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sábado, 18 de julio de 2015

JESÚS, COMO BUEN PASTOR, ATRAÍA A LAS PERSONAS

Colaboración de Paco Pérez
Siempre tuvo la sociedad los mismos problemas y el PADRE nunca los dejó abandonados. Hay constancia de ello en el Antiguo Testamento, donde a los políticos y religiosos se les nombraba como “pastores” y al pueblo como el “rebaño”, siendo Dios su señor o dueño.
En la vida real los pastores eran personas que trabajaban cuidando los ganados del señor y respondían ante él de la suerte que corrían los animales mientras estaban en el campo pastando… ¿Qué responsabilidad tendrán en nuestros tiempos los políticos y los religiosos que pastorean el rebaño del Señor?

Jeremías denunció las penas que sufría el pueblo por culpa de ellos: el desorden, la injusticia, el desplazamiento… Por ello acusó a sus “pastores” de no haber sabido guiarlos buscando el bienestar del “rebaño” y sí de haberlo hecho pensando sólo en sus intereses personales o en los del grupo al que representaban. Según el profeta, Dios les pedirá cuentas si no los guían de manera acertada o si permiten que el “rebaño” se disperse o se pierda.
Por todos estos malos procedimientos les profetizó que Él aconseja sustituir a los “pastores” por otros nuevos que sean responsables.
En nuestros tiempos se repite la historia y los pueblos pobres viven soñando con cambios que nos traigan “pastores” que acaben con la situación de injusticia que hace sufrir al “rebaño”.
Éste debe tener siempre la esperanza y la ilusión de que algún día la justicia podrá reinar en la sociedad, aunque los hechos nos muestren que todo sigue igual.
Jesús era un “Buen pastor” y por eso, al comenzar su “vida pública”, lo primero que hizo fue rodearse de colaboradores… ¿Por qué?
Porque para evangelizar a los hombres se necesita de la acción conjunta y unificada de muchos hombres que estén convencidos de su verdad, la venida del “Reino de Dios”, y porque así se puede cuidar mejor de todos los hombres.
Con esta decisión nos enseña que “el trabajo en equipo” es el camino de la evangelización y que las personas del pueblo que estén convencidas serán quienes ayudaran a los demás a comprender que Dios está cerca de nosotros y que desea salvarnos.
Los seguidores lo acompañaron siempre de un sitio a otro y así fue como fueron aprendiendo su mensaje. Éstos, más que un grupo perfectamente organizado, fueron un grupo de amigos que al estar cerca de Él aprendieron a empaparse de su amor a Dios y a los más pobres del lugar. A pesar de ello, más adelante y en el momento clave, éstos no fueron un ejemplo de fidelidad hacia Él porque todavía no lo habían comprendido de manera total. Para ellos, el momento cumbre de su aprendizaje les llegó cuando “RESUCITÓ pleno de poder y grandeza”, entonces se les abrieron los ojos y ya no tuvieron dudas porque fue cuando comprendieron todo lo que les había enseñado. Ahora sí estaban convencidos, ya no le dieron la espalda, se convirtieron en unos “testigos” convencidos, ellos fueron los que se lanzaron a proclamar su mensaje a los hombres y, con el entusiasmo con que les hablaban, les contagiaban su espíritu. Dentro de este cohesionado grupo de hombres y mujeres arrancó el movimiento que dio origen al “cristianismo”.
A Jesús unos lo seguían por simpatía y curiosidad; otros porque les convencía con su mensaje; unos pocos estaban totalmente identificados con Él pero no dejaban sus casas para seguirle, no obstante, cuando los visitaba le ayudaban y lo hospedaban y, finalmente, quienes lo acompañaban de manera asidua colaborando con Él en su labor. Entre estos últimos eligió a los doce.
Jesús y su mensaje impactaron entre las gentes sencillas de Galilea porque les ocasionó sorpresa, curiosidad, esperanza y entusiasmo. Por este clima que se creó muchos deseaban escuchar sus parábolas, otros le pedían ayuda de diversa índole y también estaban los que acudían con sus enfermos para que los sanara.
No les resultaba difícil acercarse a Jesús porque les hablaba al aire libre: a orillas del lago de Galilea, en los lugares cercanos a los embarcaderos, en la ladera de alguna de las colinas que dan a ese mar, en las plazas de las aldeas y en su lugar preferido, en las sinagogas, cuando las gentes acudían para la celebración del sábado.
En estas ocasiones el gentío siempre acompañaba a Jesús y hubo momentos en que no lo dejaban comer y entonces pedía a los discípulos que lo acompañaran a un lugar tranquilo para poder “descansar un poco”.
La mayoría de las personas que le seguían para escuchar sus mensajes y presenciar sus prodigios sanadores eran los pobres y desgraciados; los pescadores y campesinos; los que le llevaban enfermos; las mujeres que desean conocer al profeta; los mendigos ciegos que lo llamaban a gritos; los que estaban catalogados como “pecadores” porque no practicaban la ley; los  vagabundos y las gentes sin trabajo.
Cuando Jesús estaba ante ellos se le conmovía el corazón porque sabía que estaban “maltrechos y abatidos” por una adversidad ajena, la que tenía su origen en el egoísmo y en la maldad de otros hombres, y que les empujaba a caminar diariamente por la vida como “ovejas sin pastor”.
Pues, a pesar de toda esta realidad, estas gentes le escuchaban con admiración pero no acogían con decisión su mensaje. Les costaba trabajo cambiar de actitud para tomar el camino por el que Él deseaba que transitaran. Es cierto que en algunas poblaciones sus habitantes rechazaron su mensaje o se quedaron indiferentes pero, también es verdad, que otros muchos sí sintonizaron.
Antes de venir Jesús los judíos y los paganos estaban tan enfrentados que un muro material separaba los patios del templo en Jerusalén pero lo más lamentable era que en sus corazones había un muro de ODIO que era más infranqueable que el muro material.

En los primeros años, después de Jesús, los cristianos también estaban enfrentados por esas dos condiciones y Pablo tuvo que luchar para que el muro del ODIO que derribó Jesús antes de abandonarnos no siguiera separando a los hombres pues el evangelio era para todos los hombres de buena voluntad, judíos y gentiles.


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