Colaboración de Paco Pérez
Dios siempre se
preocupó de llevar a su pueblo el mensaje del Reino pero nunca fue comprendido y, consecuentemente, bien acogido.
Jeremías y Ezequiel tuvieron esa responsabilidad,
fueron deportados a Babilonia y en esas circunstancias desempeñó Ezequiel su labor. En el destierro recibió
de Dios la condición de profeta y ambos fueron los encargados
de interpretar la tragedia del pueblo. Cuando Dios escogió a Ezequiel le
comunicó cómo eran sus gentes de tozudas y qué debía hacer, a pesar de ser así
ellos, para que cambiaran de comportamiento.
Con
el transcurrir de los años Jesús
desarrolló su labor doble de profeta y maestro, les anunció las cosas futuras
y les enseñó el camino, utilizó las parábolas
y su ejemplo de vida.
Visitaba
Galilea para anunciarles que venía a
liberarlos de tanto sufrimiento y opresión y que la llegada del Reino de Dios estaba cerca. Cuando
entraba en los pueblos recorría sus calles, buscaba el encuentro con sus gentes,
se acercaba a las casas para desear la paz a las familias y salía al descampado
para hablar con los campesinos en su trabajo. Para hablarles, su lugar
preferido era la sinagoga o el espacio donde se reunían los vecinos los
sábados a leer y comentar las Escrituras.
Además, rezaban, cantaban salmos, discutían los problemas del pueblo, se informaban de lo que ocurría en el entorno y pedían a Dios por sus necesidades.
Cuando
les hablaba en parábolas tomaba los
ejemplos de los hechos que a diario ocurrían en las aldeas. En ellas vivía el pueblo pobre y desheredado, ese que fue maltratado
por los poderosos cuando lo
despojaron de su derecho a disfrutar de la tierra que había regalado Dios a todos los hombres. En las ciudades vivían los que tenían el poder: Dirigentes, grandes
terratenientes, recaudadores de impuestos… Éstos últimos no son para Él los representantes
del pueblo de Dios, son sus opresores y
con esa acción le causan miseria y hambre.
La
venida del Reino de Dios tiene que
comenzar allí donde estén los pobres, los hambrientas y los afligidos y sólo
puede ser anunciado desde el contacto directo y estrecho con las gentes más
necesitadas. La buena noticia de
Dios no puede salir con fuerza desde
las suntuosas villas, ni de los lujosos barrios residenciales de las
élites sociales y tampoco de los palacios
sacerdotales. La semilla del Reino
solo puede encontrar buena tierra entre los pobres de cualquier lugar del
planeta. Su objetivo fue muy sencillo, contribuir a que se implantara pronto y
así, con él, vendría pronto a los hombres la justicia y la paz.
Finalmente,
Pablo nos habla del sufrimiento que tenía
él por culpa de un problema físico y nos lo muestra como un camino para ganar
méritos ante Dios y no como un reflejo de su pena. Él lo enfocó de manera que ese
padecimiento le sirviera para que Dios valorara lo que hacía a diario, tirar
hacia adelante en la vida a pesar de sus limitaciones por la enfermedad.
También nos muestra una versión muy positiva de las debilidades que afectan a
las personas, lo hace desde la cara positiva del sufrimiento y nos anima a no
esconder nuestras enfermedades.
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