Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
De nuevo, una foto despierta
el recuerdo hacia los personajes que aparecen en ella y en conversaciones con
diferentes personas se logra hilvanar algunos hechos de sus vidas, los que ocurrieron
en un pasado todavía no muy lejano.
Cuando viajas hasta
ese pasado reciente y arañas un poco en la vida de los personajes, con la única
y sana intención de que no se pierdan los hechos o anécdotas de nuestro pueblo,
compruebo lo maravillosa que es la mente y con qué facilidad responde para que
aparezcan algunas imágenes de esas historias
sencillas que ya estaban dormidas, tal vez, para siempre. Esto ocurre cuando
pulsas en la tecla adecuada y entonces brotan con fuerza, gracias al recuerdo,
esas vivencias.
Así, lo que estaba
olvidado es recuperado gracias a la convivencia casi diaria que tengo con
nuestros mayores en “El Paseo”, en casa con los familiares mayores o con Mari
que, aunque más joven que yo, vivió muchos años junto a los mayores de su familia
y, en ese día a día con ellos, así fue como aprendió muchas historias locales.
Paco Tirado Moral, hace unos meses, nos regaló otro recuerdo fotográfico de dos de sus parientes
villargordeños, los hermanos Isabel y
Miguel García Tirado, y Mari me
ha suministrado este relato breve.
Isabel, la mayor de
los dos, se casó después del tradicional periodo de noviazgo de antes con Alfonso Tirado Torres “Paratrenes”.
Como él ya era entonces miembro de la Benemérita pues tuvo varios destinos
hasta que recaló en Jaén, donde se jubiló. Allí fijaron su residencia definitiva
aunque visitaban Villargordo con una frecuencia grande, lo hacían para visitar
a sus familiares o en los momentos más señalados del calendario festivo local.
Él,
cuando se jubiló, venía al pueblo casi a diario pues estaba en continua
actividad con su compra y venta de fincas. Alfonso tenía unas cualidades buenísimas
para comerciar pues conseguía comprar muy barato y después lo vendía con buenas
plusvalías. Cuando tomábamos unas cervezas y me hablaba de ese tema yo le
aconsejaba prudencia pues temía que en una de esas operaciones el gato le
saliera gata y todo se le fuera por la cañería. Él se reía cuando yo le
transmitía mis temores, entonces se me mostraba seguro de lo que hacía pues
tenía de bueno que estaba totalmente convencido de que le irían bien sus
gestiones, no se equivocó y la mejor demostración de ello es el bienestar
económico que dejó a la familia al morir.
Isabel también aportó
a ese progreso pues jugó un papel muy importante en el crecimiento de una
familia numerosa que partía de un sueldo de funcionario. Una familia de esas
características no se gestiona de cualquier manera y ella supo manejar muy bien
su papel de madre en las labores propias de la casa, cocinando y cosiéndoles
sus vestimentas, enseñanza muy bien asimilada por la inmensa mayoría de las
mujeres villargordeñas y no olvidemos que ella lo es.
Cuando
Alfonso enfermó fue atendido en casa,
ayudado por su esposa e hijos, hasta que ya no pudo aguantar más y los dejó.
Ella sigue viviendo
en Jaén y se conserva bien, hace poco la saludamos en la capital, aunque con
los achaques propios que le han regalado los años y su lucha para sacar la
familia adelante.
Miguel, casó con Mª Carmen Robles “La quinita” y también
tuvieron una familia muy numerosa. Fijaron su residencia en la calle 14 de
abril y ella desapareció siendo muy joven. Él, ante la situación en que se
encontró, tuvo el apoyo de su madre y ésta, a pesar de ser una señora ya mayor,
le ayudó a sacar a sus hijos adelante. Ahora, con los hijos casados, vive sólo
y la salud ya le flaquea pues sus achaques no son pocos.
Mari, bastante más
joven que él, ha recordado de su
vida este episodio cuando vio la foto de los dos hermanos. Me comentó que cuando
Miguel era un pequeñajo fue cuando la protagonizó:
Cuando
ocurren los hechos era un niño muy pequeño y frecuentaba mucho la casa que sus
abuelos paternos, Miguelillo “El pintado” e Isabel, tenían en la calle Miguel Torres 7.
Antonia,
su tía, estaba en aquellas fechas soltera y, como vivían los abuelos de mi
esposa en el número 4 de la misma calle pues ella visitaba su casa diariamente
debido a que mi suegra y sus hermanas también estaban solteras y las cuatro eran
de una edad muy similar. En esa casa es donde vivimos.
Miguel fue; durante
esos años de soltería de las cuatro vecinas que, a su vez, eran primas y muy
amigas; el juguete de ellas y se lo pasaban muy bien con sus ocurrencias y
travesuras. Cuando entraba en nuestra casa siempre hacía lo mismo, ir a la
cocina en busca de una silla muy pequeña, y antes hacerlo siempre les decía la
misma frase:
-
¡¡¡Voy por mi silla!!!
Cuando
la traía se dirigía a María y le decía:
-
¡¡¡María, vamos a comer!!!
Un
tiempo después María López Cañas, la
tía de mi esposa, se casó con Pedro
Jiménez “El de la Maximiana” y
establecieron su domicilio en una casa que él compró en la calle Eras, la que hace
esquina con la calle Jesús y que es conocida popularmente como la “Esquina del Cristo”, apodo establecido
por haber en ella una hornacina con dicha imagen.
Un
tiempo después Miguel ya era más mayor, su estatura había aumentado y también le
había crecido su capacidad de hacer travesuras, las propias de esa edad. A
pesar de estos cambios su relación con las mujeres mencionadas seguía siendo la
misma.
Un
24 de julio, por la noche, la procesión en que se baja la imagen del Santísimo
Cristo de la Salud de la ermita hasta la parroquia estaba pasando por la puerta
de María y Pedro y él también iba acompañando a la imagen con sus padres.
En
aquellos tiempos, las mujeres cuyas casas estaban en las calles del recorrido
de la imagen tenían la tradición de blanquear las fachadas de las viviendas,
poner muy bien arregladas las dependencias de la casa, abrir las puertas y
ventanas de par en par y los dueños, acompañados de los familiares que vivían
en otras calles, se ponían en la puerta y esperaban que pasara la imagen del
Santísimo Cristo de la Salud.
Miguel, como seguía siendo
el juguete de ellas, se paró con sus padres al llegar a la casa de Pedro y
María que estaban en la puerta. Él ajeno a todo y a sus conversaciones entró en
la casa de María como tenía por costumbre hacer, nadie reparó en su acción pero
esta vez, cuando el monigote vio lo bien que estaba todo dispuesto la armó…
¿Qué hizo?
Salió
corriendo para el dormitorio, de un salto se subió en la cama que estaba tan perfectamente
arreglada con la mejor colcha de la casa y, una vez encima, comenzó a
revolcarse y a dar saltos en ella deshaciendo todo lo que había preparado María
con tanto esmero para ese momento.
Cuando
se percató ella del desaguisado que estaba ocasionando lo corrió como de
costumbre y él, hábilmente, retornó a la calle junto a sus padres.
María le gritó con
risas mientras volvió a restaurar el desastre que había ocasionado con su
ocurrencia.
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