Colaboración de Paco Pérez
Primera parte
Había
acordado con mi amigo Ildefonso Jiménez
García “Alonso” que esa noche nos daríamos una vuelta por las lumbres para
recordar los viejos tiempos pues, como ya tenemos algunos años más de la
cuenta, pues queríamos hacer las cosas siguiendo ese dicho popular tan villargordeño… ¡¡¡Hacer las cosas como Dios manda!!!
Según
esta expresión teníamos que estar temprano en la Ermita del “Santísimo Cristo
de la Salud” porque, según la tradición de nuestro pueblo, esa lumbre se
enciende la primera y nosotros queríamos seguir el ritual de la tradición de
las lumbres al pie de la letra.
Quedamos
en que él pasaría por mi domicilio a las 19:00 horas y ya nos marcharíamos a
ese lugar. Fuimos puntuales y antes de iniciar la marcha le comenté que
debíamos llevarnos unos paraguas pues el cielo estaba muy oscuro pero él rehusó
la propuesta porque como hacía mucho frío en esas condiciones no suele llover.
Yo no estaba muy convencido pero lo obedecí en lo del paraguas y le comenté que
me llevaría una bolsa de plástico para proteger a la cámara fotográfica en caso
de lluvia.
El
recorrido lógico hubiera sido el de extramuros, los “Pilares” y el “Cementerio”
hasta la Ermita, pero no, decidimos cambiarlo y entonces subimos por uno
urbano: Antonio López Zumaquero, plaza de la Asunción, Eras, Ángel Méndez,
plaza de Miguel Hernández y 14 de Abril.
Hacía
años que no habíamos estado presentes en el encendido de esta fogata pero sabíamos
las costumbres porque cuando ambos estuvimos al frente de la “Cofradía del Santísimo Cristo de la Salud”
encendimos, junto al “Hermano Mayor del año”, más de una. Incluso se invitaba
en aquellos años, por cuenta de la Cofradía, a quienes acudían al encendido a
tomar cerveza, vino y las tapas típicas del pan, el aceite y el bacalo. Otra
parte del ritual incluía el tocar el campanillo al encenderse la lumbre, así se
anunciaba al pueblo que ya estaba ardiendo la lumbre del “Señor de la Salud”.
Pasan
los años y estos dos carrozas marchan ilusionados para volver a repetir las
experiencias de sus años jóvenes y, al llegar a la plaza de Miguel Hernández,
ya nos llevamos la primera sorpresa… ¡¡¡No había tocado el campanillo y ya
ardía la primera lumbre frente al supermercado de Capilla Barrera “La retrepá”!!!
Tomamos
unas fotos y allí nos cayeron unas cuantas gotas, le propuse desandar el camino
pero Alonso siguió apostando fuerte por el informe meteorológico que había
anunciado antes de salir de casa.
Cuando
llegamos a la Ermita allí estaban sus cuidadores, Juan “Planchas”, su esposa Cristo
“La espartera” y dos nietos. Estaban preparando el encendido de la lumbre
con cartones y ramos de olivo pequeños. Les pregunté por quién era este año el Hermano Mayor de la Cofradía y me
comentó que era una mujer, su consuegra Loli
Fernández (la mujer de Pedrín
“Porroncho”).
Entonces
les dije:
-
¿Cómo no está aquí para encender la lumbre?
–
La responsabilidad de esa tradición es ahora de la Cofradía de “San Antón” desde que se fundó.
Después
de esta respuesta ellos continuaron colocando la leña y nosotros entramos al
interior de la Ermita.
Estábamos
allí y recordábamos la historia de cuando abordamos la reforma de ella y las
cosas que nos ocurrieron, un día las contaré pues ya va siendo el momento de
que se conozcan.
