Colaboración de Antonio Cañas Calles
Capítulo III
EL ORIGEN DE LA ADVOCACIÓN
Con
la bajada del Cristo
en
las fiestas nos metemos.
Si
cada año en Villargordo
estas
fiestas son su centro,
hay
que pararse a pensar
la
causa y el fundamento
de
unas fiestas seculares
que
se pierden en los tiempos.
¿No es verdad que sobre todo
por encima de
festejos,
verbenas y
carruseles,
certámenes y
otros juegos,
las fiestas de
Villargordo
religiosas son
primero?
Comienzan
cuando se baja
al
Cristo con paso lento;
terminan
cuando se sube
desde
la iglesia a su encierro,
y
yo quiero que penséis,
aunque
sea por un momento:
¿es que acaso en estos días
hay algún acto
o festejo,
algún concurso
o certamen
o algún
acontecimiento
que podamos
recordar
de los que
tengan más éxito
que nos
convoque a más gente,
a tantos
villargordeños,
que en la
bajada y subida
del Patrón de
nuestro pueblo?
Podemos
decir seguros,
sin
que a la verdad faltemos,
que
el Cristo de la Salud
es
el motivo primero
de
la alegría de estos días,
de
que tantos nos juntemos
gozando
de estar con Él,
gozando
de nuestro encuentro.
Dicen
los propios cronistas,
que
rebuscan documentos,
que
al Cristo de la Salud
el
nombre le vino puesto
porque
una plaga de cólera,
hace
más de siglo y medio,
se
extendió por estas tierras
y
hubo aquí muchos enfermos.
Llenos
de pánico y fe,
aquellos
abuelos nuestros
quisieron
sacar a Cristo
en
procesión por el pueblo,
entre
rezos y plegarias,
para
que Él pusiera buenos
a
unos cientos de vecinos
que
morían en sus lechos
de
tan mala enfermedad,
común
en tiempos aquellos.
Dicen
que el mal cesó al punto
y
que el milagro fue un hecho,
y
al Cristo que los salvó
“de la Salud” le pusieron,
llegando
hasta nuestros días
la
devoción que tenemos.
Grande
fue, seguro estoy,
la
fe de nuestros abuelos,
como
grande es hoy en día
la
fe que en Él mantenemos,
o
el fervor con que acudimos
a
que nos saque de aprietos.
Seguro
que nadie piensa
en
el milagro primero
para
mantener su fe
en
el Cristo de sus rezos;
seguro
que lo que siente,
que
de su fe hace un templo,
es
las veces que su Cristo
le
ha consolado en silencio,
le
ha dado fuerza en la vida,
o
le ha curado al enfermo,
o
le ha salvado del mal
que
tanto estaba temiendo.
Lo
que hemos visto esta noche,
que
siempre recordaremos,
es
una muestra evidente
del
sentir de nuestro pueblo:
La
multitud a su Cristo,
sea
a voces o en silencio,
suplica,
reza o aclama,
aplaude
o lanza al viento
¡vivas!
que al cielo llegan
de
fervor y sentimiento
por
favores concedidos
por
Él como padre nuestro,
o
porque en horas amargas
hace
sentir su consuelo
como
un hermano mayor
que
nos muestra con su ejemplo
que
nadie jamás como Él
tuvo
tanto sufrimiento
por
nuestras culpas y males,
de
las que Él era ajeno.
La
multitud estos días
en
masa lo va siguiendo
con
tal fervor y entusiasmo,
con
tanta fe y tal respeto,
que
la emoción que se siente
de
punta pone los pelos.
Pero
esa muestra de amor
tiene
su especial reflejo
en
unos días señalados
y
hasta en un lugar concreto:
los
días son el de bajada
y
el de subida a su cerro,
y
el lugar en ambos días
es
de la Ermita
su Pecho;
de
tal manera que aquí
y
en este mismo momento
a
nuestro alcalde le pido,
y
en él a todo el Concejo,
que
tenga a bien aprobar
en
algún próximo pleno,
ahora
que a tantas calles
los
nombres están poniendo,
que
a aquella hermosa avenida
que
por el Pecho entendemos
Pecho
de la Ermita
pongan
de
nombre oficial; por cierto
que
no es caprichosa idea,
que
hay razones para ello,
y
son éstas las que yo
modestamente
argumento:
y
es que al Pecho de la Ermita
más
bien se le llama pecho,
no
porque es pendiente cuesta,
es
porque allí al mismo tiempo,
en
la bajada y subida
del
amado Cristo nuestro,
con
fervor y devoción
y
entre vítores y rezos,
se
oye latir con más fuerza
el
corazón de su pueblo.
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