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lunes, 30 de mayo de 2016

LOS APODOS DE VILLARGORDO

Colaboración de Paco Pérez
Hace unos días estuve con Mari en Jaén resolviendo los asuntos rutinarios que se le plantean a todas las familias de vez en cuando y, al llegar el autocar a Villargordo, coincidimos al descender con Juan Jiménez ValeroEl Sastre”.

Llevaba en las manos varias bolsas de tamaño bastante grande y, como las escaleras del vehículo estaban muy pronunciadas, le propuse ayudarle para evitar que pudiera tener un percance al bajarlas. Aceptó encantado, bajamos sin problemas y después de devolverle sus bolsas charlamos unos minutos en la sombra. Íbamos a separarnos ya y, de pronto, Juan se acordó que en otra ocasión habíamos hablado del tema de los apodos y que se comprometió a redactarme en su casa unos textos con el origen de los de su familia. Como no lo había hecho me propuso contármelos en unos minutos y así el asunto quedaba resuelto. Me pareció muy bien su ofrecimiento y, de inmediato, nos pusimos el mono de trabajo. Saqué papel y bolígrafo; él comenzó a recordar los detalles de cada uno de sus apodos, tomé las notas pertinentes y nos despedimos.
CHALEQUITO
Éste es de origen paterno:
El padre de Juan se llamaba Francisco Jiménez Moral
Su abuelo Bartolomé Jiménez Martos. Nos hemos remontado en la genealogía familiar hasta Bartolomé porque a quien corresponde  el título del apodo “Chalequito” es a él.
Todos sabemos que antiguamente las familias hablaban mucho alrededor de la mesa camilla, sobre todo en invierno, y los pequeños escuchaban todo lo que comentaban los mayores, los abuelos principalmente.
Parece ser que el señor Bartolomé escuchó en repetidas ocasiones cómo debían ser las mujeres para que su comportamiento, después de casadas, fuera el correcto. Debió de calar hondo el tema en su mente porque, cuando alcanzó los 15 ó 16, sus preocupaciones por ellas comenzaron a tomar fuerza, igual que ocurría a sus amigos. En las conversaciones que mantenían hablaban sobre las mozas del pueblo y él les comunicó las preferencias que tenía sobre ellas, lo hizo con estas palabras:
- Yo, el día que me case, no lo haré con un “Chaleco”.
En un principio sus palabras causaron revuelo porque creyeron sus amigos que hablaba de la prenda de vestir típica de aquellas fechas pero él entonces les aclaró que se refería a una mujer que no reuniera buena condiciones.
Tengo que aclarar, para quienes no son villargordeños, que se aplicaba “Chaleco” para hombres y mujeres de comportamiento poco deseable y cuando la mala reputación de la persona estaba muy acentuada se le llamaba “Chaleco viejo”.
Desde aquel momento estas conversaciones se fueron repitiendo con bastante frecuencia y él siempre acababa diciendo la misma frase. Se puso tan pesado, por repetido, que uno de los amigos llegó una tarde a la reunión y, al no estar Bartolomé, les dijo:
- No ha venido “Chaleco”… ¿Le pasa algo?
Desde aquella tarde ya fue conocido como BartoloméChaleco” y, un tiempo después, pasó a llamarse “Chalequito”.
Recuerdos fotográficos de esta familia, circunscritos a Francisco Jiménez Moral, sus hijos, nietos y el entorno donde vivió…



