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viernes, 31 de octubre de 2014

LA LIGUERA

Colaboración de Paco Pérez 
El 28 de marzo de 2011 el “JAÉN” me publicó una colaboración con el título “El tren de las dos”, tuve que limitar el contenido a un texto con 6067 caracteres y eso hizo que tuviera que limarlo hasta conseguirlos y para ello tuve que centrarlo en esta peña porque ellos fueron quienes me impulsaron a escribir sobre el “rito vinatero de la liguera villargordeña”, lo hice recordando lo que me contaron los mayores y en lo que viví. Hoy, unos años después, lo repongo íntegro y sin limitaciones.

El RITO, en todas las culturas, estuvo y está presente y las personas siempre siguieron, y siguen, la vereda marcada para él ceremonial que lo acompaña desde el pasado. Hoy es igual que antes y los que lo practican obedecen y respetan fielmente las  costumbres o ceremonias y, además, lo hacen en el lugar y en el tiempo establecido por quienes lo iniciaron.                               No les voy a cansar con historias de rituales ancestrales ocurridas en lugares que ni los que allí vivieron y viven sabrían situarlos en el tiempo, no, esa no es mi intención. Aquí retrataré temas reales que sucedieron, y suceden, en nuestro pueblo y lo haré partiendo de lo próximo y del cariño que se merecen los protagonistas de este relato corto, presentes y ausentes.             Villargordo es el escenario de los hechos que dieron lugar al nacimiento del rito lugareño de “La liguera” y habría que establecerlo en la década de los cincuenta o quizás antes.
No eran aquellos años un dechado de abundancia, más bien de lo contrario, pero sí cumplían algunos paisanos con ese dicho popular que se recuerda en el pueblo: [A la iglesia no puedo ir porque estoy cojo pero a la taberna sí voy poquito a poco.].
Poco a poco la costumbre se fue instaurando en los hábitos de sus protagonistas. Hay una gran diferencia entre la implantación del rito teórico y la del rito villargordeño. Aquí no hubo religión o chamán que les marcara la ruta, luego su nacimiento fue “LIBRE como el viento”. Tampoco les impusieron los tiempos de la representación y el escenario, todo fue sencillo y natural: [El establecimiento de moda, el trabajo, las disponibilidades económicas y el placer.]                                                                              ¡¡¡Arriba el telón y que empiece la función!!!                                               El ritual de la LIGUERA, tomar unos vinos acompañado de algún amigo o conocido, se convirtió con el paso de los años en una práctica diaria al atardecer, después de dar de mano en los trabajos, y también los había que lo hacían en doble sesión porque sus ocupaciones laborales se lo permitían.
El templo donde rendir culto al “dios relax” cambió con los tiempos porque desaparecían unos establecimientos y se inauguraban otros. Las prácticas de ciertos juegos, hablar y beber sin otras pretensiones y protagonizar anécdotas curiosas fueron las características más comunes de estas tertulias y de quienes se concentraban alrededor de un botellón de vino peleón. Aquellas reuniones tenían una gran similitud con quienes hoy hacen el “botellón”.                                                             
Beber en “botellón” no es un invento de la juventud de nuestros tiempos, la patente es de la ancianidad. Donde sí coincidieron y coinciden ambas generaciones es en la razón para hacerlo, la penuria económica, y también en buscar, a veces, lugares no profesionales: corralones, cocheras o barberías -los mayores- y en polígonos industriales o descampados -los jóvenes.                                                                                 
Cuando hacían “botellón” en las barberías repartían el importe entre todos, le ponían una caña a la botella y ésta daba vueltas hasta que se consumía el líquido. Aquí se bebía y no se comía,  igual que ahora, pero con la diferencia de que entonces no pillaban “monas” y con el “botellón” sí.
