Colaboración de José Martínez Ramírez
Jamás
hubo huella
que
pisara el albero,
ni
capote o muleta,
ni
fiereza en un torero.
Cuando
el planeta
busca
el horizonte,
cuando
la música recrea
un
alegre pasodoble.
Anima
el que especta
el
arte, al primo del bisonte,
al
silencio ausente, la terna,
jaula
de nostalgia, muy noble.
Mirada
arrogante, Centella
le
pusieron de nombre.
El
morlaco hace mella,
muy
serio de pitones.
Corre
mientras resuella,
de
cuajo y de peso doble,
recuerda
la tarde aquella…
Se
veía vencido y con dones
grana,
oro y grosella.
Al
segundo capotazo, sones,
gritan
las doncellas.
Del
maestro Martos, el pasodoble.
Manuel
Ramírez que atropella
al
griterío de maridos y bufones.
La
melodía los ánimos merma.
Jamás
hubo huella
que
pisara el albero,
ni
capote o muleta,
ni
fiereza en un torero.
El
tercio de banderillas
secuestró
al público,
“El niño del Recreo” trilla
en
la arena y al sol de julio.
Al
capote por chicuelitas
elevaron
los contertulios
inmenso
porque brilla
con
arte y poderío mucho.
Arrimadas
a las costillas,
sigue
con gaoneras, de luto,
leyenda
aquí y en las antillas,
valentía
con arte y sin truco.
Sin
volverle la mejilla
el
morlaco enviste brusco,
lo
recibe con manoletinas
y
estatuario sobre el muslo.
Su
impronta en las bernardinas
aupó sobre el olimpo al licurgo.
Jamás
hubo huella
que
pisara el albero,
ni
capote o muleta,
ni
fiereza en un torero.
Entre
la media luna, de puntillas,
metió
la cintura oculto.
El
rejonazo entre banderillas
fue
efectivo y astuto.
Cargado
de oficio y tablillas
dejó
el arte concluso
y,
a fuego en las retinas,
el
imposible de un brujo.
Grabado
para siempre, en la telilla
del
juicio, besó en un minuto
Centella
la arena como alfombrilla
para
siempre y, ante él, me descubro.
Jamás
hubo huella
que
pisara el albero,
ni
capote o muleta,
ni
fiereza en un torero.
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