Colaboración de José Martínez y Paco Pérez
Capítulo I
No sé qué
tiene nuestro pueblo de especial pero lo cierto es que los villargordeños
cuando estamos lejos de él y no podemos abrazar a la familia, saludar a los
amigos, beber cerveza con quien sea en las tertulias de los bares, pasarlo bien
en las fiestas patronales…
Cuando sufrimos en nuestras carnes estas
restricciones sentimos nostalgia y nos acarreamos un malestar interior que nos
disloca los ánimos de manera silenciosa y, como no nos damos ni cuenta, podemos
terminar visitando la consulta médica si tenemos déficit en capacidad de
observación objetiva en dolencias y un buen superávit en hipocondría.
Disfrutamos
de una situación geográfica de ensueño, entre los ríos Guadalquivir y Guadalbullón,
pues Almenara está a 4 kms, Las Infantas a 6, Mengíbar a 8 y Jaén a
23…
¿Se puede pedir más?
Pues los
hay que prefieren vivir fuera. Esta preferencia es sumamente incomprensible
para quienes disfrutamos de lo que hay en nuestro lugar de nacimiento y los otros
opinan así, supongo, porque nunca supieron vivir en nuestro pueblo saboreando
lo que tiene a tope, como se vive la vida. Digo esto porque, cuando cambias de
lugar de residencia, si sigues haciendo lo mismo que en tu pueblo pues dentro
unas fechas regresarás con la misma sensación que te marchaste.
Cuando me
traslado a Nerja me pongo las pilas que venden en ese lugar y por eso vivo allí
con la misma ilusión que lo hago en el mío. Cuando estoy aquí no deseo
marcharme y cuando paseo allí no deseo regresar… ¿Por qué será?
Porque hay
que aprender de los poetas, ellos ven en una simpleza las bellezas que tienen a
su alrededor, entonces se inspiran y las cantan en su poemas. Hay algunos que
no necesitan usar gafas para leer pero están más ciegos que los ciegos cuando
afirman que los poetas están locos y yo digo que no lo están. Lo afirmo porque
lo que les ocurre es que no necesitan de un pico y una pala para descubrir, sin
necesidad de desenterrar, los tesoros que hay a nuestro alrededor y, además,
repletos de cosas singulares.
Tenemos un
pueblo escoltado por dos ríos y algunos lugareños todavía no conocen qué les
pueden ofrecer sus parajes naturales colindantes, pero los poetas sí y ahí está
el espejo donde podemos mirarnos.
Me pasé
treinta y nueve años poniendo ejemplos a los peques para que comprendieran
mejor mis mensajes y por eso quiero ofreceros, como prueba comprensible, lo que
estos señores vieron en nuestro río Guadalquivir
y que nosotros no. Tal vez se debió a que no los visitamos o a que sólo nos
orientamos con la definición que aprendimos en la escuela de río: [Una corriente contínua de agua].
Nuestro
paisano José Martínez Ramírez, con su sensibilidad
especial, logró ver cosas diferentes y nos ha plasmado en unos textos poéticos las
bellezas que encuentra en él.
Como aperitivo nos ofrece un verso que toma prestado de D. Antonio Gala: [Guadalquivir mi corazón se llama.]
Ahora les muestro la visión que mi querido amigo, y ex-alumno, Pepe tiene de su querido y añorado río:
GUADALQUIVIR I
Testigo mudo, aurora del amor
primero,
envidia de los astros, cálida y
divina Diana.
A tu paso por Villargordo, mi
querido pueblo,
rosal de espinas, preñada quedó su
rama.
Qué tristes aquellas horas, aún soy
prisionero,
recuerdos de cadenas, cuando me
abraza
la hiedra hiriente del florido
sendero,
del beso que dimos, del nudo en la
garganta.
El horizonte del sonido de una
guitarra,
aquí en el vado Méndez te regresa
azul,
te echo mucho de menos, perdida la
mirada,
Miro el agua pasar, qué altas ya
sus espadañas.
El agua no ha de volver, tampoco la
juventud.
Como ayer, en esta orilla, hoy te
he de querer.
Llaman, a quienes nacimos en Villargordo, villargordeños. Pues voy a discrepar
del significado que el diccionario da para tal gentilicio: [Personas nacidas en Villargordo.].
Dicen que generalizar no es bueno y en este caso se
cumple el consejo. Opino así porque no debe de aplicarse sólo por el hecho de
haber nacido “en” y “sí”, además de lo anterior, por cómo vivimos
lo nuestro. Esto es para mí lo verdaderamente importante.
Un villargordeño auténtico debe de conocer, a fondo,
todas las facetas de nuestra historia local y, además, hacerlo sin cargas
subjetivas.
