Colaboración de Paco Pérez
Francisco
Pérez Soriano, mi abuelo, fue una persona muy popular para ciertas
generaciones de villargordeños y para otras, las nuevas, un total desconocido debido
a que murió en 1981 y desde entonces ya ha llovido bastante en nuestro pueblo,
razón más que suficiente para que su huella esté en peligro de extinción. Lo fue
por su forma de entender la vida y yo diría que en ese campo se anticipó en
varias décadas a sus coetáneos y en otros temas fue una persona normal que amó
a su pueblo y por ello siguió fiel a las tradiciones del lugar, por ejemplo, su
incuestionable fervor por el Santísimo
Cristo de la Salud.
En
este tema no fue único, hubo otros villargordeños que también sintieron como él
y como una cosa es predicar y otra el dar trigo pues lo mejor será aportar un
documento que me regaló Adriano Jiménez
Almagro, un buen amigo. Éste está fechado el 1 de julio de 1926 y creo que
acredita suficientemente cómo pensaban sobre el tema:
Cuando
era joven, como componente o no de la Junta de la Cofradía, colaboraba en las
actividades que se programaban para poder pagar los gastos de los actos religiosos
en las Fiestas de Santiago, principalmente los “castillos de fuegos artificiales” que se quemaban los días 24 y 28
en la explanada que hay frente a la puerta del campanillo y la “banda de música”.
Él
mantenía con los cortijeros unas
relaciones muy fluidas por su profesión de “herrador”, os recuerdo que era el zapatero de los animales que
ellos tenían para los trabajos agrícolas, y por esa razón visitaba con bastante
frecuencia sus casas de campo. Estas circunstancias le permitieron, después de trabajar
con ellos durante años, el tener una buena amistad y de ahí que le dieran con
suma facilidad los donativos, en trigo, que necesitaba la Cofradía para las “Fiestas de Santiago”.
Con
el paso de los años los terratenientes abandonaron la costumbre de vivir en los
cortijos, se marcharon a Jaén y ya no valía el ir a pedirles trigo para el Cristo de la Salud, actividad que
hacían de manera voluntaria con los carros y los mulos los cofrades
colaboradores.
Como
éstos ya estaban mayores y cansados de hacer esa labor de recaudación de fondos
pues cedieron el timón de la Cofradía
a otros más jóvenes, cambiaron las formas de financiación y él se limitó ya a
ver pasar el Cristo desde la puerta de
su casa.
Todos
sabemos que antaño el “Pecho de la
Ermita” tenía un pavimento natural cuyos materiales eran la tierra, las riscas,
las piedras y los pinchos secos.
Pues
bien, en estas circunstancias adversas el Cristo
bajó y subió durante muchísimos años en procesión, los días 24 y 28 de julio,
acompañado de los vecinos del pueblo y de los villargordeños que se habían
marchado a otros lugares de España y del extranjero en busca de trabajo y que regresaban
al pueblo en esas fechas tan entrañables y señaladas. A pesar de esas
dificultades bastantes personas que habían recorrido muchos kilómetros lo
hacían descalzas –ahora también- para cumplir las promesas que habían ofrecido
a su “Cristo de la Salud” por
razones diversas.
Murió con 93 años, tuvo tiempo de vivir
muchas experiencias en todos los terrenos y esa circunstancia le permitió
comprobar que, a pesar de que hubo bastantes reformas y modificaciones en las
calles del pueblo, a esa nunca le llegó el turno y por ello seguía igual que
cuando él era un niño. Esta reflexión se
alió con sus sentimientos hacia el “Cristo de la Salud” y por ello decidió
en 1967, cuando tenía 80 años, actuar… ¿Por qué?
Porque
consideró que ya había llegado la hora de que el pavimento de esa calle fuera arreglado.
Unos
meses atrás estaba en “El Tropezón”, cumplía el ritual de la liguera y,
mientras bebía una copa de blanco leía la prensa deportiva, llegó Juan Antonio Martos. Hablamos de
diversos temas y acabamos con las cosas que hacía mi abuelo.
Al
recordar una de sus travesuras resultó que Juan Antonio, a petición de mi
abuelo, intervino en ella de manera indirecta. Leamos el relato de su vivencia,
en qué consistió esa participación y la versión que le contó mi abuelo de los
hechos.
Colaboración de Juan Antonio Martos
De
todos es conocido que me crie y viví, hasta que me casé, en la casa de mi
abuela, conocida popularmente como “La
pensadora vieja”. Como la casa está en la plaza de la Iglesia pues por eso
tenía muy buenas relaciones de vecindad con Francisco Pérez.
Una
tarde de primavera pasé por su puerta para ir en busca de los amigos y él
estaba sentado, como todas las tardes, en la acera de la puerta de su casa y lo
hacía en una silla baja, estaba fumando su cigarro de “picadura” y vestía como
siempre: pantalón negro, camisa blanca remangada y su inseparable chaleco
negro. Éste tenía historia porque estaba lleno de agujeros, ocasionados por el
ascua del cigarro que siempre tenía en la boca y zurcidos con resignación por
su hija Marina una y otra vez. Para qué le iba a poner otro nuevo –decía ella-
si al día siguiente va a estar igual de agujereado.
Ese
día me llamó y entonces tuvimos esta conversación:
-
Buenas tardes Sr. Francisco -así lo saludé.
-
A propósito, pasa a la casa. Te voy a informar de un tema muy importante que
voy a poner en marcha y quiero que me hagas un trabajo.
