Colaboración de Paco Pérez
El
28 de marzo de 2011 el “JAÉN” me
publicó una colaboración con el título “El
tren de las dos”, tuve que limitar el contenido a un texto con 6067
caracteres y eso hizo que tuviera que limarlo hasta conseguirlos y para ello
tuve que centrarlo en esta peña porque ellos fueron quienes me impulsaron a
escribir sobre el “rito vinatero de la
liguera villargordeña”, lo hice recordando lo que me contaron los mayores y
en lo que viví. Hoy, unos años después, lo repongo íntegro y sin limitaciones.
El
RITO, en todas las culturas, estuvo
y está presente y las personas siempre siguieron, y siguen, la vereda marcada
para él ceremonial que lo acompaña desde el pasado. Hoy es igual que antes y
los que lo practican obedecen y respetan fielmente las costumbres o ceremonias y, además, lo hacen
en el lugar y en el tiempo establecido por quienes lo iniciaron. No les voy a cansar con historias de rituales ancestrales ocurridas en
lugares que ni los que allí vivieron y viven sabrían situarlos en el tiempo,
no, esa no es mi intención. Aquí retrataré temas reales que sucedieron, y
suceden, en nuestro pueblo y lo haré partiendo de lo próximo y del cariño que
se merecen los protagonistas de este relato corto, presentes y ausentes. Villargordo es el escenario de los hechos que dieron lugar al nacimiento
del rito lugareño de “La liguera” y
habría que establecerlo en la década de los cincuenta o quizás antes.
No
eran aquellos años un dechado de abundancia, más bien de lo contrario, pero sí
cumplían algunos paisanos con ese dicho popular que se recuerda en el pueblo: [A la iglesia no puedo ir porque estoy cojo
pero a la taberna sí voy poquito a poco.].
Poco
a poco la costumbre se fue instaurando en los hábitos de sus protagonistas. Hay
una gran diferencia entre la implantación del rito teórico y la del rito
villargordeño. Aquí no hubo religión o chamán que les marcara la ruta, luego su
nacimiento fue “LIBRE como el viento”.
Tampoco les impusieron los tiempos de la representación y el escenario, todo
fue sencillo y natural: [El
establecimiento de moda, el trabajo, las disponibilidades económicas y el placer.] ¡¡¡Arriba el telón y que empiece
la función!!! El ritual de la LIGUERA , tomar unos
vinos acompañado de algún amigo o conocido, se convirtió con el paso de los
años en una práctica diaria al atardecer, después de dar de mano en los
trabajos, y también los había que lo hacían en doble sesión porque sus
ocupaciones laborales se lo permitían.
El
templo donde rendir culto al “dios relax” cambió con los tiempos porque
desaparecían unos establecimientos y se inauguraban otros. Las prácticas de
ciertos juegos, hablar y beber sin otras pretensiones y protagonizar anécdotas
curiosas fueron las características más comunes de estas tertulias y de quienes
se concentraban alrededor de un botellón de vino peleón. Aquellas reuniones
tenían una gran similitud con quienes hoy hacen el “botellón”.
Beber en “botellón” no es un invento de la
juventud de nuestros tiempos, la patente es de la ancianidad. Donde sí
coincidieron y coinciden ambas generaciones es en la razón para hacerlo, la
penuria económica, y también en buscar, a veces, lugares no profesionales: corralones,
cocheras o barberías -los mayores- y en polígonos industriales o descampados -los
jóvenes.
Cuando
hacían “botellón” en las barberías
repartían el importe entre todos, le ponían una caña a la botella y ésta daba
vueltas hasta que se consumía el líquido. Aquí se bebía y no se comía, igual que ahora, pero con la diferencia de
que entonces no pillaban “monas” y
con el “botellón” sí.
