Colaboración de Paco Pérez
Capítulo
II
Las personas, cuando
tenemos poca edad o no pensamos en las consecuencias posteriores de nuestros
actos, damos una imagen que con el paso de los años nos encasilla y ya es muy
difícil salir de ese concepto que se forjaron de nosotros los demás.
En D. Francisco concurrieron esas
circunstancias y quienes convivimos a diario con él o lo conocíamos desde que
éramos niños sabemos perfectamente que tenía unas cualidades humanas enormes, que
nadie se preocupó de valorarlas y, mucho menos, de empezar a encasillarlo por
esas otras cualidades.
Que las personas sean
inconscientes o irresponsables en su niñez o juventud no significan que por
haber matado en esas épocas o posteriores algún gato que otro ya se le tenga
que estar llamando de por vida “matagatos”,
ese fue su caso. El mayor delito que cometió fue nacer, crecer, vivir, trabajar
y morir en su querido pueblo, Villargordo.
Sí, esa es la verdad.
Ya va siendo hora de que
los villargordeños nos demos cuenta
de que acogemos muy bien a los forasteros y les damos todo lo que negamos a los
paisanos… ¿Por qué procedemos así?
Porque quienes se instalan
a vivir entre nosotros, nada más llegar, ya tienen concedida del vecindario la
certificación de buenas personas y todo lo que les haga falta se les regala sin
más. Ejemplo: Hace ya algunos años un señor compró la “Fábrica de harinas” y una casa, vestía con elegancia y tenía buen
porte. Recibió el trato descrito y se forjó un círculo de amistades. Pasados
unos años el inmaculado señor comenzó a recibir el trigo y a engañar a quienes
confiaron al llevarle los productos obtenidos de sus campos con su esfuerzo
personal, algunos de sus amigos íntimos también fueron sableados con el timo de
me traes, luego te pago y una madrugada me marcho del pueblo.
Yo no he escuchado después
más críticas hacia aquel señor por aquellos incidentes económicos… ¿Por qué?
Porque el señor Antonio se marchó de Villargordo y D. Francisco no, con el primero se cumple el refranero cuando dice:
[Muerto el perro se acabó la rabia.].
Como el segundo permaneció aquí, sin ofender ni extorsionar a nadie en el plano
dinerario, pues le aplicaron ese deporte que han popularizado las cadenas
televisivas con sus programas basura, murmurarle sus intimidades o deslices.
Lo que nadie comenta es
que él, al tener la titulación de
practicante, pues también era requerido para atender a los enfermos que
necesitaban recibir inyectables en sus tratamientos y, como eran unos tiempos
muy complicados en las economías familiares pues los atendía y no les cobraba
esos servicios, la mayor parte de las veces. Recuerdo que era muy hábil para poner
los medicamentos por vía intravenosa.
¿Por qué no se comentaba entonces, por quienes recibieron un trato
altruista de él, lo bueno que les hizo cuando estaban necesitados?
El comportamiento de las
personas, a veces, sorprende al colectivo en el que viven porque nadie conocía
lo que les ocurría hasta que no protagonizan un acto violento, entonces ese
acontecimiento los deja con la boca abierta y, cuando se recuperan, entonces es
cuando empiezan a investigar las miserias que los atenazaron hasta que explotó el
problema, entonces empiezan a largar de ellos con la lengua.
He pasado muchas horas con
D. Francisco y jamás le escuché
quejarse del asesinato de su padre y tampoco por la cruz de su hijo Pepito. Ambas desgracias las llevó con
dignidad silenciosa de hijo y padre.
¿Tenía motivos para perder los papeles en más de una ocasión para así
poder olvidar?
Tal vez sí. Dejo abierta
esta posibilidad porque, me lo contó mi padre, cuando se enteraba de que venía
al pueblo una de las personas que se vieron implicadas en el hecho luctuoso de
su padre entonces se pasaba de empinar el codo a posta, tomaba la escopeta y lo
buscaba. Como el pueblo era pequeño, lo que hacía corría como la pólvora y el
perseguido se volvía a ausentar del pueblo para evitar que le descerrajara los
dos cartuchos en el cuerpo.
