Publicación
realizada en Cfr. Periodista Digital/Religión
Los
hombres llevamos 100.000 años celebrando ritos funerarios, como lo demuestran
las primeras sepulturas datadas en la época del Neanderthal. Además de la
cultura cristiana, que celebra en noviembre el Día de los Difuntos, judíos, musulmanes, budistas, hindúes,
sintoístas y animistas ofrecen diferentes respuestas al misterio de la muerte.
EL JUDAISMO
En
el judaísmo existió siempre la idea de que el hombre no es inmortal
('Regresarás al polvo de la tierra, porque del polvo de la tierra has venido', Génesis 3:19). De ahí que a los muertos
se les entierre en fosas y en cementerios judíos, pues está prohibida la
cremación o la incineración.
En el momento en que el alma abandona el cuerpo, los presentes deben pronunciar
una oración, el 'Shemá Israel', así
como la plegaria 'Tziduk Kadin'.
No debe dejarse el cuerpo solo hasta el entierro, que debe realizarse lo antes
posible, y está prohibido transportar el cadáver durante el 'Shabat'.
Se deben seguir una serie de rituales para la correcta sepultura del difunto:
Antes del entierro deberá ser lavado y amortajado. La túnica es de color blanco
desde una tradición que data de la Edad Media y simboliza pureza y
arrepentimiento.
Sólo en Jerusalén el muerto debe descansar directamente sobre la tierra. Para
el resto de los casos los judíos son enterrados en ataúdes. Muchos tratan en
vida de hacerse con tierra de la Ciudad Santa, que se colocará bajo su cabeza o
sobre sus ojos el día de su sepultura.
Durante el velatorio, los parientes deben ayunar durante un día y
posteriormente otros familiares y amigos les llevarán comida, pues se considera
impura la de la casa donde ha fallecido una persona. Después se celebra un
banquete para poner fin al funeral.
EL SINTOISMO
Los
japoneses honran a sus muertos desde el 13 al 15 de agosto, el Día de O-bon o de Difuntos, unas jornadas en la que las familias niponas, armadas
de faroles y linternas, salen a las calles en busca de los espíritus de sus
ancestros para que vuelvan durante esos tres días a sus casas. La festividad,
sencilla, emotiva y, curiosamente, alegre, es uno de los períodos vacacionales
más tradicionales en Japón.
Las
familias acuden a los cementerios, salen a la carretera para buscar a sus
ancestros y posteriormente se reúnen en una vivienda en la que preparan un
altar donde una berenjena, que simboliza una vaca, ayuda a los difuntos a encontrar
el camino al hogar.
En
la casa, los niños encienden incienso y juegan divertidos, mientras los mayores
muestran un mayor respeto y se arrodillan para hacer sus ofrendas, con flores,
agua y hojas de loto, ante un altar lleno de comida y fotos.
El luto dura siete semanas desde el funeral, día en el que se incinera al
fallecido vestido de blanco -color de los muertos-, y finaliza cuando se depositan
las cenizas en la tumba.
LOS HINDUES
En
el hinduismo, el cuerpo se considera sólo un instrumento para contener el alma,
por lo cual el cadáver no es considerado sagrado, ya que el alma lo ha dejado.
Los cuerpos se incineran para cortar los lazos del alma que residía en el
cuerpo y facilitar su salida al otro mundo o a su reencarnación.
Las celebraciones funerarias hindúes se llaman 'Antim Sanskar', que significa 'los últimos ritos', y el color de luto es el blanco.
Se cree que, si un cadáver no es incinerado, el alma del muerto no recibe
salvación y se queda intranquila entre tierra y cielo, lo que se considera peor
que estar en el infierno.
Tras la incineración, las cenizas del muerto se vierten en los ríos sagrados
para que vuelvan a su creador.
EL ANIMISMO
AFRICANO
La
muerte física interpretada como el final de la vida es un concepto desconocido
en la 'religión africana', basada el animismo y la comunión con los
antepasados.
Para los zulúes, xhosas -las dos tribus más populosas de Sudáfrica- y otras
comunidades nativas, la gente no muere sino que 'se duerme', 'guarda silencio',
'sigue su camino' o 'va a reunirse con sus ancestros'.
Esta creencia es subrayada por la costumbre de sepultar a los muertos con sus
posesiones terrenales más preciadas -lanzas, mantas, vajilla personal- para que
puedan utilizarlas en el 'mundo de las sombras', como así también la colocación
de diferentes granos de cereales en las manos del fallecido para que pueda
'sembrar' en el más allá.
El rito principal es el sacrificio de un toro, si el fallecido es el jefe de la
familia, o una vaca, en el caso de una mujer. El hombre de mayor edad o
jerarquía de la familia tiene a cargo la ceremonia.
LOS MUSULMANES
El
Corán tiene más de mil versículos
dedicados a la vida después de la muerte, considerada como un momento en el que
el alma abandona el cuerpo de la persona y un simple paso que conduce hacia el
purgatorio y la posterior resurrección.
