Colaboración de Ramón Jiménez Fernández y Paco
Pérez
Con
Ramón Jiménez Fernández comparto la
afición por la fotografía e impulsados por ella salimos, de vez en cuando, por
nuestros campos para disfrutar con las estampas que nos muestran éstos y
captarlas con las cámaras. En una de nuestras salidas fuimos observando y grabando los
encuadres más llamativos de los parajes de nuestro entorno próximo. Uno de los
temas que más ocupó nuestra conversación fue el que nos inspiró la
contemplación del deplorable deterioro
que presentaban ciertos olivos, algunos ya estaban secos y otros en vía de
estarlo.
De
regreso, pasamos por el “Cerro San
Cristóbal” y en sus tierras encontramos los excrementos que los caballos
que pastan en ese erial le habían regalado al terreno de ese minúsculo reducto
que todavía queda en nuestro entorno sin olivos.
Nos alegró mucho el volver a
presenciar una estampa inusual de estos tiempos locos pues cuando éramos niños
ni reparábamos en el estiércol que había por todos los campos y ahora, cuando
ya no se dan estas estampas labriegas, es cuando valoramos lo que se ha perdido
en la agricultura con su desaparición.
Al
observar las boñigas grabamos algunas imágenes de ellas, Ramón viajó hasta su niñez y se acordó de un animal que ya había
desaparecido de nuestro entorno, el “Escarabajo
pelotero”= “Escarabaeus laticollis”.
Seguimos
caminando, hablando del tema y el amigo Ramón
recordó que ese animal vivió feliz entre nosotros desde tiempos inmemoriales
hasta que le entró a nuestros agricultores la locura de los productos químicos,
más o menos, en la segunda mitad del S.
XX.
¿Qué ocurrió entonces?
Que
los productos químicos y los tractores hicieron su aparición en el mercado,
ambas innovaciones tecnológicas ocasionaron que nuestros campos ya no fueran
laboreados con equinos, que las boñigas no estercolaran nuestras tierras, que
los “Escarabajos peloteros” no
pudieran hacer sus pelotas y que desaparecieran de nuestros campos poco a poco.
Así están ahora:
Hoy,
en pleno S. XXI, podemos presumir de
tener de todo pero también tendremos que reconocer que nuestros campos están
con algunas boñigas pero aisladas y sin los “Escarabaeus laticollis”.
En
la tertulia del café, jugando al ajedrez con los jóvenes, les conté esta
pequeña anécdota y uno me preguntó:
-
¿Qué bicharraco tiene ese nombre tan raro?
-
Da igual llamarlo con ese nombre que con el que vulgarmente lo hemos conocido
las personas de mi edad o mayores, el “Escarabajo
pelotero” –le contesté.
-
Llevas razón no he escuchado ese nombre en mi vida –me respondió.
–
No te preocupes tío, lo tuyo es escribir en el
WhatsApp a todas
horas, para no aburrirte, textos cortos que no te lleven a hacer mucho
esfuerzo. Por ejemplo: [t k tía] en
vez de [Te quiero tía].
Después
de esta respuesta se rieron un montón porque era su jerga y lo que realmente les
molaba.
Al
llegar a casa abri los archivos fotográficos y entonces mi mente se puso en
marcha de inmediato, recordó los temas tratados y me transportó al recuerdo
imborrable de aquellas escenas labriegas en las que acompañando a mi padre, al
atardecer, íbamos hasta una parcela de olivar que está situada en el paraje
conocido como “Los Llanos”, nosotros
la llamábamos “Retama”. Este nombre
se lo pusimos porque en el “partior”
había muchas plantas y, entre ellas este matorral cuyo nombre científico es “Retama Sphaerocarpa”.
En
aquellos años, personas expertas en el tema agrícola empezaron a hablar
maravillas de los tratamientos que
habían empezado a aparecer en el mercado para combatir las plagas. Mi padre era un lego en el tema agrícola porque comía
de la escuela pero otros que vivían del terruño también picaron el anzuelo y se
creyeron los nuevos discursos sobre “fungicidas”, “plaguicidas” y “herbicidas”.
La aplicación de estos remedios alcanzó su máximo esplendor en la década de los
ochenta y Villargordo se apuntó
también a tratar sus plantas con las
avionetas del paisano Sebastián
Almagro Castellano, el pariente de José
Carlos Castellano Calles, al que él rindió, con sus escritos y fotos, un
sentido homenaje póstumo en “Villargordo
nos reúne”.
En
las eras de la “Dehesa Boyar”, en
una ocasión, y en las del “Ejido Moya”,
en otra, Sebastián aterrizaba y
despegaba para cargar los productos químicos en la panza de su avioneta. La
verdad, esos días los niños disfrutábamos con el espectáculo de los despegues y
aterrizajes.