Si la reunión era en el bar también pagaban por igual, por eso se repartía vino cuando el contenido de los vasos tenía el nivel a cero y si algún tertuliano llegaba tarde pues se arreglaba el asunto  bebiéndose de seguido los vasos de vino no consumidos, esas eran las reglas.                                    En este último caso el establecimiento ponía como aperitivo, por norma, un plato de garbanzos tostados, tomate o lechuga. No había más aliciente que beber vino, charlar, contar chistes y pasárselo bomba.                                   Como en aquellos años los estómagos estaban siempre bien lavados porque las comidas de entonces tenían pocas grasas y los aperitivos eran engañifas para pasar el tiempo  pues por eso, el día que se bebían alguna rizada de más (el vino se servía entonces en las botellas de anís “El MONO”, cuyo contenido se había vendido, eran guardadas y las rellenaban con el vino de las cubas) lo normal era que por las razones anteriores hubiera “borracheras” para regalar, sobre todo en los días festivos. Por servirse el vino en botellas de esa marca de licor, nuestro vocabulario se enriqueció con una palabra sinónima para “borrachera” y entonces se sustituyó por “mona”. Desde entonces se suele decir a quienes se pasan bebiendo: [Ayer te vi y llevabas una buena mona.]
Las ligueras no mejoraban la cultura de quienes participaban pero sí generaban discusiones cuando el alcohol elevaba la temperatura corporal y ambiental. Una vez que se instalaban en ese clima ya se podía esperar cualquier otra cosa, daban un paso al frente y solían desembocar en las típicas y tradicionales peleas de tugurio, esas escenas del westrn que hemos visto en el celuloide. Cuando se iniciaban las discusiones y el intercambio de golpes entonces el tabernero llamaban a los guardias civiles, éstos acudían al local, daban una par de galletas a los actores, se acababa la fiesta para ellos y se iban a casa. Lo hacían echando por la boca sapos y culebras contra los guardias.
Estás escenas solían darse entre quienes trabajaban en los cortijos y no venían por el pueblo hasta que no se pasaba la quincena, le llamaban holgar=descansar. Venían deseosos de todo, incluso de hablar, porque vivían apartados de la civilización, al desarrollar su labor profesional alejados de sus familias, de las gentes del pueblo y en medio del campo. Las gallinas les enseñaban el camino del pajar para acostarse, ese era el dormitorio que les ofrecían los señores del cortijo, y se levantaban cuando los despertaba el gallo.
¡¡¡Cómo no iban a ser violentos si, los más cultos, los únicos libros que habían leído alguna vez eran las novelas que recreaban historias del “oeste americano” o algún tebeo que otro!!!
Abandonamos los ambientes violentos para conocer los rituales que generaban otro estilo distinto de ambiente, éstos eran muy graciosos. Lo eran porque los paisanos que acudían a la reunión tenían un carácter cómico y divertido por naturaleza y eso les facilitaba inventar las historias que escenifican, ayudados por su ingenio.                                                 
Una peña famosa fue “Los del bacalao”, muy numerosa y muy graciosa, todavía viven algunos y terminaron integrados en “El tren de las dos”. Le llamaban así porque al principio todos llevaban algo de aperitivo para compartir pero llegó un momento en el que todos comían del bacalao que aportaba Pascual Carretero y éste, cansado de hacer el primo, decidió un día traerse de casa el bacalao justo para él, además, venía troceado en porciones muy pequeñas y metido en el bolsillo de su chaqueta. Todos esperaban que sacara su regalo tradicional pero, aquella noche se dieron en los alambres y se limitaron a observarlo, una y otra vez, mientras se metía la mano en el bolsillo, se la llevaba a la boca y mascaba. Así acabó la experiencia de compartir aperitivos porque, aunque a todos nos gusta el biberón, tenemos que reconocer que, unos más que otros, no nos cansamos de hacer el ridículo cuando podemos chupar gratis.
Pascual y ManuelPirupi” (ya fallecidos) eran muy amigos y asiduos de esa peña. Una noche, el primero, tuvo una ocurrencia muy buena para animar el ambiente y al día siguiente el otro le respondió de manera genial y con ello protagonizaron una anécdota jocosa inolvidable.
Pascual progresó con su negocio de comerciante “al por menor”, se compró una sortija y el día que la estrenó solicitó repartir el vino en la tertulia. Mientras lo hacía, comprendieron todos cuál fue la razón que lo llevó a solicitarlo, mostrarles su flamante anillo de oro. Al día siguiente Manuel solicitó hacerlo y, cuando comenzó el reparto, las risas atronaron el local… ¿Qué razón las provocó?
Se había colocado en el dedo, como anillo, un haba verde engarzada en un alambre.                                                             
La peña de los “Camioneros” era la más anciana y sólo tenía dos miembros, Santiago Martos Santiagorro” y Lorenzo JiménezEl del estanco”.
Un día entré con mi amigo JoséEl ciego” a la taberna “El Recreo” y Santiago lo llamó para ofrecerle un trago y una tapa.
José aceptó y se acercó hasta donde ellos estaban sentados, junto al pozo que había en el patio. Lo hacían en el típico velador de aquellos: tablero redondo, rojo y metálico. Cuando José llegó hasta ellos Santiago le ofreció una copa, él tomó el trago con agrado y después se generó entre ellos este diálogo:                                                                                                        - ¿Qué es esto Santiago? –le preguntó José.                                      
- ¡Vino en píldoras!                                                                                        
José acababa de comerse el aperitivo, una uva verde; después tuvo que aceptar un trozo de pimiento verde crudo y, como despedida, un trozo de chorizo.                                                                                                          Estas escenas llenaban de felicidad a mi querido, añorado e inolvidable amigo José, gracias a ellas no pensaba demasiado en la pena que le ocasionaba su minusvalía, por eso buscaba el rito diario de la liguera y, además, lo compaginaba con la venta de los cupones.                                    Santiago protagonizó, unos años antes, en el patio del primitivo edificio del bar “Tropezón”, donde ahora está el salón de bodas una anécdota inolvidable para mí porque la presencié en directo.

En aquellas fechas Santiago era quien organizaba a la disuelta “Banda de música” de nuestro pueblo, lo hacía unas fechas antes de las fiestas.
El alcalde de entonces, D. Luciano, acordó con ellos que ensayarían durante todas las noches del mes de julio en ese lugar y que podrían beber lo que quisieran durante las prácticas.
Yo tendría entonces unos 13 años y una noche acompañé a mi amigo ManoloEl Tropezón” a servirles la cerveza y entonces ocurrió la anécdota.
Manolo era, y es, un quemasangres de postín y me anticipó lo que iba a hacerles:
- Buenas noches -los saludó cuando llegamos.
Ellos le respondieron al saludo y comenzaron a preparar el ensayo, mientras tanto le colocábamos las cervezas en las mesas y Manolo las destapaba. Estaba en esta labor y le preguntó al señor Santiago con su genuina mala uva:
- Santiago… ¿Este año también vais a tocar “La Dolores”?
Él le dio una respuesta genial:
- Niño, tú, lo único que tienes que hacer es preocuparte de que estén fresquitas y buenas.
Santiago dio un trago a la cerveza que le sirvió, arreó con fuerza unos golpes de atención en el tambor y dijo a sus músicos:
- ¡¡¡Señores, vamos a tocar “La Dolores”!!!
Manolo metió el rabo donde pudo; nos marchamos y, desde entonces, la respuesta de Santiago forma parte de nuestro lenguaje popular cuando deseamos decirle a otro que deje de meterse donde no lo llaman. Desde entonces, los villargordeños lo hacemos con sus sabias palabras: [Tú preocúpate de que estén fresquitas y buenas.] 