Antes de entrar en esa nueva etapa el difunto ha sido lavado un mínimo de tres
veces, habitualmente por personas de su mismo sexo, salvo en el caso de los
niños pequeños y de los esposos, y envuelto por completo con una o dos sábanas.
El rezo de una oración por el fallecido es una obligación para los musulmanes y
se lleva a cabo fuera de la mezquita, en un lugar acondicionado especialmente
para ello, conocido en árabe como el 'Musallah'.
El
término islámico para el luto, expresado con el color blanco, es el 'hidaad', y el Corán dicta que las mujeres no deben extenderlo más de tres días, a
excepción de que se trate de su marido, en cuyo caso éste dura cuatro meses y
diez días, durante los cuales a la viuda no se le permite dormir fuera de la
que era la casa conyugal.
LOS BUDISTAS
La
fiesta más similar al Día de Todos los Santos es el 'Qingmingjie', conocido como el 'Día
de la Claridad Pura' o 'Día de
Barrer las Tumbas', y fecha en la que los chinos suelen ir a sus
cementerios para dejar ofrendas a sus antepasados y limpiar y decorar sus
sepulturas. La fiesta se celebra a principios de abril, normalmente el día 5
(aunque a veces varía un poco la fecha para que coincida con un fin de semana).
En esas fechas es típico quemar en los cementerios el llamado 'mingbi' ('dinero de los muertos'),
billetes de broma sin ningún valor legal pero que, según la creencia, al ser
incinerados llegan al otro mundo y los seres queridos que están allí los pueden
gastar en lujos.
Colaboración de Paco Pérez
Los españoles no tenemos capricho y lo digo porque nos abrazamos a la primera
farola que nos ponen delante y, desde ese momento, ya nos abrazamos a todas las
que nos encontramos en el camino.
La
festividad de los “Difuntos” que celebramos hoy también está presente en otras
religiones y en otros países, lo que varía es la fecha y el ceremonial. Por
encima de todo está presente el recuerdo de los seres queridos que nos
abandonaron.
Yo
no me opongo a Hallowen, lo que deseo es que tengamos personalidad quienes
decimos ser cristianos. Opino así porque llevamos a nuestros hijos al templo
parroquial por la mañana y por la tarde los vestimos con simbología pagana, una
cosa o la otra, pero ambas no.
Como
todo lo hemos relativizado pues ya no vemos claro dónde está el peligro y el
daño que hacemos a la personalidad, sentimientos religiosos de nuestros peques
y tradición, por eso decimos que disfrazarse de muerte no tiene importancia…
¿Por qué no los disfrazamos desde el años próximo de santos y los sacamos a la
calle escenificando situaciones de bondad y no de terror?
Esta
idea no es mía, la ha propuesto nuestro párroco hoy desde el altar a los niños, sus
madres y catequistas. Me hubiera gustado que hubiera sido, a la hora de
exponerlo, más contundente y menos plastilina.
Opino
así porque quienes profesan las otras religiones siguen fieles en este día a
sus ritos religiosos y a sus tradiciones ancestrales… ¿Por qué somos en nuestro
pueblo tan abrazafarolas con esta nueva forma pagana que nos ha venido de donde
viene lo que nos pierde?
Los
clérigos vienen denunciando esta intromisión en nuestra sociedad cristiana y
nosotros respondemos con risas y minimizando la relevancia de los hechos.
Lo
nuestro es visitar el cementerio para limpiar, adornar los sepulcros, acompañar
a los seres queridos fallecidos y participar en los responsos y misa que se
hacen este día allí.
Antiguamente,
cuando no había en los aledaños nada más que tierra y polvo, el paseo ese día
era allí.
Amparo
instalaba su negocio en la esquina de Blasico:
la convencional hornilla de carbón, una sartén de asas con el culo agujereado, la
paleta metálica, la navaja albaceteña para rajar las castañas y el saco con
éstas… ¡¡¡Qué tiempos aquellos!!!
Las
parejas de novios paseando y comprando los cartuchos de papel de estraza con
las castañas asadas de la señora castañera.
Cuando
la noche se imponía se marchaban los villargordeños al “Paseo”, en los
alrededores del cementerio no había ni una luz y se regresaba con el resplandor
que salía por encima de las paredes y, como eso era lo que había, pues sabíamos
que teníamos que elegir entre el camino de la casa o seguir paseando mientras
machacábamos con los zapatos las baldosas de onzas de chocolate que había en la
Cañadilla. Cansados regresábamos a casa puntuales pues esa noche se hacían las
típicas gachas con los tostones, se contaban las típicas historias de los
muertos que salían a los villargordeños porque habían iniciado el viaje final sin cumplir alguna
promesa.
Mari,
mi esposa, hablaba un día con su gran amiga Magdalena Martos Torres “la
chocolata”, ya fallecida, sobre estas historietas de aquellos tiempos y Magdalena pronunció una frase lapidaria
para concluir el tema, llevaba el sello de la gracia de “los chocolates”:
-
Los tienen allí arriba a todos muy bien
recogidicos y por eso ahora no sale ninguno.