Cuentan
que algunos atrevidos villargordeños, muy amigos de él, fueron invitados a
presenciar desde las alturas cómo realizaba su trabajo y lo que no contaron
después éstos intrépidos fue el olor nauseabundo que le dejaron a Sebastián en la cabina como moneda de
pago por el viaje realizado.
Mi
padre decidió que había que fumigar las
olivas porque se calentó cuando escuchó
las bondades de esa acción, creyó en
ellas, consideró de gran importancia
hacerlo y se puso manos a la obra. Entonces,
a pequeña escala, la operación se realizaba con una máquina sencilla cuyo
mecanismo consistía en un depósito para los polvos mágicos, un manubrio que
movía las aspas de un ventilador, éste impulsaba el producto hacia el exterior
y por un largo tubo salía al exterior espolvoreado. La máquina iba colgada de
los hombros del fumigador a la altura del estómago, con una mano movía el
manubrio y con la otra manejaba el tubo hacia la parte del olivo que se quería
curar.
Como
a todos los sitios se iba a música talón porque el mejor vehículo de entonces
era una bicicleta de la marca “Orbea”,
nosotros no teníamos ni esa maravilla primitiva, pues uno se cargó la máquina a
las espaladas y el otro el saco de los polvos al hombro… ¡¡¡Menuda industria se inventó mi padre!!!
Al
volver a casa majados, ya de noche, él debió de acordarse del refranero popular:
[Santo Tomás, una y no más] o [De los escarmentados nacen los avisados].Debió
de ser por eso, o algo parecido, pero lo cierto es que yo no recuerdo que
repitiéramos el experimento agrícola.
¿Por qué saco del baúl de los recuerdos esta
escena?
A
los villargordeños nos han bastado cincuenta años de nuestra vida para
conseguir que el “Olivar”, nuestro ecosistema, haya sido destruido de
manera irreversible.
¿Por qué sentencio con tanta rotundidad?
He
viajado hasta comienzos de la década de los años sesenta, cincuenta años nos
separan de esa vivencia, y me ha sobrado tiempo para poder comprobar el proceso
evolutivo de ese deterioro.
Recuerdo
que con esa edad se araba el olivar sólo con mulos y, éstos no podían entrar
hasta los troncos de los olivos, pues debajo de ellos, por esa razón, se
quedaban unas isletas sin arar y éstas permitían a la hierba crecer de manera
espontánea. Después, los agricultores cavaban esos suelos con las azadas y otros
no podían o no tenían ganas de doblar el eje.
Hubo
un tiempo en el que otros, muy avanzados ellos, descubrieron que había que
limpiarle a las raíces las “tortoleras”,
así llamaban ellos a los pelos absorbentes de los olivos. Los resultados fueron
calamitosos y durante unos años bajó la cosecha porque los olivos no podían
chupar sus alimentos.
Entonces,
entre parcela y parcela solía haber unas zonas de tránsito para los animales,
conocidas vulgarmente como “madres”.
También había eriales, espacios no cultivados por estar situados en zonas de
difícil laboreo o inaccesibles, los que permitían crecer a las plantas de
manera silvestre y dar cobijo a los animales para criar.
Pasan
los años, entran en juego los TRACTORES,
y con ellos ya se podía arar hasta los troncos y algunas zonas no cultivadas
pasan a ser aprovechadas. Esta nueva situación hace que los animales queden sin
protección o no puedan nacer.
Antes
de los tractores el elemento estrella de los campos era la “HIERBA” y, gracia a ella, el Ecosistema “El Olivar” podía funcionar… ¿Cómo?
Alrededor
de los hierbazales los insectos
ponían sus huevos para procrear y una vez nacidos los animales alados de ese entorno se alimentaban. Las plantas crecían,
se desarrollaban y daban las semillas
que servirían para alimentar a los
pájaros del lugar, éstos harían sus nidos en los árboles o en la maleza, en
nuestro ecosistema era frecuente salir al olivar para buscar los nidos de “tórtola”, todos los abuelos o padres
los buscaban para regalárselos a los pequeños, por ejemplo. Los pájaros se
alimentaban de los insectos que dañaban a los olivares y otros árboles. Las alimañas carnívoras los cazaban
acechándolos escondidas y los alados
grandes, a su vez, las sorprendían a ellas con sus vuelos rápidos y picados.
A
grandes rasgos este era el secreto de la “CADENA
ALIMENTARIA” de nuestro ecosistema, “El
OLIVAR”. Por ello, cuando se suprimió uno de los eslabones de ella todo
quedó arruinado, nosotros lo hemos conseguido porque hemos matado las “HIERBAS” y dejado los suelos en
perfecto estado de revista. Vean cómo tenemos nuestros olivares de hierbas,
fíjense bien:
Otro
ejemplo que tenemos en Villargordo
de destrucción está en el “Coto de Caza”…
¿Qué ocurre?
