Colaboración
de Paco Pérez
Siempre tuvo la sociedad los
mismos problemas y el PADRE nunca los dejó abandonados. Hay constancia de ello
en el Antiguo Testamento, donde a los políticos y religiosos se les nombraba como “pastores” y al pueblo como el “rebaño”, siendo Dios su señor o dueño.
En la vida real los pastores eran personas que trabajaban cuidando los
ganados del señor y respondían ante él de la suerte que
corrían los animales mientras estaban en el campo pastando… ¿Qué
responsabilidad tendrán en nuestros tiempos los políticos y los religiosos que
pastorean el rebaño del Señor?
Jeremías denunció las penas que sufría el pueblo por
culpa de ellos: el desorden, la injusticia, el desplazamiento… Por ello acusó a
sus “pastores” de no haber sabido guiarlos buscando el
bienestar del “rebaño” y sí de haberlo hecho pensando sólo en sus
intereses personales o en los del grupo al que representaban. Según el profeta,
Dios les pedirá cuentas si no los guían de manera acertada o si permiten que el
“rebaño” se disperse o se pierda.
Por todos estos malos
procedimientos les profetizó que Él aconseja sustituir a los “pastores” por otros nuevos que sean responsables.
En nuestros tiempos se repite la
historia y los pueblos pobres viven soñando con cambios que nos traigan “pastores” que acaben con la situación de injusticia
que hace sufrir al “rebaño”.
Éste debe tener siempre la esperanza y la ilusión de que algún día la justicia podrá reinar en
la sociedad, aunque los hechos nos muestren que todo sigue igual.
Jesús
era un “Buen pastor”
y por eso, al comenzar su “vida pública”, lo primero que hizo fue rodearse de
colaboradores… ¿Por qué?
Porque para evangelizar a los
hombres se necesita de la acción conjunta y unificada de muchos hombres que
estén convencidos de su verdad, la venida del “Reino de Dios”, y porque así se puede cuidar mejor de
todos los hombres.
Con esta decisión nos enseña que “el trabajo en
equipo” es el camino de la
evangelización y que las personas del pueblo que estén convencidas serán quienes
ayudaran a los demás a comprender que Dios está cerca de nosotros y que desea
salvarnos.
Los seguidores lo acompañaron siempre
de un sitio a otro y así fue como fueron aprendiendo su mensaje. Éstos, más que
un grupo perfectamente organizado, fueron un grupo de amigos que al estar cerca
de Él aprendieron a empaparse de su amor a Dios y a los más pobres del lugar. A
pesar de ello, más adelante y en el momento clave, éstos no fueron un ejemplo
de fidelidad hacia Él porque todavía no lo habían comprendido de manera total.
Para ellos, el momento cumbre de su aprendizaje les llegó cuando “RESUCITÓ pleno
de poder y grandeza”, entonces se les abrieron los ojos y ya no tuvieron dudas porque fue cuando
comprendieron todo lo que les había enseñado. Ahora sí estaban
convencidos, ya no le dieron
la espalda, se
convirtieron en unos “testigos” convencidos, ellos fueron los que se
lanzaron a proclamar su mensaje a los hombres y, con el entusiasmo con que les
hablaban, les contagiaban su espíritu. Dentro de este cohesionado grupo de
hombres y mujeres arrancó el movimiento que dio origen al “cristianismo”.
A Jesús unos lo seguían por simpatía y curiosidad; otros
porque les convencía con su mensaje; unos pocos estaban totalmente
identificados con Él pero no dejaban sus casas para seguirle, no obstante,
cuando los visitaba le ayudaban y lo hospedaban y, finalmente, quienes lo
acompañaban de manera asidua colaborando con Él en su labor. Entre estos
últimos eligió a los doce.
Jesús y su mensaje impactaron entre las gentes
sencillas de Galilea porque les ocasionó sorpresa, curiosidad, esperanza y
entusiasmo. Por este clima que se creó muchos deseaban escuchar sus parábolas, otros
le pedían ayuda de diversa índole y también estaban los que acudían con sus
enfermos para que los sanara.
No les resultaba difícil
acercarse a Jesús porque les hablaba al aire libre: a orillas del lago de
Galilea, en los lugares cercanos a los embarcaderos, en la ladera de alguna de
las colinas que dan a ese mar, en las plazas de las aldeas y en su lugar
preferido, en las sinagogas, cuando las gentes acudían para la celebración del
sábado.
En estas ocasiones el gentío
siempre acompañaba a Jesús y hubo momentos en que no lo dejaban comer y
entonces pedía a los discípulos que lo acompañaran a un lugar tranquilo para
poder “descansar
un poco”.
La mayoría de las personas que le
seguían para escuchar sus mensajes y presenciar sus prodigios sanadores eran
los pobres y desgraciados; los pescadores y campesinos; los que le llevaban enfermos; las mujeres que desean conocer al profeta; los mendigos
ciegos que lo llamaban a gritos; los
que estaban catalogados como “pecadores” porque no practicaban la ley; los vagabundos y las gentes sin
trabajo.
Cuando Jesús estaba ante ellos se le conmovía el corazón
porque sabía que estaban “maltrechos y abatidos” por una adversidad ajena, la que tenía su
origen en el egoísmo y en la maldad de otros hombres, y que les empujaba a
caminar diariamente por la vida como “ovejas sin
pastor”.
Pues, a pesar de toda esta
realidad, estas gentes le escuchaban con admiración pero no acogían con
decisión su mensaje. Les costaba trabajo cambiar de actitud para tomar el
camino por el que Él deseaba que transitaran. Es cierto que en algunas
poblaciones sus habitantes rechazaron su mensaje o se quedaron indiferentes
pero, también es verdad, que otros muchos sí sintonizaron.
Antes de venir Jesús los judíos y los paganos estaban tan enfrentados que un muro material
separaba los patios del templo en Jerusalén pero lo más lamentable era que en
sus corazones había un muro de ODIO que era más infranqueable que el muro
material.
En los primeros años, después de Jesús, los cristianos también estaban enfrentados
por esas dos condiciones y Pablo tuvo que luchar para que el muro del ODIO que derribó Jesús antes de abandonarnos no siguiera separando
a los hombres pues el evangelio era para todos los hombres de buena voluntad,
judíos y gentiles.
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