Una
vez pronunciada causó tanta gracia que estuvieron riendo un buen rato y, cada
vez que Mari la recuerda, volvemos a las carcajadas.
Esa
noche en las casas había reuniones familiares y de vecinos para comer las
tradicionales y exquisitas gachas. Éstas tenían el aliciente de comerse siempre
y mucho más en unos tiempos en los que el hambre era la estrella de la mesa
pero esa noche se echaba más harina de la habitual y se hacía así para que
sobrara en la sartén, la razón era muy sencilla… ¡¡¡Recorrer las calles en silencio con la sartén para echar una paletada
en las cerraduras de los vecinos y familiares que dormían plácidamente!!!
Entonces
no era un problema porque las cerraduras tenían un agujero grandísimo pero
ahora sí, resulta complicado meter la llave cuando se endurece y el mecanismo
se atasca.
Recuerdo
el “día después de…” en el Colegio,
no eran gachas lo que tenían las cerraduras y sí harina endurecida como
piedras; palillos de los dientes y, por evolución negativa de las tradiciones,
puntas. Este acto no estaba inspirado en la tradición y sí en el deseo de no
entrar en clase al día siguiente.
Ayer
salí a tomar una copa al mediodía y la “liguera”
fue muy amena porque estaba Juan Antonio
Martos y con él la risa fluye con facilidad.
Estábamos
en la última copa y se presentó el inigualable Antonio López Chica, más conocido popularmente como el “Niño Bendi”, y amigo de la infancia del
anterior.
Como
Antonio vive en Jaén pues nos saludó y, como venía vestido con suma elegancia:
Gafas del estilo que gusta a Mario Conde, bien trajeado, camisa sin corbata y
pañuelo en el bolsillo de la chaqueta.
Para
animar la tertulia se me ocurrió amonestar a Juan Antonio por venir como yo, vestido con pantalón y camisa a
secas. Justifiqué tal reprimenda diciéndole:
-
Si tú sabías que hoy vendría Antonio al cementerio para visitar a sus difuntos
padres, que viste siempre con elegancia y que luego te da la tabarra con el
tema… ¿Por qué no te has puesto tú hoy tus mejores galas también?
-
Porque yo no necesito vestirme así para estar a su altura, de trapillo visto
mejor que él –me respondió.
Entonces
empezaron con su tradicional intercambio de expresiones irónicas y los allí
presentes disfrutamos con sus ocurrencias, a cual mejor.
Comenzamos
con el tema de los muertos y Juan Antonio recordó una anécdota que
protagonizaron la peña de revoltosos jovenzuelos que integraban ellos dos,
Francisco Moral “Francisquillo”, Manuel Moreno López “Manolo carabinas” y
algunos otros.
Juan
Antonio compró unas caretas en Jaén para disfrazarse la noche de los “Difuntos”,
se cubrió con una sábana y se puso delante una vela encendida. La pandilla se
escondió detrás del remolque de un tractor para esperar que pasara alguna
persona y entonces hacer el número del muerto aparecido.
Después
de un rato esperando, comentó Juan Antonio, apareció Miguelito “El de Anilla la
del kiosco” con dos cántaras de leche y al pasar junto a ellos salió él con
la representación de su personaje y Miguel reaccionó soltando las cántaras y
saliendo corriendo.
Nos
reímos con la historia pero el “Niño
Bendi” se limitó a decir:
-
Juan Antonio, siempre te pasa igual, me lo pones de bolas.
Quedé
sorprendido con estas palabras, no las entendía y supongo que los otros
tampoco.
Juan
Antonio volvió a tomar la palabra y dijo:
-
Nos volvimos a esconder y después pasó Marciani
“La Barbazula”. Le hice lo mismo
que a Miguelito pero ésta se mareó y cayó redonda al suelo.
Se
asustaron y salieron corriendo para ir a un pajar viejo de Francisquillo
y allí escondieron los elementos del disfraz. Volvieron al lugar de los hechos
para averiguar qué había ocurrido a Marciani
y pudieron respirar tranquilos cuando averiguaron que todo quedó en un susto.
Nos
reímos y Antonio dijo:
-
Sr. Martos, me lo pones de bolas, sabes que lo de Miguelito no fue así.
Le
pedimos que contara su versión y ésta fue:
-
Miguelito se paró, no soltó las cántaras y le dijo mirándolo: Tú no necesitaba
ponerte la careta para asustar a la gente porque era más feo que ella.
Juan
Antonio confirmó como verdaderas las palabras de Antonio y las historieta tuvo
un final de película.
Que
Dios nos conceda salud para que retrasemos nuestra entrada en el cementerio,
así yo podré contaros otras historias nuevas y vosotros leerlas.
Que
os sienten bien las gachas esta noche pero tened la delicadeza de no taparnos
la cerradura. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario