Colaboración de Paco Pérez
La
Biblia es “camino” y la mayoría no sabemos
valorar su grandeza. Si la conociéramos mejor comprobaríamos que en ella están los
“signos” que nos fue regalando
Jesús, es decir, ayudas para entender con más facilidad lo que Dios desea que
hagamos.
Si
el hombre se acostumbra a pasar de puntillas por el mensaje de las lecturas pues
difícilmente encontrará la luz pero si se esfuerza en profundizar en ellas, con
la ayuda de quienes las han estudiado a fondo, pues probablemente veamos algo
más de lo que habíamos visto antes.
Los
“hechos prodigiosos” que hacía Jesús
los hemos recibido como “milagros”,
es decir, acciones extraordinarias
que sólo podían ser realizadas con la intervención de Él. A lo largo del tiempo
nos ha quedado este concepto pero… ¿Nos
hemos parado a pensar en lo que fueron realmente los milagros que hacía?
Cuando
Dios realiza un “milagro” en las personas debemos pensar
que son “signos” que usa para liberar
al hombre de la enfermedad, el miedo, la tristeza, la muerte... Cuando
se nos presente un relato milagroso de Jesús
deberemos acostumbrarnos a descubrir de qué es señal, de qué liberación es
portador y qué actualización puede tener en estos tiempos para las personas.
Lo
que no debemos hacer es hablar sobre si pasó o no pasó algo extraordinario, eso
no tiene valor, deberemos dar prioridad a lo que sí tiene, las enseñanzas que
nos regaló.
Por
la cultura errónea que hemos adquirido a lo largor del tiempo sobre los milagros las personas viajan a los
lugares de peregrinación atraídos por los relatos de los hechos que allí
suceden o han sucedido. Quienes van lo hacen para pedir, a la virgen o al santo
que tiene atribuidos los portentos, que les conceda su ayuda para algún problema
personal.
Considero
que pedir no es un error; si lo hacemos por las necesidades de todos, en primer
lugar, y por las personales de manera particular, después. Respeto que los
humanos pidan a las advocaciones de María y a los santos pero no lo comparto porque entiendo que
si Dios es el que nos concede el milagro… ¿No será mejor dirigirnos a Él
directamente? ¿Para qué hacerlo mediante intermediarios ?
Guiémonos
por la lectura de hoy y reflexionemos, aunque nos equivoquemos:
En
Caná, María y Jesús, asisten a una boda. Estos actos familiares tenían una gran
importancia en la tradición del pueblo de Israel y la presencia de ambos en
ella la interpreto como la acción de dos personas normales, Jesús y María, que
acompañan a unos familiares en un día único para ellos. Lo que sucedió lo entiendo
en esa dimensión y por eso opino que a María, mujer normal, sólo le preocupó
que no tuvieran vino y de ahí que le pidiera a su hijo, hombre normal y a su
vez hijo de Dios, que les resolviera el problema que se había presentado a los
novios. Para mí, este hecho es el reflejo de lo que es un comportamiento
totalmente humanizado de ambos.
Ella
lo hace convencida de que Él tiene poder para resolverlo y, para mí, es un “signo” claro de lo que debe ser la “fe” como motor que empuje a las
personas en sus actos responsables, la petición de ella. Él le respondió como cualquier hombre de nuestros días a su madre
pero con una gran diferencia… ¡¡¡No podía hacerlo!!!
Jesús
tenía sus razones de peso para contestarle así pero reflexionó como todo buen hombre
que ama a sus padres y los respeta, por ello le debió de conceder el milagro.
¿Procedemos
con nuestros padres así?
Lo
que sucedió en la boda es, para mí, un ejemplo de “fe”, en María, y de
“humanidad”, en Jesús.
Con
el paso del tiempo nos hemos desviado del verdadero sentido de las cosas y, basándonos
en los hechos milagrosos, pedimos a María que nos solucione nuestras
necesidades porque consideramos que ella actuará de intermediaria entre
nosotros y su Hijo para que Éste, a su vez, se lo pida al Padre… ¿Nos han informado mal de estas prácticas o
es que nosotros las hemos hecho a nuestra medida?
Yo
me he limitado a exponer lo que se argumenta como justificación para lo que
hacemos pero también existe otra versión y nos la aporta la creencia que había en
las primitivas comunidades c
ristianas: [El
único mediador entre Dios y los hombres es Jesús.].
La
escena de la boda nos muestra otra realidad: [Para encontrar a Dios no hay que ir al templo o a un lugar silencioso.
Dios está en medio del bullicio, del banquete y del baile. Jesús lo estaba y en
ese ambiente escuchó la petición de María.].
¿Hemos
pensado sobre esta realidad alguna vez?
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