Colaboración de Paco Pérez
Hace
años, las niñas jugaban con sus muñecas
de trapo; a la rueda; al esconder; a la chicha; a la comba, a
las casicas, para imitar las actividades de las madres…
Los
niños nos distraíamos con una pelota de goma o de trapo; un patín, construido por el mismo usuario;
una pita, elaborada por los
jugadores con una rama de olivo; unas latas
de tomate con unos ramales se usaban como zancos
para emular a los artistas del circo; con un trompo y una cuerda; unas
canicas; unas chapas o tapones de
cerveza o de refresco servían para jugar a “La META” en los pocos acerados que teníamos entonces en
Villargordo; una escopeta de caña…
La
juguetería femenina era más sencilla
de preparar pues las muñecas y la comba necesitaban unos materiales y unas
herramientas que estaban en la misma casa, además, las madres aprovechaban esas
iniciativas de sus hijas para enseñarles los primeros pasos en el mundo de la
costura... ¡¡¡Qué grandes costureras,
modistas y bordadoras hubo en nuestro Villargordo!!!
Todavía
quedan algunas figuras que viven de la costura pero lo lamentable de nuestros
tiempos es que casi nadie se preocupa ya de coger el hilo, una aguja y un dedal
para arreglar un descosido en las prendas o meterle a una falda o a un pantalón.
Lo que he afirmado es fruto de una realidad que está más acuciada en las
poblaciones grandes y cada vez abundan más los letreros como éste: “El costurero de Rebeca”.
La
masculina ya no tenía esas
facilidades pues era más variada y, para su elaboración, había que salir de la
casa para obtener los materiales y ello nos obligaba a pasar por varias etapas:
1.-
Relacionar los materiales que ibas a necesitar.
2.-
Localizar el taller de carpintería o de herrería en el que los ibas a
conseguir, tenías que ser muy conocido de ellos para que te permitieran coger
los desperdicios de los materiales.
3.-
Como no había útiles de trabajo en las casas, las piedras eran los martillos y
las navajas las sierras.
4.-
Para el ensamblaje hacían falta las puntas y comprarlas no era fácil. Esta fase
era una odisea, había que buscar y pedir en las tiendas las cajas usadas de
madera y romperlas para obtenerlas.
En
la operación de montaje era muy frecuente machacarse las uñas de los dedos con
el martillo-piedra. Nadie iba al médico y nuestras madres cogían una tira de
tela blanca, obtenida de las camisas viejas de los padres, nos echaban un
chorreón de alcohol en la herida, llorabas y pataleabas durante un rato, nos soplaban
en la zona afectada para aliviar el dolor que ocasionaba el alcohol, nos liaban
el dedo y salíamos corriendo para continuar con la labor constructora que
habíamos abandonado. El tiempo que duraba la elaboración absorbía nuestra
atención y nuestros ratos libres de manera total y, una vez acabado el
proyecto, te sentías muy feliz.
¿Por qué me he puesto añorante y he sacado
del fondo de armario del recuerdo esta realidad vivida con frecuencia por casi
todos/as los/as de mi tiempo?
Porque,
a pesar de las penurias económicas de entonces y de las dificultades que había
para la consecución de algo, casi todos éramos conscientes de ello y sabíamos
que no se podía exigir a los padres lo que no había. Entonces no nos podíamos
permitir el lujo de ser caprichosos con la petición de ciertos caprichos, lo
sabíamos muy bien. Lo que entonces era una desgracia para un padre, el no poder
complacer los deseos de sus hijos, a la larga resultaba beneficioso para las
criaturas porque les regalaban algo que no se adquiere en el mercado… Una personalidad fuerte y sensata que había sido forjada en la
escuela de la necesidad con la sabia metodología de “la ausencia de caprichos”.
En
estos tiempos los niños tienen de todo y ya nada les causa sensación. Piden un
deseo y, para que no les den la tabarra, se lo compran de inmediato. Se
levantan y ya desayunan con los dibujos animados, así se distraen y no
molestan. Después se marchan al colegio y la paz entra en la casa. Para las
tardes les buscan actividades dirigidas por expertos, o que dicen serlo, y así
el contacto entre padres e hijos queda reducido a un beso y a complacer las
peticiones que les hacen, los niñitos nunca ponen los pies en la tierra y
siguen elucubrando otros deseos para proponerles nuevos caprichos… ¿Cuál es el gran fallo de esta sociedad?
¡¡¡COMPLACE a los hijos pero no los EDUCA!!!
Crecen
las criaturas entre programas basura de la televisión y asimilan un vocabulario
tremendo, propio de mayores y próximo a la incultura. Las series americanas
hacen furor entre ellos, las costumbres decadentes de aquella sociedad impactaron
en la nuestra, las importamos porque molaba un mogollón y, como nosotros somos
más valientes que nadie, pues les pillamos la delantera y así nuestra juventud
pasó, de esta forma tan simple, a ser la más analfabeta del planeta pero la
primera en asimilar toda la modernidad que estaba destrozando al mundo juvenil
exterior.
En
España siempre nos pasa igual, llegamos tarde a la fiesta y, cuando los demás
abandonan todo lo relatado por inútil, aquí lo implantamos como avance y ahí
estamos ahora, presos de lo importado y padeciéndolo en el momento más
inoportuno.
