Colaboración de Paco Pérez
Este
relato ha salido a la luz gracias a la colaboración de Pedro Berrio Melguizo.
Su
padre, Juan Francisco Berrio Jiménez
“Pinchitos”, fue la persona que tuvo
la titularidad de él desde que se lo pusieron hasta que murió.
Este
señor se quedó huérfano cuando tenía
17 años y, como su hermano Juan Manuel
era mayor que él y ya estaba casado con María
Martínez “La Evangelista”, pues
le propuso que se fuera a vivir con ellos y sus cinco hijos, éstos estaban entonces
muy pequeños.
Con
el paso del tiempo los niños fueron encariñándose con el tito y la confianza se
instaló en sus relaciones familiares, algo normal. El más pequeño, como todavía
no hablaba bien, pues no lograba
pronunciar de manera correcta el nombre de Juan Francisco y por eso un
día le dijo:
-
Chacho “Pichito”… ¿Me subes al mulo?
-
¡¡¡Ahora mismo!!! - le contestó él.
Por
esta conversación con el pequeño y otras parecidas los sobrinos ya comenzaron a
decirle chacho “Pichito”. El vecindario
los escuchaba cuando estaban en la calle con él y así fue cómo aprendieron de
ellos el sobrenombre que usaban cuando le llamaban.
De
esta forma tan simple y natural se divulgó el apodo que, sin proponérselo
nadie, le pusieron los niños por lo mal que pronunciaba el hermanillo y que lo
llevó a la popularidad local.
Así
fue de simple y sencillo el verdadero origen de él pero todos sabemos que las
historias se deforman desde que surgen los hechos hasta que llegan al pueblo de
boca en boca y con el transcurrir de los años. Por esta realidad, el “Pichito” original de la familia fue
deformado por la gente un tiempo después y entonces comenzaron a llamarle “Pinchito”. Pero no quedó ahí la cosa
porque, finalmente, sufrió una nueva transformación, quedando de manera
definitiva como Juan Francisco “Pinchitos”.
Así
fue reconocido por los villargordeños hasta su muerte, a él no le importaba que
le llamaran así y sus descendientes no heredaron el apodo, caso raro pero
cierto.
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