Si
la reunión era en el bar también pagaban por igual, por eso se repartía vino cuando
el contenido de los vasos tenía el nivel a cero y si algún tertuliano llegaba tarde
pues se arreglaba el asunto bebiéndose
de seguido los vasos de vino no consumidos, esas eran las reglas. En este
último caso el establecimiento ponía como aperitivo, por norma, un plato de
garbanzos tostados, tomate o lechuga. No había más aliciente que beber vino,
charlar, contar chistes y pasárselo bomba. Como en aquellos
años los estómagos estaban siempre bien lavados porque las comidas de entonces
tenían pocas grasas y los aperitivos eran engañifas para pasar el tiempo pues por eso, el día que se bebían alguna rizada
de más (el vino se servía entonces en las botellas de anís “El MONO”, cuyo contenido se había
vendido, eran guardadas y las rellenaban con el vino de las cubas) lo normal
era que por las razones anteriores hubiera “borracheras” para regalar, sobre
todo en los días festivos. Por servirse el vino en botellas de esa marca de
licor, nuestro vocabulario se enriqueció con una palabra sinónima para “borrachera” y entonces se sustituyó por
“mona”. Desde entonces se suele
decir a quienes se pasan bebiendo: [Ayer
te vi y llevabas una buena mona.]
Las
ligueras no mejoraban la cultura de quienes participaban pero sí generaban discusiones
cuando el alcohol elevaba la temperatura corporal y ambiental. Una vez que se
instalaban en ese clima ya se podía esperar cualquier otra cosa, daban un paso
al frente y solían desembocar en las típicas y tradicionales peleas de tugurio,
esas escenas del westrn que hemos visto en el celuloide. Cuando se iniciaban las
discusiones y el intercambio de golpes entonces el tabernero llamaban a los
guardias civiles, éstos acudían al local, daban una par de galletas a los
actores, se acababa la fiesta para ellos y se iban a casa. Lo hacían echando por
la boca sapos y culebras contra los guardias.
Estás
escenas solían darse entre quienes trabajaban en los cortijos y no venían por
el pueblo hasta que no se pasaba la quincena, le llamaban holgar=descansar. Venían
deseosos de todo, incluso de hablar, porque vivían apartados de la
civilización, al desarrollar su labor profesional alejados de sus familias, de
las gentes del pueblo y en medio del campo. Las gallinas les enseñaban el
camino del pajar para acostarse, ese era el dormitorio que les ofrecían los
señores del cortijo, y se levantaban cuando los despertaba el gallo.
¡¡¡Cómo no iban a ser violentos si, los más
cultos, los únicos libros que habían leído alguna vez eran las novelas que
recreaban historias del “oeste americano” o algún tebeo que otro!!!
Abandonamos
los ambientes violentos para conocer los rituales que generaban otro estilo distinto
de ambiente, éstos eran muy graciosos. Lo eran porque los paisanos que acudían
a la reunión tenían un carácter cómico y divertido por naturaleza y eso les facilitaba
inventar las historias que escenifican, ayudados por su ingenio.
Una
peña famosa fue “Los del bacalao”, muy
numerosa y muy graciosa, todavía viven algunos y terminaron integrados en “El tren de las dos”. Le llamaban así
porque al principio todos llevaban algo de aperitivo para compartir pero llegó
un momento en el que todos comían del bacalao que aportaba Pascual Carretero y
éste, cansado de hacer el primo, decidió un día traerse de casa el bacalao justo
para él, además, venía troceado en porciones muy pequeñas y metido en el
bolsillo de su chaqueta. Todos esperaban que sacara su regalo tradicional pero,
aquella noche se dieron en los alambres y se limitaron a observarlo, una y otra
vez, mientras se metía la mano en el bolsillo, se la llevaba a la boca y
mascaba. Así acabó la experiencia de compartir aperitivos porque, aunque a
todos nos gusta el biberón, tenemos que reconocer que, unos más que otros, no
nos cansamos de hacer el ridículo cuando podemos chupar gratis.
