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viernes, 28 de marzo de 2014

VILLARGORDO, ENTRE RÍOS

Colaboración de José Martínez y Paco Pérez
Capítulo I

No sé qué tiene nuestro pueblo de especial pero lo cierto es que los villargordeños cuando estamos lejos de él y no podemos abrazar a la familia, saludar a los amigos, beber cerveza con quien sea en las tertulias de los bares, pasarlo bien en las fiestas patronales… 

Cuando sufrimos en nuestras carnes estas restricciones sentimos nostalgia y nos acarreamos un malestar interior que nos disloca los ánimos de manera silenciosa y, como no nos damos ni cuenta, podemos terminar visitando la consulta médica si tenemos déficit en capacidad de observación objetiva en dolencias y un buen superávit en hipocondría.
Disfrutamos de una situación geográfica de ensueño, entre los ríos Guadalquivir y Guadalbullón, pues Almenara está a 4 kms, Las Infantas a 6, Mengíbar a 8 y Jaén a 23…


¿Se puede pedir más?
Pues los hay que prefieren vivir fuera. Esta preferencia es sumamente incomprensible para quienes disfrutamos de lo que hay en nuestro lugar de nacimiento y los otros opinan así, supongo, porque nunca supieron vivir en nuestro pueblo saboreando lo que tiene a tope, como se vive la vida. Digo esto porque, cuando cambias de lugar de residencia, si sigues haciendo lo mismo que en tu pueblo pues dentro unas fechas regresarás con la misma sensación que te marchaste.
Cuando me traslado a Nerja me pongo las pilas que venden en ese lugar y por eso vivo allí con la misma ilusión que lo hago en el mío. Cuando estoy aquí no deseo marcharme y cuando paseo allí no deseo regresar… ¿Por qué será?
Porque hay que aprender de los poetas, ellos ven en una simpleza las bellezas que tienen a su alrededor, entonces se inspiran y las cantan en su poemas. Hay algunos que no necesitan usar gafas para leer pero están más ciegos que los ciegos cuando afirman que los poetas están locos y yo digo que no lo están. Lo afirmo porque lo que les ocurre es que no necesitan de un pico y una pala para descubrir, sin necesidad de desenterrar, los tesoros que hay a nuestro alrededor y, además, repletos de cosas singulares.




Tenemos un pueblo escoltado por dos ríos y algunos lugareños todavía no conocen qué les pueden ofrecer sus parajes naturales colindantes, pero los poetas sí y ahí está el espejo donde podemos mirarnos.
Me pasé treinta y nueve años poniendo ejemplos a los peques para que comprendieran mejor mis mensajes y por eso quiero ofreceros, como prueba comprensible, lo que estos señores vieron en nuestro río Guadalquivir y que nosotros no. Tal vez se debió a que no los visitamos o a que sólo nos orientamos con la definición que aprendimos en la escuela de río: [Una corriente contínua de  agua].
Nuestro paisano José Martínez Ramírez, con su sensibilidad especial, logró ver cosas diferentes y nos ha plasmado en unos textos poéticos las bellezas que encuentra en él.
Como aperitivo nos ofrece un verso que toma prestado de D. Antonio Gala: [Guadalquivir mi corazón se llama.]
Ahora les muestro la visión que mi querido amigo, y ex-alumno, Pepe tiene de su querido y añorado río:

GUADALQUIVIR I

Testigo mudo, aurora del amor primero,
envidia de los astros, cálida y divina Diana.
A tu paso por Villargordo, mi querido pueblo,
rosal de espinas, preñada quedó su rama.

Qué tristes aquellas horas, aún soy prisionero,
recuerdos de cadenas, cuando me abraza
la hiedra hiriente del florido sendero,
del beso que dimos, del nudo en la garganta.

El horizonte del sonido de una guitarra,
aquí en el vado Méndez te regresa azul,
te echo mucho de menos, perdida la mirada,