Pasamos
a la casa, me contó sus intenciones y me puso un papel encima de la mesa para
que escribiera. Entonces me dictó el contenido del discurso que pensaba dar en
su momento y quería que se lo pasara a máquina, pues pensaba darlo el día 24 de
julio desde el balcón de su vivienda.
El
texto no era muy extenso pero sí reflejaba con claridad su intención: Llamar la
atención del pueblo para poner en marcha el arreglo de la calzada del “Pecho de la Ermita”. Este fue su
contenido:
Queridos
paisanos, todos, vecinos de Villargordo.
Ha
llegado la hora de que los ciudadanos
de nuestro pueblo y los cofrades de
la “Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud” se reúnan para que todos juntos
procedamos al arreglo de la calzada por la que todos los años el “Cristo de la Salud” baja y sube en
procesión.
No
podemos soportar, ni un año más, que la calzada siga en el estado en que se
encuentra por culpa de la pasividad del Excmo. Ayuntamiento; encabezado por D.
Luciano Jiménez García, como alcalde; por el capellán de nuestra parroquia, D.
Antonio Barredo Salazar y por la Junta de Gobierno de la Cofradía del
“Santísimo Cristo de la Salud”.
Por
lo dicho propongo que el pueblo se manifieste, recaude fondos y proceda al
arreglo de dicha calzada mediante el pago de una cuota por familia pues el
“Cristo de la Salud” es del pueblo y para el pueblo pero no lo es de la
parroquia, de la Cofradía y, mucho menos, del Ayuntamiento.
Unos
días después yo cumplí el encargo que me hizo, lo escribí a máquina y se lo
entregué.
Más
adelante supe que su hijo, D. Luís Pérez, iba casi todos los días a visitarlo;
entonces él tuvo el desliz de enseñarle el escrito que yo le había mecanografiado
y le comentó lo que pensaba hacer el día 24 de julio. El hijo intentó quitarle
de la cabeza la idea pero no consiguió nada más que cabrearlo.
Al
día siguiente, como D. Luís y D. Luciano eran muy amigos, pues fue al
Ayuntamiento para prevenirlo sobre lo que su padre pensaba hacer cuando pasara
la procesión del Cristo por su puerta, subirse al balcón de la casa y leer el
discurso que ya tenía preparado.
Unos
días después pasó D. Luciano por la puerta, se paró con él de manera
intencionada, entablaron conversación, y durante ella aprovechó el alcalde la
ocasión para preguntarle:
-
Francisco… ¿Es verdad que piensa usted subirse al balcón para hablarle al
pueblo?
-
Te han informado bien, seguro que ha sido mi hijo.
–
Luís no me ha dicho nada, es un comentario del pueblo y me he enterado por los
municipales. Francisco… ¿Podría usted dejarme el escrito para leerlo con
tranquilidad y así veo si le podemos añadir algo más?
–
Ahora mismo te lo traigo.
Entró en la casa, le entregó el escrito, se
despidieron con amabilidad y D. Luciano prometió devolvérselo en unos días pero
la verdad fue que éstos iban pasando y la promesa que le hizo no se cumplía.
El
Sr. Pérez seguía confiando en que un día u otro el Sr. Alcalde tendría que
pasar por allí para ir a su casa pero cuando comprobó pasaban los días y no
aparecía se mosqueó y entonces decidió montarle una buena estrategia para
cazarlo, por algo era muy mayor y también un zorro viejo.
Cuando
D. Luciano iba para casa se mudaba a la acera contraria y así veía si el Sr.
Pérez estaba o no sentado en su silla, lo hacía desde la puerta de Paco Huertas
“El feo”. Una vez comprobado el hecho, si no estaba pasaba y si estaba se daba
media vuelta y regresaba a casa por la Cañailla.
Un
día, el Sr. Pérez no sacó su silla a la puerta y se sentó dentro de la casa para
esperarlo. Cuando lo vio pasar salió a la calle y con su voz potente lo
sorprendió y le dijo:
-
¡Hombre, Luciano, no está mal. Por lo que veo te creías más listo que yo y no has
pensado que tengo más canas que tú y que por eso un día u otro tenías que caer
donde has caído!
–
Francisco, es que no he tenido tiempo de leerlo.
–
Bueno, vamos a lo nuestro… ¿Cuándo me vas a devolver el discurso que te dejé
para que le echaras un vistazo?
–
Un día de estos te lo traigo.
–
Si piensas jugar conmigo estás totalmente equivocado porque lo que te has llevado
ha sido la copia, no olvides que el original está dentro de mi cabeza –mientras
le decía estas últimas palabras se la golpeaba con la mano. Te recuerdo que,
con papel o sin papel, me voy a subir al balcón ese día.
Después
de este encuentro las cosas fueron a peor pues D. Luciano le dijo a D. Luís que
convenciera a su padre de que no se subiera al balcón porque de hacerlo se
vería obligado a meterlo en la cárcel. También intervinieron para impedirlo el
Comandante de puesto de la Benemérita y el Párroco.
Como
no era tonto, comprendió que el revuelo que levantó no le iba a traer nada más
que líos y, finalmente, optó por no cumplir lo anunciado.
Cuando
terminaron las fiestas subió a Jaén y habló con el Obispo de la Diócesis, D.
Miguel Peinado Peinado, para exponerle que el Párroco estaba de acuerdo con el
Alcalde para no arreglar la calzada de la Ermita y que por ello debía de
trasladarlo a otro pueblo.
No
olvidemos que en aquellos años Franco todavía mandaba en España y que las
instituciones actuaban unidas para que no hubiera revueltas que modificaran el
guión oficial.
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