He dejado abierta esta
posibilidad porque, cuando vino la “Transición
política”, él sí se lanzó a participar como candidato de UCD a la alcaldía de nuestro pueblo y
ahí es donde encuentro alguna conexión a esta decisión. Lo gracioso del asunto
es cómo surgió el proyecto, el promotor de formar una candidatura independiente
no participó y él, que no fue el inventor de la idea, sí fue quien finalmente
se puso al frente de ella.
Unos minutos antes de las
15:00 horas estábamos un grupo de maestros
villargordeños esperando que llegara el momento de entrar a clase y uno, ya
fallecido, nos propuso:
- ¿Qué os parece si formamos una candidatura independiente?
Todos le seguimos el juego
en un plano cachondo y por eso nadie le tomó en serio su propuesta. Al día
siguiente volvió a la carga, ya sí nos pidió que le diéramos una respuesta a su
propuesta, yo le dije que nada de nada, D.
Francisco sí aceptó y el promotor de la candidatura, cuando llegó la hora
de la verdad, no participó… ¿Por qué?
Nunca supe la razón que le
hizo abandonar el barco.
A D. Francisco lo conocía como compañero de profesión ocurrente que
nos alegraba los recreos, como hombre dotado de una gracia enorme para hacer
inolvidable una liguera y mil cosas más. Lo que no sabía de él es que era tímido
y este nuevo rasgo de su perfil psicológico lo descubrí el día que debutaba en
campaña electoral como candidato de UCD
a la alcaldía… ¿En qué me baso para
opinar así de él?
Si hubiera sido de otra
forma no se hubiera refugiado en los “Gin
Tonic” unas horas antes de dar su primer mitin en el local de la vieja
escuela de D. José Alcalde Siles,
hoy convertida en “Centro de Salud”.
Tal vez lo hiciera para soltar las amarras que lo ataban a no sé qué y que con
aquellos bebedizos pudiera liberarse de ese peso.
Aquella tarde su salvación,
como persona y como candidato, estuvo en alguien que también lo quería mucho, Juanito “Tropezón”. Cuando observó que iba por el camino equivocado, comenzó
a servirle en el vaso sólo los cubitos y la tónica, no dejó de hablarle y de
darle ánimos y cuando lo apartó del teórico vaso de combinado le propuso que
tomara un café doble con hielo. Cuando le faltaba una hora para debutar comenzó
a recordarle dónde debía de estar dentro de un rato y que lo mejor era que se
fuera ya para la casa a descansar un poco y a cambiarse de ropa. Así actuaba
Juanito, en silencio y al servicio de la amistad y de la seriedad cuando era el
momento.
A la hora programada D. Francisco estuvo en el sitio que
debía de estar, sobrio y perfectamente vestido y peinado; lo acompañaban los
miembros de su candidatura y yo me encontraba entre el público esperándolo.
Acudí por varias razones: Era la candidatura que representaba al único partido
que me ilusionó, a ella pensaba darle mi voto, era mi amigo y compañero y porque
unas fechas antes del mitin me confió el contenido de su mensaje.
El día que lo hizo estábamos
en el recreo y me dio unos folios manuscritos para que se los mecanografiara,
le acepté su petición de inmediato y le agradecí la confianza que depositaba en
mí con aquel gesto.
Una vez celebrados los
comicios el PSOE ganó las elecciones
y D. Francisco no volvió a
participar más en la política local.
En aquellos años el
horario escolar todavía mantenía las sesiones de mañana y tarde. Acabábamos a
las cinco y nos esperábamos en la puerta del Colegio él, mi padre, Sebastián
“El gordillo”, Pepe “Porroncho”, Juanito “El sereno” y yo.