También
hablamos de cómo se inician las tradiciones o se cambian y así, después de unos
años, ya nadie se acuerda de quién, cómo, por qué o cuándo se implantó o cambió
lo que se venía haciendo y, sin más, el pueblo lo ve bien visto y la convierte
en una religión más creíble que la que emana de la Biblia. Así nacen, se
derrumban y se consolidan los ritos.
Estábamos
en estas reflexiones cuando la señora Cristo entró para tocar el campanillo,
era el rito tradicional, y, al ser electrónico el sistema, no pudo hacerlo por
los imprevistos que nos ofrece la modernidad. Me asomé por una de las mirillas de la puerta Sur, observé que la
lumbre ya ardía, tomé la cámara y, por esa pequeña oquedad, obtuve esta foto de
ella:
Nos
salimos fuera y el espectáculo de luz y calor que nos proporcionaba el ramón recién
cortado de los olivos mientras ardía con esta belleza:
Mientras
Juan y los críos echaban ramas al fuego, Alonso
y Cristobalina viajaron al
pasado y cantaron esta canción de sus años mozos:
La
mejor lumbre este año,
la
han echado en esta casa
y
cuando vayan a acostarse…
¡¡¡Yo
me meo en las brasas!!!
¡¡¡Viva
San Antón,
viva
San Antón.
Que
viva, viva, viva…
San
Antón con su lechón!!!
¡¡¡Viva
San Antón,
viva
San Antón.
Que
viva, viva, viva…
San
Antón con su lechón!!!
Después
nos despedimos e iniciamos el regreso por la calle San Antón con la intención
de visitar las lumbres que nos fuéramos encontrando por las calles del nuevo
itinerario. Nos llevamos la desagradable sorpresa de que no habían encendido
todavía ninguna y, además, no había ni un alma junto a ellas. Caminábamos y
hablábamos del tema en un tono de sorpresa, íbamos por el número 22, de pronto
comenzó a llover con fuerza y de un salto nos metimos en un cocherón que tenía
la puerta abierta y a oscuras… ¡¡¡Qué
suerte tuvimos, unos minutos después y hubiéramos estado por el Cementerio!!!
Una
vez dentro, sentíamos voces y, como al fondo se veía un leve resplandor,
preguntamos:
-
¿Quién hay por aquí?
-
Quienes sois? - nos respondió una voz de mujer.
-
¡¡¡Dos que no quieren mojarse!!! – le respondió Alonso.
Unos
segundos después estaban junto a nosotros Santiaguillo
“El hortelano” y su esposa Paqui.
Una
vez identificados nos pasaron junto al fogón, en él tenían encendida una lumbre
de palos para cuando vinieran las familias de sus hijas. Con ellos estuvimos
hablando de diversos temas, cantamos la canción y, cuando la lluvia cesó, nos
despedimos.
Yo
iba por el caminillo del parque del Cementerio y Alonso, que ya no confiaba en
su pronóstico, me hizo regresar pues era una temeridad ir por ese lugar si
volvía la lluvia. Nos encaminamos hacia el recorrido que habíamos llevado en la
subida y, al llegar a casa, nos llevamos la sorpresa de que no había luz,
intenté a tientas dar con una vela y una caja de cerilla. Estaba tanteando
cuando se iluminó el salón. Al salir a la puerta descubrimos que aquel furgón
que confundimos desde la lejanía con una ambulancia no era tal, era el vehículo
de la compañía encargada del mantenimiento del servicio. Lo curioso es que se
fue el suministro doméstico y no el de las calles.
Alonso
se marchó para su casa y yo, con dos paraguas, me fui hasta la parada del
autocar en busca de mi esposa pues había subido esa tarde a Jaén y no quería
que al regresar lloviera y le pasara como a mí. La intención fue buena pero, cuando
estaba cerca, me acordé tarde de que ese autobús pasa por el “Ejido Moya” y en él nos hemos venido
otras veces. Así fue.
Una
vez de regreso observé que en la puerta de “La posá” había una lumbre en sus inicios, tomé la cámara y grabé
las mejores escenas de San Antón:
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