Colaboración de Tomás Lendínez
La
visita a los cementerios es el contrapunto, por emplear un símil fotográfico de la ciudad viva, un
lugar que en esta festividad de los fieles difuntos, muchos de nosotros
solemos visitar, recordando así a los
que ya emprendieron ese viaje sin retorno que es la muerte.
“Memente mori” dice una sentencia
latina, que quiere decir: “Recuérdame
después de morir”, y aunque esto deba ser indiferente para el difunto, su
recuerdo nos acompañará infinitamente, reflejándose, escrito en tumbas, nichos,
criptas y mausoleos una y otra vez en la mayoría de ellas.
Desde
siempre, el recuerdo de la muerte, es un hecho que ha interesado e inquietado a
la humanidad, por lo que se hace sentir en todas nuestras manifestaciones y
creencias. En la religión católica, el recuerdo de ella, se exalta y manifiesta
en todo su esplendor durante la festividad de la Semana Santa, donde todo gira
en torna a la muerte y resurrección de Cristo.
Particular interés suscitan,
dentro del tema comentado, algunas iglesias y capillas cuyos muros están
tapizados con infinidad de calaveras y huesos humanos, pudiéndose ver en las
ciudades de Valladolid y Guadalajara, también en la ciudad portuguesa de Évora,
el convento donde se encuentra la llamada Capela dos Osso; se puede visitar el
lugar donde se recuerda a los “hermanos”
fallecidos cubriendo los muros de la cripta con calaveras y huesos de los
monjes que ya no comparten este mundo. Nos comentó el guía que son más de tres
mil los restos, algunos de ellos momificados, con que las paredes se tapizan.
El
recuerdo a los muertos se manifiesta también en otros muchos lugares, como
todos sabemos, levantando soberbios monumentos, como por ejemplo, en el
Monasterio de Poblet, donde se puede admirar el enterramiento de los Reyes de
Aragón, posiblemente el mejor ejemplo del gótico cisterciense, en el Monasterio
del Escorial, en el Valle de los Caídos, en la Cripta Real de la Catedral de
Granada o en los cementerios de Barcelona y Bilbao, donde la burguesía
industrial de la época recuerda a sus fallecidos con aparatosos y barrocos
mausoleos y criptas adornadas con esbeltos ángeles de femenina belleza, urnas
griegas, ojivas góticas, cristos yacentes, gigantescas cruces, vírgenes y
santos, todo en bronce y mármol, todo esto es por poner un ejemplo.
Pero, sin
lugar a duda, de todas las regiones españolas, es la céltica Galicia la que con
mayor insistencia se niega al olvido de la muerte, sobre todo en las zonas
rurales, donde aún se sigue creyendo en la Santa Campaña, a la que también se
le llama la Hueste, y que más de un campesino jura haberla visto, o mejor dicho
presentido, ya que ésta suele ser invisible, pero que su presencia se nota por
el resplandor de la cera que desprenden los blandones que en sus manos llevan y
el olor a cera que éstos desprenden dejando a su paso un aire frío que espanta
y estremece, indicando así que no se le olvide en rezos, responsos y misas de
difuntos, si es que no se quiere compartir en breve con ellas el reino de las
tinieblas de donde vienen.
La muerte tiene ese algo, que se escapa a nuestro
entendimiento por lo que no la olvidamos recordando a los que ya la comparten,
aunque el hecho ya no tiene remedio, siendo mucho más positivo desde mi punto
de vista recordar a los que aún comparten la vida con nosotros tolerando comportamientos
inadecuados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario