Colaboración de Paco Pérez
Hace
unos días estuve con Mari en Jaén resolviendo los asuntos rutinarios
que se le plantean a todas las familias de vez en cuando y, al llegar el
autocar a Villargordo, coincidimos al descender con Juan Jiménez Valero “El
Sastre”.
Llevaba
en las manos varias bolsas de tamaño bastante grande y, como las escaleras del
vehículo estaban muy pronunciadas, le propuse ayudarle para evitar que pudiera
tener un percance al bajarlas. Aceptó encantado, bajamos sin problemas y
después de devolverle sus bolsas charlamos unos minutos en la sombra. Íbamos a
separarnos ya y, de pronto, Juan se acordó que en otra ocasión habíamos hablado
del tema de los apodos y que se comprometió
a redactarme en su casa unos textos con el origen de los de su familia. Como no
lo había hecho me propuso contármelos en unos minutos y así el asunto quedaba
resuelto. Me pareció muy bien su ofrecimiento y, de inmediato, nos pusimos el
mono de trabajo. Saqué papel y bolígrafo; él comenzó a recordar los detalles de
cada uno de sus apodos, tomé las notas pertinentes y nos despedimos.
CHALEQUITO
Éste es de
origen paterno:
El
padre de Juan se llamaba Francisco Jiménez Moral…
Su
abuelo Bartolomé Jiménez Martos. Nos
hemos remontado en la genealogía familiar hasta Bartolomé porque a quien corresponde el título del apodo “Chalequito” es a él.
Todos
sabemos que antiguamente las familias hablaban mucho alrededor de la mesa
camilla, sobre todo en invierno, y los pequeños escuchaban todo lo que
comentaban los mayores, los abuelos principalmente.
Parece
ser que el señor Bartolomé escuchó
en repetidas ocasiones cómo debían ser las mujeres para que su comportamiento,
después de casadas, fuera el correcto. Debió de calar hondo el tema en su mente
porque, cuando alcanzó los 15 ó 16, sus preocupaciones por ellas comenzaron a
tomar fuerza, igual que ocurría a sus amigos. En las conversaciones que
mantenían hablaban sobre las mozas del pueblo y él les comunicó las
preferencias que tenía sobre ellas, lo hizo con estas palabras:
-
Yo, el día que me case, no lo haré con un “Chaleco”.
En
un principio sus palabras causaron revuelo porque creyeron sus amigos que hablaba
de la prenda de vestir típica de aquellas fechas pero él entonces les aclaró
que se refería a una mujer que no reuniera buena condiciones.
Tengo
que aclarar, para quienes no son villargordeños, que se aplicaba “Chaleco” para hombres y mujeres de
comportamiento poco deseable y cuando la mala reputación de la persona estaba
muy acentuada se le llamaba “Chaleco
viejo”.
Desde
aquel momento estas conversaciones se fueron repitiendo con bastante frecuencia
y él siempre acababa diciendo la misma frase. Se puso tan pesado, por repetido,
que uno de los amigos llegó una tarde a la reunión y, al no estar Bartolomé, les dijo:
-
No ha venido “Chaleco”… ¿Le pasa
algo?
Desde
aquella tarde ya fue conocido como Bartolomé
“Chaleco” y, un tiempo después, pasó a llamarse “Chalequito”.
Recuerdos
fotográficos de esta familia, circunscritos a Francisco Jiménez Moral, sus hijos, nietos y el entorno donde
vivió…
PEDROMOSO
Éste es de
origen materno:
La
madre de Juan se llamaba Juana Valero López…
Su
abuelo Pedro Valero López. En este
caso también entra en juego Pedro
porque a él le pusieron el apodo de “Pedromoso”.
Parece
ser que el señor Pedro fue dotado
por la naturaleza al nacer con unas cualidades físicas que le hacían mostrarse
a sus paisanos con una belleza por encima de lo normal. Esa realidad hizo que
un día, uno o una, le llamara al pasar:
-
¡¡¡Por ahí va Pedro “El Hermoso”!!!
El
sobrenombre se fue extendiendo por el pueblo y, posteriormente, ya le llamaban
todos Pedro “Hermoso”. Un tiempo después le vino el apodo definitivo y fue como
consecuencia de la forma que tenemos los andaluces de hablar, comiéndonos
letras al pronunciar las palabras. Por esa razón se le llamó “Pedromoso”.
Tengo
que hacer una aclaración sobre este apodo, me ocurrió a mí cuando era un niño
y, supongo, que también a más de uno. Yo creía desde entonces, hasta que el
otro día hablé con Juan, que el origen del apodo guardaba relación con “moso”, palabra muy usada en nuestro
pueblo porque está muy popularizada como “vulgarismo”
cuando tenemos que decir: [Un objeto
metálico se encuentra afectado de un proceso de oxidación por efectos de la
humedad.].
Por
lo anterior podríamos decir que “oxidado”
es palabra sinónima de “moso”, si estamos en nuestro pueblo y lo
hacemos hablando. Hago esta observación porque escrito el apodo cambiaría de “Pedromoso” a “Pedromohoso”… ¿Vio alguien escrito
el apodo así alguna vez?
Estas
particularidades lingüísticas son de origen villargordeño (eso creo yo) y
espero que, de manera fortuita, haya podido aportarle al amigo Juan Martínez Terrones algo novedoso
para sus profundos trabajos de investigación sobre nuestros “palabros villargordeños”.
Al
tomar hoy contacto con este apodo, mis recuerdos han salido con rapidez y
profusión de detalles desde la niñez, para hacerlo sólo han necesitado que
escribiera en el folio del ordenador “Pedromoso”…
¡¡¡Qué maravillosa es la mente humana!!!
Estoy
cerca de los sesenta y ocho y por esa razón creo que los datos que me afloran
del manantial inagotable que es ella, y sin esfuerzo, se grabaron en el disco
duro hace sesenta años.
Recuerdo
que este apodo era muy famoso en el pueblo y lo era porque había varias razones
que ayudaban a la divulgación de su popularidad:
-
Este señor vivía con su familia en una de las tres últimas casas que,
construidas en las afueras del pueblo, estaban solas y rodeadas de tierras de
cultivo…
Se
levantaban al lado del camino que
era prolongación de la calle Ramón y
Cajal.
Él,
en los inviernos lluviosos, se convertía en una corriente de agua molesta cuyo origen
estaba en las escorrentías que bajaban del “Cerro Mengíbar”, el líquido se estancaba en las tierras de “El Rulo”,
propiedad del padre de Juan Tomás
Delgado “Machete” y bajaba sin
cesar durante un tiempo, hasta que se eliminaba por agotamiento del caudal y por
la evaporación.
Todos
sabemos que las ranas y los sapos tienen en estos lugares su hábitat, lo
comprobé durante los paseos nocturnos que dábamos en las calurosas noches de
verano por aquellos sitios, escuchábamos su inconfundible y ruidoso… ¡¡¡Croac, croac, croac!!!
Durante
las lluvias el camino dejaba de estar transitado porque el barro lo aconsejaba.
Como éste acababa en la “Carretera de
Mengíbar”, lo hacía a la altura del paraje conocido como “Palos Cruzados”, en primavera volvía a
retomar la normalidad pues era más cómodo ir por la tierra que por la piedra
picada de la carretera. Si se fijan en la última foto comprobarán por qué se
llamaba a aquel paraje “Palos Cruzados”.
-
Las casas estaban muy próximas a las dos escuelas que el Ayuntamiento había
construido en aquella parte del pueblo y mi padre era uno de los dos maestros
que allí trabajaban. Recuerdo que el maestro, de vez en cuando, también tenía
sed y entonces mandaba a uno de sus alumnos de confianza a esa casa para que la
señora le diera un vaso con agua.
En
la foto acompaño a mí padre y hermana. Os la he mostrado porque a nuestras espaldas
están las tres casas y, ocultado por mi padre, el famoso lugar de juegos
conocido entonces como “Los Carros”,
luego lo muestro en otras con más claridad.
-
En aquellos años las labores del campo necesitaban carros y esta familia tenía en
la parte trasera de su casa un espacio rectangular, abierto por dos de sus
lados, para aparcar en él el acarro cuando no lo necesitaban en el trabajo.
Para
los niños ese lugar era, a la vez, muy popular y muy peligroso. Al estar cerca
de las escuelas todos lo conocían y le pusieron “Los carros”. Antes de entrar a clase ya era visitado y al salir siempre
había en él mucha gente menuda.
Vamos
a conocerlos con más detalles en estas fotos, aunque ya estuviera cercado el
lugar.
El
peligro que corríamos allí era evitable porque nadie nos obligaba
a
viajar hasta él. Hubo momentos muy delicados y se produjeron cuando, después de
subir los varales hasta el techo con algún atrevido colgado en la punta de una
de ellas, por agotamiento dejaron de sujetar el carro en la parte trasera y
entonces los varales cayeron con fuerza y estrépito, golpeando de manera brusca
el suelo… ¿Qué habría ocurrido si un
niño hubiera quedado lesionado en el suelo al soltarse del varal?
Nunca
pasó nada pero los que tuvimos experiencias con estos juegos allí hemos
comentado estos peligros en más de una ocasión.
En
ésta se ve con más precisión el lugar, está a la izquierda de mi padre.
EL SASTRE
Juan Jiménez
Valero “El Sastre” es
quien nos ha permitido que estos
recuerdos hayan sido desempolvados. Sobre su apodo poco hay que aportar, le fue
adjudicado porque toda su vida profesional ha estado dedicada a esta profesión.
Amigo Juan, ya sólo me queda darte
las gracias por la colaboración que me ha aportado, con la información y las
fotografías.
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