Cuando el equipo estaba
completo íbamos en procesión a tomar café y nos echábamos un buen rato de
chirigotas, con él como protagonista principal. Una tarde estábamos así en “Tropezón” tomando el café de rigor en
la parte del mostrador que les servía de expositor para los mariscos, D. Francisco estaba sentado en el
poyete que había en la ventana que daba al “Paseo” y los demás haciendo el cerco. Junto a la puerta de la calle
había apiladas unas mesas de aluminio.
La reunión amplió el
número de componentes porque se nos acercó y saludó Tomás “El minico”, éste
llevaba un carpetón en la mano
izquierda, la apoyó sobre las mesas apiladas en una postura de reposo sobre
ellas y comenzó a integrarse con nosotros en la conversación, Tomás era un tío muy abierto y hacía
juego con todas las personas y edades.
Es el que está debajo del niño de arriba.
En un momento escuché la voz
de Tomás:
- D. Francisco.
El interpelado no se dio
por aludido y comenzó a darle, de manera disimulada, la espalda. Unos minutos
después volvió Tomás a la carga:
- D. Francisco, le traigo una cosa buena.
De golpe, D. Francisco cambio de postura y nos
sorprendió cuando, mirándolo, levantó la voz para decirle a Tomás:
- ¡¡¡Que nooo, “minico”, que nooo!!!
Nosotros nos mirábamos
sorprendidos porque no sabíamos de qué iba el diálogo que mantenían los dos y
de nuevo le habló Tomás:
- Debe usted pensarlo
bien, le interesa bastante.
- Vamos a ver, “minico”… ¿Qué ventajas tendría yo si me hiciera el seguro de los muertos?
- Muchas, ya se lo expliqué
antes.
- La única manera que yo
tendría de engañar a la compañía y sacarle ventajas sería muriéndome al día siguiente
de firma la póliza… ¿Sabes lo que te
digo?
No pienso firmarla y, cuando me muera, si la familia
no puede enterrarme que lo hagan las autoridades y si éstas tampoco pueden pues
que me dejen por aquí dando vueltas otra temporada.
Tomás cogió
su carpetón de fichas y salió cabizbajo
por la puerta. Mientras lo hacía nosotros nos mondábamos de risa con la ocurrencia
que tuvo D. Francisco para decirle
no.
Como era muy amante del
fútbol y estaba implicado con el equipo que había formado junto a mi padre con
los alumnos en la edad escolar pues al ser mayores representaban a nuestro
pueblo y salían a otros, en esta ocasión lo hicieron a Jódar. Viajarían el domingo, saldrían a media mañana en coches,
irían preparados de alimentos para almorzar en un punto de la ruta. La noche
del sábado D. Francisco se acostó un
poco tarde y acudió con la hora justa para salir. Antes de subirse comenzaron a
cargar las provisiones en uno de los coches, entre lo que compraron iba una
garrafa de vino.
A él le correspondió
viajar en el coche que no iban los alimentos y antes de partir acordaron que la
parada para almorzar se haría en Jimena.
Los coches salieron y
nadie supo explicar después qué ocurrió para que el coche de D. Francisco viajara hasta Jimena, tal
y como acordaron, y en el lugar que lo habían hecho otra veces. Pasaba el
tiempo, el otro coche no llegaba, los estómagos comenzaban a pedir comida, el
mono licorero llamaba a las puertas, la inquietud se apoderó del grupo y el
cabreo subió muchos escalones. En esta situación decidieron continuar hasta Jódar para comprobar si se habían
confundido y ya estaban allí.
Acertaron de pleno con las
sospechas y al llegar se los encontraron comiendo y bebiendo. El cabreo de D. Francisco aumentó al verlos tan tranquilos
y entonces les dijo:
- ¡¡¡Esto es Jimena ni pollas!!!
El grupo no se cabreó y lo
que hizo fue mearse de risa con la frase que les dedicó y que se hizo famosa.
Con el paso de los años las palabras de ella, “ni pollas”, fueron las que le adjudicaron el apodo de “Don Nipo”.
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