Por culpa de no tener asimilado el auténtico sentido
del gentilicio, hace ya algunos años, un paisano (todavía vive) fue a la mili y,
estando en las clases de teórica, el mando militar les habló de lo que era un
gentilicio y para que lo comprendieran mejor les puso unos ejemplos y les
propuso que recordaran el lugar donde habían nacido. A continuación les preguntó:
- ¿Habéis comprendido bien el tema?
- ¡¡¡Sí, mi sargento!!!
El sargento les propuso el nombre de una ciudad, San
Sebastián y seguidamente les preguntó:
- ¿Cuál es el gentilicio de esta ciudad?
Nuestro paisano Luís no lo dudó ni un
instante, levantó la mano y le respondió:
- ¡¡¡Bastianejos!!!
Como nadie esperaba esa respuesta el alboroto fue
descomunal y se originó porque este paisano conocía a fondo las cosas de su
pueblo, es decir, no tenía cultura libresca pero sí la del villargordeño y por eso erró en la definición.
En nuestro pueblo a los Sebastianes se les llama “Bastianes”
y, además, como había en aquellos años una familia muy conocida de cortijeros
(todavía viven algunos hijos) que eran apodados los “Bastianejos” pues él asoció todos estos elementos y se cargó, sin hacer
un solo disparo, el verdadero gentilicio de los nacidos en San Sebastián o Donostia, donostiarras.
Si todos
fuéramos como Luís nos preocuparíamos mucho
de nuestras cosas y así aprenderíamos que antiguamente los hombres del pueblo
trabajaban casi todo el año, la inmensa mayoría, en los cortijos y que entonces
estaba establecido por tradición que regresaran al hogar cada quincena para
holgar: descansar, traer dinero, asearse, cambiarse de ropa, ajustar en casa con
las esposas las cuentas de esos quince días y alguna que otra cosilla.
Algunos de
aquellos sufridos monjes no resistían encerrados en los monasterios cortijeros
la quincena, sobre todo cuando algún chistoso tenía la mala leche de inflar un
globo y soltarlo entre los reunidos para que algún rumiante de dos patas lo
pinchara al interpretar de manera celosa el mensaje:
- [Nosotros aquí y cualquiera sabe con quién
dormirán esta noche.].
Estas
bromas se gastaban cuando estaban en el “cigarro”
y entonces, quienes tenían su punto débil en la “celera”, al acabar la jornada laboral se subían en las abarcas y
llegaban al pueblo ya anochecido. Se aseaban, comían, dormían unas horas, se
levantaban de noche y, de nuevo, media vuelta para estar al amanecer comiendo
migas en la cocina del cortijo.
Los
inolvidables personajes locales José
Losilla y José “El torero” protagonizaron una
experiencia de esta índole algunos años más tarde.
Era la
época de la vendimia en Francia y
ellos habían decidido marcharse. Viajaron a Jaén con el grupo de vendimiadores
para pasar el pertinente reconocimiento médico oficial, requisito ineludible en
aquellos años para poder salir al extranjero, y para comprarse prendas de agua
-impermeable y botas-, muy necesarias para poder trabajar allí pues la
climatología del lugar lo exigía.
José Losilla era muy villargordeño y no resistía estar ausente del pueblo mucho, amaba
tanto nuestras cosas que otro año también viajó y, al regresar, le preguntaron
los amigos en la tertulia del bar al saludarlo:
- José… ¿Cuánto tiempo has aguantado esta vez?
- ¡¡¡Un año menos once meses!!!
Retomando
la historia de la vendimia francesa, nos situaremos en el día fijado para la
marcha, ya se encontraban nuestros protagonistas en la estación férrea de Espeluy, Losilla estaba en compañía de su buen amigo “El torero”, el tren que los transportaría a Francia estaba a punto
de llegar y esperaban que parara junto al andén para subirse a él. A Losilla, cuando escuchó a los lejos el
pitido de aproximación y comprendió que ya se tenía que ir, le entró “el mono villargordeño” y en unos
segundos recordó el manoseado plan cortijero de los “celos” y lo puso en marcha. Aprovechando que “El
torero” tenía ese punto débil le soltó el pildorazo en el momento justo:
- Ahora
ellas se quedan en el pueblo solas y nosotros cortando uvas en Francia, estoy
por no irme… ¿Tú que dices?
“El torero” se descompuso en unos
segundos y le respondió de inmediato lo que él deseaba escuchar:
– No se hable más… ¡¡¡Me pongo en marcha de inmediato y me voy
para el pueblo en busca de Dolores!!!
San Jesús… ¿Tú
que haces, te vienes o te quedas esperando que llegue el tren?
- ¡¡¡Me voy contigo, me has convencido!!!
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