Otro personaje antiguo del rito, un señor apodado “El alemán”, iba un día por la calle camino del bar y se le acercó uno de los muchos indigentes que en aquellos años venían por Villargordo para buscar alimentos:                                                                              
- ¡¡¡Una limosna, por favor!!! –le rogó.                                                         Éste, con la intención de socorrerlo, se metió la mano en el bolsillo, sacó las pocas monedas que llevaba y una vez que las contó le dijo:                            - ¡¡¡Lo siento hermano, tengo lo justo para beberme medio litro de vino en la “liguera” y no me lo estropeo aunque rabies de hambre!!!                Estas personas fueron fieles al rito, por él son personajes de nuestra historia local y, aunque la muerte nos privó de su presencia, sus anécdotas se siguen recordando.                                                                                                  La vida continua y ese espíritu ha hechos que los últimos guerreros de algunas de ellas se hayan reagrupado en señal silenciosa de que esa práctica aún está vigente y, sin proponérselo, como reivindicación silenciosa de que esa tradición forma parte de la historia de nuestra cultura y que debe perderse. Todos están ya jubilados, unos por la edad y otros por razones de diversa índole, y una realidad es que el “HOGAR del JUBILADO” los ha reagrupado, es su lugar habitual de encuentro. Esta nueva peña se conoce como “El tren de las dos” y puedo afirmar que yo fui el sacerdote que ofició en su bautismo.
Para que así ocurriera el hecho tuvo que pasarse un buen periodo de tiempo en el que se repetía la misma escena y con los mismos personajes todos los días. Yo acababa mi trabajo a las dos de la tarde y unos minutos después, cuando marchaba para casa, algunos de ellos salían ya de hacer “la liguera” en ese edificio (Cristóbal “El de Patrocinio” y Manolo “El Refalucho”), nos saludábamos y caminábamos juntos hacia casa en busca del cuchareteo. Un día, al encontrarnos, les dije:
- Ya sale “El tren de las dos”. 
Ellos lo vieron bien visto y todos lo dimos por hecho.
Así fue la ceremonia del bautizo, sencilla y sin celebraciones.                         El nombre me salió del alma, fue la forma espontánea que tuve de reconocerles que el rito no les causaba mono ya que no tenían problemas para marchar a casa todos los días con puntualidad, fue un homenaje al rigor horario que mostraban todos los días, algo inusual en la sociedad de nuestros tiempos.                                                                                                  Esta es una peña de rito pero no de chirigotas, tampoco lo es de cantidad y a cualquier hora. Ellos han evolucionado en la aplicación del rito porque la edad se lo ha aconsejado, por ello le cambiaron la hora al acto. Como su nombre indica, el mediodía es mejor para la salud que la noche, sobre todo a ciertas edades y, por eso, han sustituido el vaso de vino de la noche por el de la leche con galletas.
Hoy desempolvo este escrito como homenaje a todas las peñas que ha habido y hay en nuestro Villargordo y de manera especial a la del “Tren de las dos” porque desde que les publiqué algunos ya han causado baja por razones diversas y otros van menos. Hoy el original lo pongo en su totalidad.
También quiero hacerlo para homenajear a las mujeres villargordeñas que, sin estridencias, han hecho del ritual una normalidad en el marco de una sociedad pueblerina que presume de modernidad y que todavía tiene que soltar mucho lastre para elevar el vuelo, me refiero a la peña “San viernes”.
Desde hace unos veinte años la mujer también tiene presencia en el ritual, el nombre les viene porque lo practican en ese día de la semana. A las trece horas se reúnen, toman unas cañas y, las casadas, se marchan antes de las catorce horas para recoger a los peques en el “cole”.
Como algunos viernes coincide que son festivos pues esos días puntuales no tienen que ir a por los niños, entonces los acoplan con los abuelos, si se pone la tertulia animada pues alargan la reunión un poco más de lo habitual y, si tienen que tomar el típico “café torero”, tomar café sin almorzar en casa, pues lo hacen y nadie se escandaliza porque no pasa nada.
                         







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