Pascual y Manuel “Pirupi” (ya fallecidos) eran muy amigos y asiduos de esa peña. Una
noche, el primero, tuvo una ocurrencia muy buena para animar el ambiente y al
día siguiente el otro le respondió de manera genial y con ello protagonizaron
una anécdota jocosa inolvidable.
Pascual
progresó con su negocio de comerciante
“al por menor”, se compró una sortija y el día que la estrenó solicitó repartir
el vino en la tertulia. Mientras lo hacía, comprendieron todos cuál fue la
razón que lo llevó a solicitarlo, mostrarles
su flamante anillo de oro. Al día siguiente Manuel solicitó hacerlo y,
cuando comenzó el reparto, las risas atronaron el local… ¿Qué razón las
provocó?
Se había
colocado en el dedo, como anillo, un haba verde engarzada en un alambre.
La
peña de los “Camioneros” era la más
anciana y sólo tenía dos miembros, Santiago
Martos “Santiagorro” y Lorenzo Jiménez “El del estanco”.
Un
día entré con mi amigo José “El ciego” a la taberna “El Recreo” y Santiago lo llamó para
ofrecerle un trago y una tapa.
José
aceptó y se acercó hasta donde ellos estaban sentados, junto al pozo que había
en el patio. Lo hacían en el típico velador de aquellos: tablero redondo, rojo
y metálico. Cuando José llegó hasta ellos Santiago le ofreció una copa, él tomó
el trago con agrado y después se generó entre ellos este diálogo: - ¿Qué es esto Santiago? –le
preguntó José.
-
¡Vino en píldoras!
José
acababa de comerse el aperitivo, una uva verde; después tuvo que aceptar un
trozo de pimiento verde crudo y, como despedida, un trozo de chorizo.
Estas escenas llenaban de felicidad a mi querido, añorado e inolvidable
amigo José, gracias a ellas no pensaba demasiado en la pena que le ocasionaba
su minusvalía, por eso buscaba el rito diario de la liguera y, además, lo
compaginaba con la venta de los cupones. Santiago protagonizó,
unos años antes, en el patio del primitivo edificio del bar “Tropezón”, donde ahora está el salón de
bodas una anécdota inolvidable para mí porque la presencié en directo.
En
aquellas fechas Santiago era quien organizaba a la disuelta “Banda de música” de nuestro pueblo, lo
hacía unas fechas antes de las fiestas.
El
alcalde de entonces, D. Luciano,
acordó con ellos que ensayarían durante todas las noches del mes de julio en
ese lugar y que podrían beber lo que quisieran durante las prácticas.
Yo
tendría entonces unos 13 años y una noche acompañé a mi amigo Manolo “El Tropezón” a servirles la cerveza y entonces ocurrió la anécdota.
Manolo
era, y es, un quemasangres de postín y me anticipó lo que iba a hacerles:
-
Buenas noches -los saludó cuando llegamos.
Ellos
le respondieron al saludo y comenzaron a preparar el ensayo, mientras tanto le
colocábamos las cervezas en las mesas y Manolo las destapaba. Estaba en esta
labor y le preguntó al señor Santiago con su genuina mala uva:
-
Santiago… ¿Este año también vais a tocar “La
Dolores”?
Él
le dio una respuesta genial:
-
Niño, tú, lo único que tienes que hacer es preocuparte de que estén fresquitas
y buenas.
Santiago
dio un trago a la cerveza que le sirvió, arreó con fuerza unos golpes de
atención en el tambor y dijo a sus músicos:
-
¡¡¡Señores, vamos a tocar “La Dolores”!!!
Manolo
metió el rabo donde pudo; nos marchamos y, desde entonces, la respuesta de
Santiago forma parte de nuestro lenguaje popular cuando deseamos decirle a otro
que deje de meterse donde no lo llaman. Desde entonces, los villargordeños lo
hacemos con sus sabias palabras: [Tú
preocúpate de que estén fresquitas y buenas.]
