Tuve
un gran amigo, se llamaba José Mateos
García, hermano de María y mi
relación con él propició que la amistad con ella y su hija siguiera adelante
después de su desaparición. Cuando nos
dejó, abatido por la enfermedad, sintió mucho hacerlo porque tenía que
separarse de la persona que más quería en este mundo, su hija Trini. Si se marchó más reconfortado
fue porque confiaba plenamente en su hermana María pues, una vez más, ella sabría estar pendiente de su niña en
todo momento, como los buenos toreros, atenta a lo que ocurriera a su alrededor y a
lo que pudiera necesitar. No te equivocaste querido amigo porque, con sus 83
años, aún sigue vigilante al pie del cañón y, además, pendiente de tus 6
nietecillos... ¡¡¡Me habría encantado fotografiarte en escenas como ésta!!!
José era algunos
años mayor que yo pero ese escalón, a veces es insalvable porque limita las
relaciones humanas, no fue para nosotros un separador porque, tal vez, sí fue
un elemento aglutinador. Fue una relación diaria desde que en 1975 volví a nuestro
pueblo para fijar aquí mi residencia
de manera definitiva pues el trabajo me dio esa oportunidad y yo no la rechacé.
En
aquellos años todavía había clase por las tardes, salíamos a las 17:00 horas y
él me esperaba paseando en “El Paseo”,
después de los saludos de rigor nos íbamos a tomar café. Una vez acabados
paseábamos de nuevo en ese mismo espacio o nos encaminábamos por la carretera
de Mengíbar hasta los “Palos cruzados”
o la “Casilla del cura”. En esas
caminatas vespertinas hablábamos de muchos temas, en ellos nuestros secretos
afloraban y los debatíamos, una vez acabados quedaban guardados en nuestro
interior para siempre. Así fue como conocíamos a fondo los asuntos que incidían
en el funcionamiento de nuestras familias o los hechos que, a nivel personal,
se nos planteaban en el trabajo o en nuestro entorno.
En
aquellos años todavía vivían sus padres, Juan
Manuel “Pepe el calvo” y Trini “la paloma”.
Entonces
ya vivían fuera cuatro hijos y éstos los visitaban todos los años, al menos una
vez.
En
Francia todavía vive Quica, casada con Lorenzo “Cambil”, y en
el verano venían acompañados de su único hijo, Juan. José quería mucho a sus cuñados, decía de ellos que eran
buenísimos, pero sentía un cariño especial por Lorenzo, cuando hablábamos de su viaje de regreso en aquel cochazo
de entonces, un Renault 12 de color
verde botella, siempre decía de él lo mismo:
-
Éste es un animal, se monta y no sabe
cuándo va a parar.
En
la casa de sus padres teníamos el punto de encuentro muchos días, cuando yo
estaba soltero, porque como vivía en la misma calle tenía que pasar por su puerta
y llegar era una obligación. Era muy divertido estar con esta familia, por sus
increíbles reacciones y dicharachos ante cualquier tema que se
planteara y a mí me encantaban sus formas.
María, en aquellas
fechas, trabajaba como empleada de hogar en Jaén con la familia de Dª
Josefita y José “Pilritos”. Por
esa razón todos los días iba a visitar a José
en su puesto de venta de la ONCE, lo
tenía en la puerta de la “Oficina
Principal de CAJASUR”, plaza de “Las
palmeras”. Ella, de vez en cuando, también bajaba al pueblo, para atender a
los padres y a su hermano en lo que necesitaban.
Cuando
murió Dª Josefita, María continuó atendiendo a su esposo José pero ahora lo atendía dos mujeres,
es decir, aumentó el personal de servicio, Lucía
María y ella. No creo que tenga
que explicarles de manera profunda el por qué ahora aumentaba el número de
empleadas de hogar si había que atender a una persona menos. María siempre supo cuidar las formas y
evitar las habladurías, así estuvieron hasta que también murió José.
Este
hecho le hizo regresar al pueblo se dedicó de manera total al cuidado de la
familia y aún sigue en la brecha, a pesar de su avanzada edad. María, muerto su hermano, formalizó la adopción de su sobrina Trini y puedo afirmar, porque lo sé de
buena tinta, que renunció a casarse
para no dejar abandonados a quienes la necesitaban por tener ya una avanzada edad,
los padres, y a los otros por las circunstancias especiales, hermano y sobrina.
No
se casó pero su comportamiento ejemplar con Trini ha sembrado escuela y, aunque haya tenido que moverse mucho y
sufrir más, ha recibido su recompensa de manera abundante porque los hijos que
ella no pudo tener se los ha regalado Dios al bendecir a Trini con seis criaturas, todos varones.
