Colaboración de José Martínez Ramírez
Los ancianos sentados alrededor
de la lumbre, no dicen nada,
se quedan en silencio al calor,
mientras, el humo dibuja hadas.
Lo observan entre un rumor
de siglos, de noches veladas
por la luna que destila el licor
monótono y amargo de la helada.
Los jóvenes, con más vigor,
les ofrecen algo chamuscada,
entre cabriolas de algún bailaor,
un trozo de la jugosa vianda.
Y mojan sin parar en el verdor
del aceite de oliva casi acabada,
mientras la
bota del bailaor
se va quedando sin vino de crianza.
Cuando las llamas pierden grosor
y las ascuas su sangre derraman,
cuentan historias, mezcladas entre el vapor
del vino que sale de sus bocas tiznadas.
Las cicatrices de la vida del mayor,
a la noche le da un aura de alas,
los niños miran absortos y el fulgor
de la lumbre ilumina sus caras.
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