Colaboración de
Paco Pérez
Toda persona que se dedica a la
enseñanza sabe que debe encontrar durante su trabajo, a diario y en cada
momento, el camino más adecuado para transmitir a quienes escuchan su mensaje.
Los apóstoles llamaban a Jesús MAESTRO
y Él, como buen maestro, siempre les enseñaba de la manera más fácil y
entendible con el “ejemplo de su vida”
y las “parábolas”. Éstas fueron de una gran variedad pero estaban
ajustadas a un elemento común: [Expresar la verdad mediante una imagen
literaria.].
Este procedimiento fue una forma
sencilla de decirnos más de lo que realmente aparecía en el contenido mientras
se las contaba y, después, había que ir más allá y practicar la reflexión. Así
es como tendremos que proceder para encontrar la esencia de su mensaje, es
decir, una vez que la hemos escuchado o leído se nos invita a buscar más allá de lo recibido pues encierra una parte de misterio y, para desvelarlo, tendremos
que hacer un esfuerzo extra, además de escuchar o leer, si queremos descubrir
qué hay detrás de ese conjunto de palabras sencillas.
Esta forma de predicar la Palabra es muy habitual en los templos
y gusta… ¿Por qué?
Porque el lenguaje figurado es
una forma de discurso oculto en el que se nos habla de manera indirecta de Dios
para que el hombre reflexione sobre su comportamiento. En definitiva, es una manera
enigmática de presentarnos a Dios, al que sólo podremos encontrar en ese prometido
y a su vez deseado más allá, sabiendo todos que para llegar a Él deberemos
realizar sin descanso la práctica de ir a su encuentro mediante “una búsqueda arriesgada del sentido de sus
palabras”.
Hoy, el mundo agrícola es tratado por Jesús
para hablarnos del Reino. Ese
ejemplo puede ser enfocado desde la perspectiva del “hombre agricultor” moderno que visita sus campos para
comprobar cómo va el cultivo de las semillas porque, lo que hizo un día y
vendrá después, lo entiende dentro de un “proceso
biológico” en el que la naturaleza tiene sus leyes o desde la visión de los
“hombres que
estudian la Biblia”. Éstos, cuando pasan por un campo, ven
en el mismo caso las cosas de otra manera pues para ellos lo ocurrido es fruto
de una sucesión de prodigios que realiza Dios, uno tras otro, y después extrapolan mediante una reflexión profunda
en la que “la muerte de la semilla enterrada en la tierra” y “el nacimiento
de la nueva planta” les lleva a retroceder hasta un hecho consumado, la “muerte y resurrección” de Jesús.
Ahora os
propongo leer con detenimiento 2ª CORINTIOS: 5,6-10:
[Hermanos:
Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo,
estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver
todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo
para vivir con el Señor.
Por
eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria. Porque “todos tendremos que comparecer ante el
tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo” por lo que hayamos
hecho en esta vida.].
¿Qué conclusión habéis sacado?
Para
mí, está muy claro que al final nos deberemos de someter al juicio si aceptamos
que las palabras de San Pablo son verdaderas. Yo las doy por ciertas y por eso se
me viene este planteamiento cada vez con más frecuencia… ¿Cómo es posible que quienes están al frente de la Iglesia de Cristo
estén juzgando a los hombres, antes que Dios, y nombrándolos santos después de
estudiar su comportamiento terrenal? ¿No
sería mejor dejar ese asunto hasta el día del juicio para que quien sí nos
conoce en profundidad decida si nos merecemos algo o nada?
Cuando
se santifica a alguien ya se generan peticiones, rezos o culto hacia ese
santo/a… Las biografías de las personas que han dejado huella durante su vida
deben ser conocidas e imitadas pero no avanzar más. Opino así porque nos
preocupamos de los santos más que del único hombre perfecto y puro que hubo…
¡¡¡Jesús!!!
Ahora
que cada persona saque sus conclusiones y proceda, si el texto de hoy no aclara
las ideas sobre estas prácticas religiosas pues ya nos suministrará la Biblia otros.
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