La
“perdiz” es la figura estelar de él
y se la han cargado con dos acciones destructoras:
1ª.-
Como no hay hierbas ellas no pueden esconder sus nidos, los hacen en cualquier
lugar desprotegido y las alimañas se comen los huevos. El cazador, que es el
mayor depredador, también los busca y, cuando los encuentra, se los lleva a
casa para echarlos a las gallinas y obtener ejemplares que le permitan vender los
pollos después o ir con ellos a la caza del “Cuco” o “Reclamo”.
2ª.-
Como hay en el coto más escopetas afiliadas que perdices nacen pues se han
cargado a la perdiz autóctona del lugar
y para repoblarlo le sueltan perdices criadas en granjas, solución no válida
porque no tienen chispa.
¿Será posible solucionar el problema que le
hemos ocasionado a nuestro ecosistema?
Lo
veo difícil, por no decir imposible. Pienso así porque el modelo de laboreo que
tenemos ahora ha entrado en un camino de no retorno debido a que los costes de
producción son la causa principal de la situación actual. Los salarios altos no
podrían pagarse recogiendo la aceituna, una a una, y en suelos con hierba.
Estamos
condenados a la destrucción porque si en este periodo corto de tiempo hemos
involucionado tanto… ¿Qué sucederá
cuando sigamos haciendo lo mismo otros cincuenta años más?
Los
olivos se secan ahora y ningún listillo le da en la tecla… ¿Por qué será?
Durante
muchos años hemos echado a los suelos “Semacina” para impedir el nacimiento de
la hierba, al principio se echaban dos litros por cuba de tres mil, y en años
alternos. Después el suelo se hizo resistente
a ella, como le ocurre al cuerpo con los antibióticos cuando no los usamos
bien, y las dosis pasaron a ser más elevadas y anuales, algunos chiquitos
hablaban de haber echado hasta veinte litros por cada tres mil de agua… ¡¡¡Una auténtica barbaridad!!!
Las
curas del árbol con pistola hacen que el líquido chorree sobre el suelo, hay
que hacerlo atomizado y por impacto, no a chorro. Otro elemento tóxico para el
árbol y, consecuentemente, para el suelo… ¡¡¡Otra nueva barbaridad!!!
Las
“Comunidades de regantes” fueron un acierto
porque mejoró la masa foliar de los olivos con los riegos y porque incentivaron
la economía familiar, pero algunos egoístas no tiene otra cosa mejor que hacer
que dormir en los olivares cuando riegan para cometer irregularidades y conseguir
así que sus propiedades reciban más agua. Nos hemos olvidado de que el olivo no
necesita tanta agua, es de clima mediterráneo.
¿Dónde está la causa por la que se secan
cada vez más?
Antes
se abonaba de manera natural, con “el
estiércol” que generaban los animales pero si ahora no hay animales… ¿Qué estiércol vamos a echar?
Algunos
residuos de aquellas labores he captado junto a “Miami II”:
1º.-
Repartían el estiércol en montones.
2º.-
Extendían por la parcela los
excrementos de manera equitativa.
3º.-
Araban para voltear la tierra,
enterrar el estiércol, facilitarle su descomposición y así sería su asimilación
por las plantas más fácil.
Ramón, que como
buen fotógrafo es muy observador, me remitió unas fotos con las que pretendía
concienciar a nuestros paisanos de que la ausencia del estiércol de los mulos, caballos o burros ha
dado lugar a que desaparezcan de nuestro “Ecosistema”
los “Escarabajos peloteros”, muy
frecuentes entre nosotros en el siglo pasado.
Estos
animales necesitaban dichos restos fecales para alimentarse, formar las bolas
por rodamiento empujándolas de culo, guardarlas escondidas en galerías
subterráneas y poner sus huevos en ellas para que, cuando nacieran sus larvas,
éstas se alimentaran de ellos hasta que alcanzaran su total desarrollo.
Con
este ejemplo Ramón se ha encargado de recordarnos, de ilustrarnos con sus fotos
y de enseñarnos que:
1.-
En la antigüedad, estos animales vivieron felizmente en nuestro entorno y
nuestra labranza se los ha cargado.
2.-
En la primera mitad del siglo pasado todavía jugueteaban con sus bolas en los
estercoleros del pueblo.
3.-
Cuando los tractores y maquinarias sustituyeron a los animales equinos en las
labores agrarias emigraron y, como no han quedado familiares en nuestros campos,
pues nadie sabe dónde están ahora viviendo… ¿Estarán en los países subdesarrollados?
Podría
seguir recordando con añoranza la ausencia de otros animales pero prefiero que vuestras
mentes trabajen un poco y piensen a qué otros os gustaría ver de nuevo.
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