Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
No
sé cuántos años hace que no nos vemos, es cierto, pero también lo es que ocurre
por razones ajenas a nuestro deseo. Todos los años entramos en contacto una vez
y lo hacemos como “el turrón”, por Navidad.
En esas fechas tan señaladas Sebastián
se las ingenia, él sabrá cómo lo consigue, para entrar cuando menos lo espero,
ayudado siempre por un nuevo internauta, en mi “Bandeja de entrada” y lo hace anunciándose en “Asunto”:
¡¡¡Soy
el Sebas!!!
Así
es conocido allí arriba por sus familiares y amigos.
Esa
forma de entrar es lógica porque al ser un e-mail no conocido pues corre el
riesgo de que yo no abra el mensaje y acabe el envío en papelera.
Como
depende de otros para la comunicación pues nuestra toma de contacto es
propiciada siempre por algún sobrino/a de los muchos que tiene, nunca lo hemos
hecho a través de la misma dirección electrónica, y cuando le contesto ya no
recibo respuesta. Así son los jóvenes y, a pesar de ello, habrá que
reconocerles que lo que le hacen con él tiene su mérito.
Cuando
estamos en la Peña “Café y ajedrez” solemos acordarnos de
las muchas buenas tardes que pasamos con el amigo Sebastián, Pedro Mateos Delgado “Clarillo” es también un buen amigo suyo
y me suele preguntar muchas veces por él. Cuando estuve en Villargordo la
semana pasada fue una de esas veces y recordamos algunas de nuestras vivencias
con él.
Recuerdo
cuando entraba en el bar a bordo de su carro y nos divisaba en la mesa jugando al
entrar por la puerta, ponía su típica cara de hombre feliz e inmediatamente le
dejábamos una parte de la mesa libre para que él pudiera acoplarse bien.
Entonces él hacía, con su maestría habitual, las maniobras necesarias para
limar las dificultades que encontraba a su paso y así poder entrar de frente al
sitio ofrecido, recuerdo aquella escena en la que le estorbaba un sillón y entonces
lo movió como si fuera un tractor pala que allana un terreno, lo desplazó a
otro lugar y todos nos reímos mientras lo hacía.
Juan Rodríguez
Delgado;
conocido popularmente como “Patricio”
por los mayores y “Jonhy” por los
jóvenes, llegaba y llega, a la reunión del ajedrez siempre tarde y con un vaso
de leche manchada en la mano; permanecía de pie y observaba la situación de las
piezas sobre el tablero. Cuando estaba jugando Sebastián con cualquier rival, entonces comenzaba a hablar sobre la
jugada más adecuada que haría si fuera el jugador rival (incluso movía las
piezas como prueba de lo que decía) y así conseguía que Sebastián se pusiera
muy nervioso y furioso cuando comprobaba que ayudaba a su rival. Algunos días,
cuando se repetía esa acción, no podía resistir y daba saltos de protesta y
cabreo en la silla por esas intromisiones que, tal vez, podrían ser premeditadas
para sacarlo de quicio. Cuando ocurría esto Juan se partía de risa sin
molestarse con Sebastián por los improperios que le lanzaba, cuando lo sacaba
de quicio se marchaba satisfecho por haberlo visto levantarse de la silla como
fruto de la ofensa recibida.
Estas
acciones sólo las protagonizaba “Jonhy”
y con los demás no ocurrieron nunca pero sí disfrutamos con él cuando en el
devenir de la partida disfrutaba de una situación favorable para ganar o para
comerse la dama del rival. Cuando tenía a su alcance una de estas posibilidades
ponía la cabeza inclinada hacía uno de los lados y nos hacía gestos de futuro
con la vista. Otras veces, cuando la posibilidad era una realidad que ocurriría
sí o sí porque no podía evitarla el rival, se metía el dedo índice en la boca
para transmitirnos el mensaje de que se iba a tomar una piruleta. Nos regaló
estas escenas en más de una ocasión y nunca las podré olvidar porque tenían una
parte cómica y una parte emotiva. La primera me hacía disfrutar observándole
los movimientos que hacía con la cabeza, las posiciones que adoptaba y lo
silencioso que estaba. La segunda me enseñó que la felicidad para él, dada sus
limitaciones, estaba en las cosas sencillas de la vida y la suya era muy grande
cuando ganaba una pieza importante o la partida… ¡¡¡Qué cara ponía en momentos como los descritos!!!
Un
día nos regaló la previa, la dama enemiga estaba a su alcance y él se preparaba
para el éxito. Todos estábamos expectantes y, sin esperarlo Sebastián, el rival
hizo una jugada imprevista y pasó de perder la dama a ganar la partida.
Nuestra
sorpresa fue doble porque a la anterior se sumó la reacción de Sebastián al
perder… ¡¡¡Gritó y se levantó
del asiento!!!
Así
era mi querido amigo Sebastián cuando vivía en Villargordo y, la verdad, me
gustaría que siga siendo el mismo a pesar del tiempo.
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