Otro
personaje antiguo del rito, un señor apodado “El alemán”, iba un día por la calle camino del bar y se le acercó
uno de los muchos indigentes que en aquellos años venían por Villargordo para
buscar alimentos:
-
¡¡¡Una limosna, por favor!!! –le rogó. Éste, con la intención de socorrerlo, se metió la mano en el bolsillo,
sacó las pocas monedas que llevaba y una vez que las contó le dijo: -
¡¡¡Lo siento hermano, tengo lo justo
para beberme medio litro de vino en la “liguera” y no me lo estropeo aunque
rabies de hambre!!! Estas
personas fueron fieles al rito, por él son personajes de nuestra historia local
y, aunque la muerte nos privó de su presencia, sus anécdotas se siguen
recordando. La vida continua y ese espíritu ha hechos que los últimos guerreros de
algunas de ellas se hayan reagrupado en señal silenciosa de que esa práctica aún
está vigente y, sin proponérselo, como
reivindicación silenciosa de que esa tradición forma parte de la historia de
nuestra cultura y que debe perderse. Todos están ya jubilados, unos por la edad
y otros por razones de diversa índole, y una realidad es que el “HOGAR del JUBILADO” los ha reagrupado,
es su lugar habitual de encuentro. Esta nueva peña se conoce como “El tren de las dos” y puedo afirmar que
yo fui el sacerdote que ofició en su bautismo.
Para
que así ocurriera el hecho tuvo que pasarse un buen periodo de tiempo en el que
se repetía la misma escena y con los mismos personajes todos los días. Yo acababa
mi trabajo a las dos de la tarde y unos minutos después, cuando marchaba para
casa, algunos de ellos salían ya de hacer “la
liguera” en ese edificio (Cristóbal “El de Patrocinio” y Manolo “El
Refalucho”), nos saludábamos y caminábamos juntos hacia casa en busca del
cuchareteo. Un día, al encontrarnos, les dije:
-
Ya sale “El tren de las dos”.
Ellos
lo vieron bien visto y todos lo dimos por hecho.
Así
fue la ceremonia del bautizo, sencilla y sin celebraciones. El nombre me salió del alma, fue la forma espontánea que tuve de
reconocerles que el rito no les causaba mono ya que no tenían problemas para
marchar a casa todos los días con puntualidad, fue un homenaje al rigor horario
que mostraban todos los días, algo inusual en la sociedad de nuestros tiempos.
Esta es una peña de rito pero no de chirigotas, tampoco lo es de
cantidad y a cualquier hora. Ellos han evolucionado en la aplicación del rito
porque la edad se lo ha aconsejado, por ello le cambiaron la hora al acto. Como
su nombre indica, el mediodía es mejor para la salud que la noche, sobre todo a
ciertas edades y, por eso, han sustituido el vaso de vino de la noche por el de
la leche con galletas.
Hoy
desempolvo este escrito como homenaje a todas las peñas que ha habido y hay en
nuestro Villargordo y de manera especial a la del “Tren de las dos” porque desde que les publiqué algunos ya han
causado baja por razones diversas y otros van menos. Hoy el original lo pongo
en su totalidad.
También
quiero hacerlo para homenajear a las mujeres villargordeñas que, sin
estridencias, han hecho del ritual una normalidad en el marco de una sociedad
pueblerina que presume de modernidad y que todavía tiene que soltar mucho lastre
para elevar el vuelo, me refiero a la peña “San viernes”.
Desde
hace unos veinte años la mujer también tiene presencia en el ritual, el nombre
les viene porque lo practican en ese día de la semana. A las trece horas se reúnen,
toman unas cañas y, las casadas, se marchan antes de las catorce horas para
recoger a los peques en el “cole”.
Como
algunos viernes coincide que son festivos pues esos días puntuales no tienen
que ir a por los niños, entonces los acoplan con los abuelos, si se pone la
tertulia animada pues alargan la reunión un poco más de lo habitual y, si
tienen que tomar el típico “café torero”,
tomar café sin almorzar en casa, pues lo hacen y nadie se escandaliza porque no
pasa nada.
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