Lorenzo y Quica venían en julio para pasarlo con
la familia pero coincidían con quienes en aquellas fechas lo hacía desde
Barcelona: su primo hermano Pascual y
esposa, fallecido, y el incansable Diego
López, fallecido, esposo de Carlota.
José se lo pasaba con todo el mundo
muy bien pero con éstos fenomenal, yo diría que bomba, y María disfrutaba viéndolo feliz, eso era para ella suficiente y
nunca los acompañaba a las farándulas que organizaban, prefería quedarse de
guardia en el cuartel con los mayores. Así pensaba entonces y así se comportaba,
sigue haciendo guardia en el mismo cuartel pero con diferentes soldados.
Yo
los acompañaba en momentos puntuales porque hacer todas las estaciones estaba
reservado para ellos, eran de las mejores cucharas que he conocido.
El
Sr. López tenía fama de incansable y
de saber disfrutar de las delicias del pueblo como ningún otro residente de la
periferia española, venía a eso y, como es lógico, no iba a volverse sin probar
los pajarillos que vendían en el Bar de “La castaña”, en Las Infantas.
También
le encantaban las gambas del “Tropezón”
e incluso los borregos asados en “El
Recreo”. Ojo, he puesto al Sr. Diego
delante porque siempre hay que echarle las culpas de lo que hacemos a alguien
y, como en nuestras reuniones no había niños, pues la verdad de la noticia es
que nadie de los reunidos se quedaba trasero, incluido yo.
Por
las mañanas iban de compras a casa de Pedro
Delgado “El serio” y metían en el cesto: mucho pan, sardinas arenques,
morcilla… Antes ya habían comprado tomates en la frutería. Se encaminaban al “Tropezón” y, debajo de la higuera que
había en el corralón que antes fue el famoso Cine de Paco “El boticario”,
se hacían una pipirrana para acompañar a todo lo anterior, como es lógico
algunos leguis de vino blanco de la popular marca “Los Marcos” también entraban por sus lindos gaznates.
Una
vez acabados, se podía observar desde lejos el destrozo que habían hecho por el
tamaño de sus abultadas panzas, se salían a mostrarlas sin el más mínimo pudor
a las sombras del “testero cartelero”,
se daban unos cuantos paseos para deshacer las bolas delanteras y a las 12:00
horas, más o menos, ya empezaban la liguera del medio día.
En
este recorrido matutino no los acompañé jamás, me incorporaba a su reunión más
tarde para tomar unos vinos y en las otras reuniones borregueras con las damas.
He
continuado visitando el hogar paterno de mis
amigos. Ahora lo hago en momentos puntuales, como el de unos meses atrás
por el percance de María o cuando le han otorgado el “Galardón de buena vecina”. Cuando nos vemos en la calle charlamos y
rara vez no aflora el recuerdo del fallecido. María, a veces, me cuenta sus cosillas y todo esto nos permite
mantener un roce más grande de lo normal, por eso aquella amistad que arrancó
hace muchos años aún perdura pues, aunque José
ya no está, sí siguen en esa casa Trini y María.
La
muerte de los padres, la de José y la edad de los que están fuera
han sido las razones que los han llevado a que ya no vengan con la puntualidad
veraniega del pasado.
Una
mañana fui con mi esposa al Ayuntamiento para el tema de la nueva tanda de
nichos y, en el pasaje, vimos el cartel anunciador de los “Galardones del buen vecino 2013”, en ese momento recibimos la
noticia de que a nuestra gran amiga María
le habían sido tenidos en cuenta sus
desvelos por los demás para premiarla en ese evento y, la verdad, recibimos
una gran alegría.
Siempre
que se premia a alguien es porque hay alguna razón y, aunque a veces se cometen
arbitrariedades innecesarias, con los premiados del 2013 creo que se ha actuado con total justicia. Todos os merecéis
el reconocimiento y, entre ellos, estás tú querida
amiga y creo no equivocarme si afirmo que esa noche José hubiera sido el hombre más feliz de la tierra si hubiera
podido estar sentado en una butaca del “Salón
de actos” para escuchar la lectura de tus méritos y percibir, en silencio,
el calor que tus paisanos te daban con sus aplausos mientras tú recibías el
reconocimiento.
Seguiremos
siendo amigos hasta que la ley de la vida nos separe, como ocurrió con José y, como despedida, recibe el
cariño sincero de tus amigos...
Mari y Paco.
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