Miro el agua pasar, qué altas ya sus espadañas.
El agua no ha de volver, tampoco la juventud.
Como ayer, en esta orilla, hoy te he de querer.
Llaman, a quienes nacimos en Villargordo, villargordeños. Pues voy a discrepar del significado que el diccionario da para tal gentilicio: [Personas nacidas en Villargordo.]. 
Dicen que generalizar no es bueno y en este caso se cumple el consejo. Opino así porque no debe de aplicarse sólo por el hecho de haber nacido “en” y “”, además de lo anterior, por cómo vivimos lo nuestro. Esto es para mí lo verdaderamente importante.
Un villargordeño auténtico debe de conocer, a fondo, todas las facetas de nuestra historia local y, además, hacerlo sin cargas subjetivas.
Por culpa de no tener asimilado el auténtico sentido del gentilicio, hace ya algunos años, un paisano (todavía vive) fue a la mili y, estando en las clases de teórica, el mando militar les habló de lo que era un gentilicio y para que lo comprendieran mejor les puso unos ejemplos y les propuso que recordaran el lugar donde habían nacido.  A continuación les preguntó:
- ¿Habéis comprendido bien el tema?
- ¡¡¡Sí, mi sargento!!!
El sargento les propuso el nombre de una ciudad, San Sebastián y seguidamente les preguntó:
- ¿Cuál es el gentilicio de esta ciudad?
Nuestro paisano Luís no lo dudó ni un instante, levantó la mano y le respondió:
- ¡¡¡Bastianejos!!!
Como nadie esperaba esa respuesta el alboroto fue descomunal y se originó porque este paisano conocía a fondo las cosas de su pueblo, es decir, no tenía cultura libresca pero sí la del villargordeño y por eso erró en la definición.
En nuestro pueblo a los Sebastianes se les llama “Bastianes” y, además, como había en aquellos años una familia muy conocida de cortijeros (todavía viven algunos hijos) que eran apodados los “Bastianejos” pues él asoció todos estos elementos y se cargó, sin hacer un solo disparo, el verdadero gentilicio de los nacidos en San Sebastián o Donostia, donostiarras.
Si todos fuéramos como Luís nos preocuparíamos  mucho de nuestras cosas y así aprenderíamos que antiguamente los hombres del pueblo trabajaban casi todo el año, la inmensa mayoría, en los cortijos y que entonces estaba establecido por tradición que regresaran al hogar cada quincena para holgar: descansar, traer dinero, asearse, cambiarse de ropa, ajustar en casa con las esposas las cuentas de esos quince días y alguna que otra cosilla.
Algunos de aquellos sufridos monjes no resistían encerrados en los monasterios cortijeros la quincena, sobre todo cuando algún chistoso tenía la mala leche de inflar un globo y soltarlo entre los reunidos para que algún rumiante de dos patas lo pinchara al interpretar de manera celosa el mensaje:
- [Nosotros aquí y cualquiera sabe con quién dormirán esta noche.].
Estas bromas se gastaban cuando estaban en el “cigarro” y entonces, quienes tenían su punto débil en la “celera”, al acabar la jornada laboral se subían en las abarcas y llegaban al pueblo ya anochecido. Se aseaban, comían, dormían unas horas, se levantaban de noche y, de nuevo, media vuelta para estar al amanecer comiendo migas en la cocina del cortijo.
Los inolvidables personajes locales José Losilla y JoséEl torero” protagonizaron una experiencia de esta índole algunos años más tarde.
Era la época de la vendimia en Francia y ellos habían decidido marcharse. Viajaron a Jaén con el grupo de vendimiadores para pasar el pertinente reconocimiento médico oficial, requisito ineludible en aquellos años para poder salir al extranjero, y para comprarse prendas de agua -impermeable y botas-, muy necesarias para poder trabajar allí pues la climatología del lugar lo exigía.
José Losilla era muy villargordeño y no resistía estar ausente del pueblo mucho, amaba tanto nuestras cosas que otro año también viajó y, al regresar, le preguntaron los amigos en la tertulia del bar al saludarlo:
- José… ¿Cuánto tiempo has aguantado esta vez?
- ¡¡¡Un año menos once meses!!!
Retomando la historia de la vendimia francesa, nos situaremos en el día fijado para la marcha, ya se encontraban nuestros protagonistas en la estación férrea de Espeluy, Losilla estaba en compañía de su buen amigo “El torero”, el tren que los transportaría a Francia estaba a punto de llegar y esperaban que parara junto al andén para subirse a él. A Losilla, cuando escuchó a los lejos el pitido de aproximación y comprendió que ya se tenía que ir, le entró “el mono villargordeño” y en unos segundos recordó el manoseado plan cortijero de los “celos” y lo puso en marcha. Aprovechando que  “El torero” tenía ese punto débil le soltó el pildorazo en el momento justo:
- Ahora ellas se quedan en el pueblo solas y nosotros cortando uvas en Francia, estoy por no irme… ¿Tú que dices?
El torero” se descompuso en unos segundos y le respondió de inmediato lo que él deseaba escuchar:
No se hable más… ¡¡¡Me pongo en marcha de inmediato y me voy para el pueblo en busca de Dolores!!!
San Jesús… ¿Tú que haces, te vienes o te quedas esperando que llegue el tren?
- ¡¡¡Me voy contigo, me has convencido!!!


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