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viernes, 25 de abril de 2014

MUERTE DEL NIÑO PASTOR

A mi PADRE   
Colaboración de José Martínez Ramírez
 

Que días más tristes vinieron después,
la calima de aquel julio, me destroza.
Aún era yo un niño, parece que fue ayer,
salvaje y perdido, la verdad, cómo se añora.

Bajo las encinas de Torre Álamo quería yacer,
en su cueva dormía, pueril, rodeado de flora.
Mientras el paciente rebaño, después de beber,
dormita en la verdura donde anida la alondra.

Huérfano de todo y de todos quiso hacer,
de un sueño que siempre llegaba a deshora,
luz de aguja sempiterna, con que  tejer,
la seda maternal de una mano, siempre huidora.

Las mariposas, cuidando de no romper
la magia mientras dormía, hurgadoras
le abanicaban la cara para no envejecer
y así evitar que se fuera, tras lo que añora.

Los cosquilleos en la barriga tocaba vencer,
algo de pan duro que, en ningún caso evapora,
el hambre de aquellos duelos de amanecer
contra el caballo de pan, nanas de la cebolla.

Los herrerillos cantaban, antes del sol romper
las crestas del Turumbillo cuajadas de amapolas,
el niño pastor se lavaba la cara; después de vencer
el miedo de la noche estrellada, oscura y traidora.

Ahora me grita el silencio, lo siento descender
por mi médula cansada, por mi vena escritora.
Ahora me toca a mí recordarte para poder defender
tu memoria. Cómo te he echado de menos, ya es hora,

de dibujar tu Patria en justa pleitesía y extender
cabriolas celestes de golondrinas que te coronan.
Granado encendido, de un padre que no ha de volver.
Te envío mi gratitud, la esperanza se desmorona.

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