Colaboración de Paco Pérez
Casi
todas las mañanas, cuando el sol no calentaba tanto, solíamos caminar por los
márgenes del río Chíllar y
alternábamos las zonas soleadas con las de sombras, teníamos donde elegir. Si
la mañana era fresca pues cruzábamos por el puente que hay junto a la
desembocadura y transitábamos por el corredor soleado por estar alejado de las
edificaciones. Cuando iniciábamos el recorrido algo más tarde de lo habitual o
la temperatura era más elevada lo hacíamos por el que discurre junto a las
edificaciones y lo hacíamos en un punto de temperatura ideal, ni frescos no
acalorados.
Una
mañana estábamos a punto de concluir, en subida, el primer kilómetro y un poco
más por arrancar desde casa; lo hacíamos por la zona de protección calorífica;
llegamos hasta la caseta del recinto de las pistas de petanca miramos el reloj,
entonces comprobamos que un día más nuestro ritmo de marcha había sido el mismo
pues seguíamos haciéndolo en dieciocho minutos.
Estaba
felicitando a Mari por sus progresos andarines cuando grita y escucho esta
expresión admirativa:
-
¡¡¡Mira, qué árbol tan bonito y
totalmente rojo!!!
Giré
el cuello en la dirección que me señalaba y, efectivamente, no eran
desproporcionadas sus palabras porque nunca habíamos visto un árbol de aquellas
características únicas.
Al
estar ubicado el arbolito en el interior del complejo deportivo, como las
pistas están rodeadas de una cerca y a una distancia suficiente para que este
andarín sólo distinguiera desde lejos su masa rojiza pues nos limitamos a observar
y a comentar su belleza durante el camino de retorno, en bajada.
Todos
los días habíamos pasado por el mismo sitio y no habíamos reparado en esa
belleza natural. Este fue uno de los temas de conversación que tuvimos en los
dos kilómetros siguientes, bajada y subida.
Al
concluir la segunda subida observamos que el encargado de las pistas ya estaba
en su labor matutina de acondicionamiento y me dirigí a él para preguntarle por
el árbol. Así fue como conocimos a Rafael,
un señor encantador que nos atendió con gran amabilidad y nos abrió las puertas
del recinto para que pudiéramos fotografiarlo. Como ese día no iba preparado
con la cámara nos limitamos a observarlo desde cerca, a escuchar la pequeña
historia que él conocía de ese ejemplar de la naturaleza y nos despedimos.
Unas
semanas después volvimos y grabamos las fotos. Desde ese día Rafael es una persona muy apreciada por
nosotros y con la que intercambiamos opiniones sobre cualquier tema pues es un
tío con el que se puede dialogar, algo poco corriente en nuestros días.
Este señor fue quien nos
dijo que ese árbol se llamaba Brachychiton.
Una vez en casa entramos en Google, conocimos algo más del árbol y lo juntamos
con sus aportaciones y nuestras fotos.
El
Brachychiton acerifolium, conocido
también como “árbol de fuego illawarra”, es
un árbol originario de las regiones subtropicales de la costa este
de Australia que ha llegado
hasta Nerja. En este pueblo
malagueño sólo hay dos ejemplares localizados, uno está en las pistas de
petanca del Parque “Verano Azul” y
el otro en la zona de “Cuevas y Maro”.
Es
conocido comúnmente como kurrajong,
árbol de fuego, árbol de la llama, brachichito rojo, árbol botella y esterculea.
También
se escribe con la variación ortográfica de "brachichito".
Es
famoso por sus brillantes flores rojas acampanadas, que con frecuencia cubren
todo el árbol cuando aún está sin hojas.
Necesita
vivir en zonas de clima templado; normalmente crece hasta una altura
comprendida entre 8 y 15 m, aunque también puede alcanzar una altura máxima de
40 m cuando lo hace en su hábitat originario de clima cálido. Crece con
gran rapidez y vive durante muchos años.
Sus
hojas son variadas, con hasta 7 lóbulos profundos. Es de hoja caduca, perdiéndolas
después de la estación seca. La floración ocurre a finales de primavera.
En
áreas donde el invierno no es seco su ritmo natural puede llegar a sufrir
modificaciones, incluso puede florecer sólo parcialmente.
En
Nerja tiene una característica muy
particular pues, según Rafael,
florece una vez cada tres años y entonces las hojas no aparecen. Esta
originalidad se puede comprobar en las fotos. Sólo tenía una hoja y estaba
seca, vestigio de cuando estuvo cubierto de ellas la última vez.
Sus flores son
campanicas de color escarlata con 5 pétalos parcialmente fusionados. Una
de las razones por las que es cultivado el Brachychiton
acerifolium por muchos lugares del planeta es por su belleza.
Los frutos
que regala al hombre tienen forma de vaina y técnicamente se conocen
como folículos, son anchos y su color es pardo oscuro.
Sus
semillas son de color amarillo, muy nutritivas, y por esta razón las comen
los nativos australianos después de tostarlas.
La
fundamentación etimológica de Brachychiton acerifolium es:
Brachychiton es un nombre
genérico que se deriva del griego brachys
= corto y chiton = túnica.
Si
nos detenemos un poco comprobaremos que hace referencia a sus semillas cubiertas.
Acerifolium es un
epíteto que procede de Acer,
nombre genérico del arce, y folius, cuyo significado es "follaje"; una alusión a la
semejanza foliar entre estas plantas.
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