Colaboración de José Martínez Ramírez
I
Frente
a él, ajena a la tormenta
que
provoca los naufragios,
la
madre lo mira y lo alienta,
le
daría lo que no tiene, el cuarto
donde
descansa la utopía sangrienta.
La
violencia de la noche, harto
de
recibir miradas violentas
y
voces cobardes de vientos fatuos.
Años
de volverse loco y robado…
¡Qué
fue vida mía, qué ocurrió, cuenta!
Cuando
se fue la virtud porque se ha nublado
el
poder de la razón que llora en la mesa,
marchita
por el cobarde y vil zarpazo,
pero
no se hunde, no puede la pena
romper
lo que ama, íntimo el milagro
de
la vida cada vez que ella lo besa.
II
Y
buscó refugio frente al espejo,
en
una guerra sin cuartel, sobrio
contra
un mar eterno de olivos de odio,
al
otro lado se ve un poco más viejo,
quebró
las cadenas en un acto reflejo.
El
niño que ahora contemplo en la foto
dejó
los terrores y el desconsuelo
y
no se dejó vivir con el corazón roto.
Ni
anidó el rencor, ni se le puso añejo.
Dejó
la verdad falsa, de modo,
que
quedó preso el pájaro de mal agüero.
III
El
niño, sobre la sangre de su piel
y
el mal gusto que tenía en la boca,
luchó
contra las olas grandes de hiel,
que
le daban la soledad de la derrota.
Pero
una nube blanca de amor y miel,
llegó
sobre las alas de mil mariposas
y
voló abrazado a su torre de babel,
pensando
en apagar la luz que convoca,
en
forma de sueño, una hermosa mujer
que
se dejó llevar porque le dolía la boca,
al
sentir que el corazón era ajeno y cruel.
IV
Julio
viene con otro niño cambiado,
ahora
que ha pasado tanto tiempo
y
no sé dónde fue mi corazón alado.
Imperdonable
querer como lo quiero,
no
saber de dónde vengo turbado,
de
amor y de aire, porque no muero.
Ya
que todo es ayer y viene quemado,
allí
donde voy como dócil cordero.
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