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viernes, 1 de noviembre de 2013

RECUÉRDAME DESPUÉS DE MORIR

Colaboración de Tomás Lendínez

La visita a los cementerios es el contrapunto, por emplear  un símil fotográfico de la ciudad viva, un lugar que en esta festividad de los fieles difuntos, muchos de nosotros solemos  visitar, recordando así a los que ya emprendieron ese viaje sin retorno que es la muerte.

Memente mori” dice una sentencia latina, que quiere decir: “Recuérdame después de morir”, y aunque esto deba ser indiferente para el difunto, su recuerdo nos acompañará infinitamente, reflejándose, escrito en tumbas, nichos, criptas y mausoleos una y otra vez en la mayoría de ellas.
Desde siempre, el recuerdo de la muerte, es un hecho que ha interesado e inquietado a la humanidad, por lo que se hace sentir en todas nuestras manifestaciones y creencias. En la religión católica, el recuerdo de ella, se exalta y manifiesta en todo su esplendor durante la festividad de la Semana Santa, donde todo gira en torna a la muerte y resurrección de Cristo. 
Particular interés suscitan, dentro del tema comentado, algunas iglesias y capillas cuyos muros están tapizados con infinidad de calaveras y huesos humanos, pudiéndose ver en las ciudades de Valladolid y Guadalajara, también en la ciudad portuguesa de Évora, el convento donde se encuentra la llamada Capela dos Osso; se puede visitar el lugar donde se recuerda a los “hermanos” fallecidos cubriendo los muros de la cripta con calaveras y huesos de los monjes que ya no comparten este mundo. Nos comentó el guía que son más de tres mil los restos, algunos de ellos momificados, con que las paredes se tapizan.
El recuerdo a los muertos se manifiesta también en otros muchos lugares, como todos sabemos, levantando soberbios monumentos, como por ejemplo, en el Monasterio de Poblet, donde se puede admirar el enterramiento de los Reyes de Aragón, posiblemente el mejor ejemplo del gótico cisterciense, en el Monasterio del Escorial, en el Valle de los Caídos, en la Cripta Real de la Catedral de Granada o en los cementerios de Barcelona y Bilbao, donde la burguesía industrial de la época recuerda a sus fallecidos con aparatosos y barrocos mausoleos y criptas adornadas con esbeltos ángeles de femenina belleza, urnas griegas, ojivas góticas, cristos yacentes, gigantescas cruces, vírgenes y santos, todo en bronce y mármol, todo esto es por poner un ejemplo. 
Pero, sin lugar a duda, de todas las regiones españolas, es la céltica Galicia la que con mayor insistencia se niega al olvido de la muerte, sobre todo en las zonas rurales, donde aún se sigue creyendo en la Santa Campaña, a la que también se le llama la Hueste, y que más de un campesino jura haberla visto, o mejor dicho presentido, ya que ésta suele ser invisible, pero que su presencia se nota por el resplandor de la cera que desprenden los blandones que en sus manos llevan y el olor a cera que éstos desprenden dejando a su paso un aire frío que espanta y estremece, indicando así que no se le olvide en rezos, responsos y misas de difuntos, si es que no se quiere compartir en breve con ellas el reino de las tinieblas de donde vienen. 
La muerte tiene ese algo, que se escapa a nuestro entendimiento por lo que no la olvidamos recordando a los que ya la comparten, aunque el hecho ya no tiene remedio, siendo mucho más positivo desde mi punto de vista recordar a los que aún comparten la vida con nosotros tolerando comportamientos inadecuados.


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