabiques con ladrillos, él se dio cuenta de que lo
iba a tener algo difícil. No se acogotó y comenzó a torear la corrida usando el
sentido común y la experiencia. Trabajar con reglas y cuerdas no fue fácil para
él y cuando ya estaban bien elevados se percató de que no estaban las paredes
bien aplomadas.
Como el ingenio del señor “Cachaflatas” era grande pues le ordenó a su hermano hacer masas de
yeso y tierra sin parar para enlucir rápido el trabajo mal hecho y así disimular
las panzas de la pared.
Una vez acabados, como tenían la mosca detrás de la
oreja, fueron de inmediato al dueño para cobrar rápido y, como justificación,
le alegaron que tenían que empezar al día siguiente otra obra en Espeluy.
Como el medio de transporte de entonces era andando
pues no habían llegado al pueblo todavía cuando un jinete los alcanzó y los
saludó, era el dueño del cortijo. Se detuvieron al verlo, él desmontó del
caballo y les dijo:
- Oye, Rafael,
que uno de los tabiques se ha caído.
Éste, al escuchar la esperada noticia no se alteró y
le contestó con gran tranquilidad:
- ¡Pues no será
por viejo!
Colaboración
de Antonio Jiménez Pizt
Haciendo obra mi chacho Francisco Jiménez “El rubio”, el padre de Juan “El Rucho”. Es el de la boina:
Antiguamente los albañiles tenían que hacer unos
trabajos que estaban relacionados con las necesidades de aquellos tiempos, nada parecido a lo actual
pues ni los materiales ni las herramientas de trabajo que se usan ahora tienen
comparación con las usadas antes.
Mi tío fue contratado para empedrar una era, ahora no se puede entender la utilidad de este
trabajo pero antes era totalmente necesario para poder sacar los granos con más
limpieza en el verano.
Cuando amaneció, mi chacho ya estaba en la era dando vueltas
de un lado para otro, así esperaba que llegara el dueño para empezar.
Como tenía el martillo empuñado con una mano y
colocado sobre el hombro, recordando los desfiles de la mili, pues el dueño lo
observó y le preguntó sorprendido:
- ¿Dónde tienes la esportilla con los clavos y las
cuerdas?
- En ningún sitio, me sobra con el martillo para poner
las piedras que tú me acarrees.
- ¿Cómo te va a salir todo parejo? –le preguntó el
dueño.
- ¡No te
preocupes, aquí trabaja la vista!
En
el verano cosecharon en la era y, como tenía más subidas y bajadas que la
carretera de “Churriana”, el hijo
del dueño se subió en el trillo y llegó un momento en el que el padre se asustó
porque de pronto se perdieron de su vista el trillo, el zagal y la burra.
Alarmado, salió corriendo en su búsqueda y entonces se dio cuenta de que todo
se había debido a una realidad, estaban perdidos en una de las vaguadas del
empedrado tan ondulado que había hecho “El
rubio”.
Ahora le toca hacer obra a mi otro chacho,
éste se llamaba Juan Jiménez y
estaba casado con una señora cuya familia tenía de apodo “Los terreros”. El famoso médico de Jaén, D. Juan Almagro, es sobrino de ella. En los años de la emigración
mi chacho y su familia se fueron a vivir a Barcelona.
Como los albañiles de antes trabajaban en todo pues
también le arreaban a la agricultura y eran contratados en las cortijadas. En
esta ocasión Juan estaba arando con
mulos en el cortijo de Bartolomé “El nieto”. Como también hacía, de vez
en cuando, trabajos en la albañilería pues necesitó Bartolomé cerrar en la cocina el hueco de una alacena para ampliar
otra habitación que había al otro lado de la pared.
Como sabía que Juan
podía hacerlo pues se lo propuso. Estaba mi chacho dentro de la alacena y
el que le amasaba el yeso fuera. Empezaron a charlar y a poner ladrillos,
estaban tan distraídos con la conversación que el tabique fue subiendo y
subiendo, subió tanto que llegó un momento en el que no se percataron los
albañiles de que Juan se había
quedado emparedado dentro de la alacena.
Estaban en esa situación cuando entró en la cocina Bartolomé y le preguntó al que amasaba:
- ¿Dónde está el maestro?
- Pues en la alacena poniendo ladrillos –le respondió.
- ¿Y por dónde va a salir? –preguntó Bartolomé al
ayudante.
- ¡Es verdad!
Entonces tuvieron que romper la pared y, mientras lo
hacían se meaban de risa los tres.
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