Ya
nadie escribe en el idioma de Cervantes y han diseñado uno que es muy guay, por
ejemplo: Sustituyen “que” por una “q” o una “k”. Ellos dirán lo que quieran pero la verdad del asunto es que no
saben escribir con ortografía y de ahí que se hayan convertido en inventores de
la nueva jerga juvenil escribana… No sabe escribir casi nadie pero sí tienen un
móvil de última generación, todos han adquirido una habilidad pasmosa
redactando esos mensajes mientras se divierten, dicen ellos, en las “Fiestas del BOTELLÓN”.
Una
vez que los decibelios comienzan a inundar el ambiente y los elementos que
entonan el ánimo siempre están en los plásticos en un situación inestable,
lleno o vacío, pues el ánimo ya les circula eufórico desde los pies hasta el
gorro. En esta situación aparece el camello de turno, lo reciben como como las
mamás al panadero del barrio al amanecer y éste les ofrece, con sumo sigilo y como
algo genial para que las fuerzas no los abandonen en toda la noche, la “hierba”,
la “pastilla” o la “papelina” de COCA o CABALLO. Aquellos
que pican por primera vez difícilmente podrán volver ya a la normalidad pues han
aprobado con suma facilidad unas oposiciones
libres a la “DROGODEPENDENCIA”,
se convertirán en unos enfermos sin voluntad, robarán o traficarán para seguir
enganchados, instaurarán en sus familias el “estado de follón permanente”, tendrán problemas con la justicia, tal
vez acaben algunos en el trullo y, lo peor… ¡¡¡Ya, nunca serán unas personas normales y felices!!!
Todo
esto les ha venido porque se lo dieron todo, menos la educación, y porque no
aprendieron a construirse sus patines, la muñeca...
Cuando
camino, paso por las zonas que los jóvenes han elegido para el “botellón”; como suelo hacerlo solo me
aburro y, al pasar por ese espacio, me dedico a contar las botellas de licor y
de refresco dispersos por el lugar y que usaron para sus combinados la noche
anterior. A veces, estando en esta rutinaria e indignante tarea, también tengo
que ver las JERINGUILLAS y los
preservativos.
Ante
este panorama de desolación sufro y me pongo en el pellejo de esos padres que
cada fin de semana tienen que acostarse pensando en qué estarán embarcados sus
hijos/as y a que peligros se pueden ver arrastrados. Cuando hablo así es porque
yo también soy padre y porque pasé por esas noches de preocupación e
incertidumbre (aunque de ello hace ya unos quince años y entonces no estaba el
horno tan caliente)… ¡¡¡Qué relajo me
entraba cuando escuchaba abrirse la puerta, ya podía dormir porque regresaban a
casa!!!
Yo
también fui joven, mi generación también bebió y se divirtió, pero no tuvimos
que cometer tantos abusos graves para hacerlo. El freno más grande que tuvimos
fue ir de fiesta siempre con un duro de menos… Ahora van con muchos euros de
más en la cartera y, como consecuencia, también vuelven con mucho de más en su
cuerpo.
El
2 de enero de 2011 fue un día grande
en la lucha contra la DROGODEPENDENCIA
porque ese día entró en vigor la Ley 42/2010 de 30 de diciembre de 2010, más
conocida como “La ley antitabaco”,
no olvidemos que al fumador también hay que considerarlo como tal. Desde ese
día todos hemos ganado, los fumadores empedernidos y los pasivos. Yo entro en
el grupo de los pasivos y hasta entonces conviví, en lugares públicos, con
personas que originaban al fumar una humareda grande y ese día, por primera
vez, esos señores se tuvieron que adaptar a mí para poder jugar la partida de ajedrez…
¡¡¡No fumaron!!!
Las
autoridades, a todos los niveles, no tienen la buena costumbre de tomar las medidas correctoras
adecuadas para todos los temas graves que nos agobian, y éste de la juventud no
es moco de pavo, y por ello necesitan recibir una solución correctora
rápida para protegerlos de los peligros que los acechan a diario. No lo hacen porque
siempre están en campaña electoral y, como consecuencia de ello, dejan de hacer
sus deberes debido a que temen perder al electorado que tiene pocos años. Si
legislaran con unas leyes adecuadas los padres encontraría un apoyo serio pero,
por desgracia, lo que hacen para ganar simpatías es habilitar a los jóvenes
lugares concretos donde la concentración permita a las autoridades, eso es lo
que argumentan para hacerlo, tenerlos mejor controlados pero la verdad es que
en esos lugares no controla nadie a los que allí están y, como es lógico, con
ese proceder no se ayuda a la erradicación del problema.
Ante
esta inacción social y oficial, la ciudadanía responsable (afectada o no)
deberá de luchar para que las FAMILIAS y
los HIJOS vivan en PAZ y alejados de esta epidemia social, lo haremos: en nuestra
parcela de responsabilidad familiar, en plataformas, en asociaciones o donde
haga falta y sensibilizando a la opinión pública… ¡¡¡Hay que dar la cara y no esconderse!!!
Como despedida, agradecer a los
espacios de Internet que publican las fotos e ilustraciones que nos recuerdan los argumentos expuestos y, además, sin ánimo de lucro. Otras son
de mi archivo.
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