PEDROMOSO
Éste es de origen materno:
La madre de Juan se llamaba Juana Valero López…
Su abuelo Pedro Valero López. En este caso también entra en juego Pedro porque a él le pusieron el apodo de  “Pedromoso”.
Parece ser que el señor Pedro fue dotado por la naturaleza al nacer con unas cualidades físicas que le hacían mostrarse a sus paisanos con una belleza por encima de lo normal. Esa realidad hizo que un día, uno o una, le llamara al pasar:
- ¡¡¡Por ahí va PedroEl Hermoso”!!!
El sobrenombre se fue extendiendo por el pueblo y, posteriormente, ya le llamaban todos PedroHermoso”. Un tiempo después le vino el apodo definitivo y fue como consecuencia de la forma que tenemos los andaluces de hablar, comiéndonos letras al pronunciar las palabras. Por esa razón se le llamó “Pedromoso”.
Tengo que hacer una aclaración sobre este apodo, me ocurrió a mí cuando era un niño y, supongo, que también a más de uno. Yo creía desde entonces, hasta que el otro día hablé con Juan, que el origen del apodo guardaba relación con “moso”, palabra muy usada en nuestro pueblo porque está muy popularizada como “vulgarismo” cuando tenemos que decir: [Un objeto metálico se encuentra afectado de un proceso de oxidación por efectos de la humedad.].
Por lo anterior podríamos decir que “oxidado” es palabra sinónima de “moso”, si estamos en nuestro pueblo y lo hacemos hablando. Hago esta observación porque escrito el apodo cambiaría de “Pedromoso” a “Pedromohoso”… ¿Vio alguien escrito el apodo así alguna vez?
Estas particularidades lingüísticas son de origen villargordeño (eso creo yo) y espero que, de manera fortuita, haya podido aportarle al amigo Juan Martínez Terrones algo novedoso para sus profundos trabajos de investigación sobre nuestros “palabros villargordeños”.
Al tomar hoy contacto con este apodo, mis recuerdos han salido con rapidez y profusión de detalles desde la niñez, para hacerlo sólo han necesitado que escribiera en el folio del ordenador “Pedromoso”… ¡¡¡Qué maravillosa es la mente humana!!!
Estoy cerca de los sesenta y ocho y por esa razón creo que los datos que me afloran del manantial inagotable que es ella, y sin esfuerzo, se grabaron en el disco duro hace sesenta años.
Recuerdo que este apodo era muy famoso en el pueblo y lo era porque había varias razones que ayudaban a la divulgación de su popularidad:
- Este señor vivía con su familia en una de las tres últimas casas que, construidas en las afueras del pueblo, estaban solas y rodeadas de tierras de cultivo…
Se levantaban al lado del camino que era prolongación de la calle Ramón y Cajal.
Él, en los inviernos lluviosos, se convertía en una corriente de agua molesta cuyo origen estaba en las escorrentías que bajaban del “Cerro Mengíbar”, el líquido se estancaba en las tierras de “El Rulo”, propiedad del padre de Juan Tomás Delgado Machete” y bajaba sin cesar durante un tiempo, hasta que se eliminaba por agotamiento del caudal y por la evaporación.
Todos sabemos que las ranas y los sapos tienen en estos lugares su hábitat, lo comprobé durante los paseos nocturnos que dábamos en las calurosas noches de verano por aquellos sitios, escuchábamos su inconfundible y ruidoso… ¡¡¡Croac, croac, croac!!!
Durante las lluvias el camino dejaba de estar transitado porque el barro lo aconsejaba. Como éste acababa en la “Carretera de Mengíbar”, lo hacía a la altura del paraje conocido como “Palos Cruzados”, en primavera volvía a retomar la normalidad pues era más cómodo ir por la tierra que por la piedra picada de la carretera. Si se fijan en la última foto comprobarán por qué se llamaba a aquel paraje “Palos Cruzados”.
- Las casas estaban muy próximas a las dos escuelas que el Ayuntamiento había construido en aquella parte del pueblo y mi padre era uno de los dos maestros que allí trabajaban. Recuerdo que el maestro, de vez en cuando, también tenía sed y entonces mandaba a uno de sus alumnos de confianza a esa casa para que la señora le diera un vaso con agua.
En la foto acompaño a mí padre y hermana. Os la he mostrado porque a nuestras espaldas están las tres casas y, ocultado por mi padre, el famoso lugar de juegos conocido entonces como “Los Carros”, luego lo muestro en otras con más claridad.
- En aquellos años las labores del campo necesitaban carros y esta familia tenía en la parte trasera de su casa un espacio rectangular, abierto por dos de sus lados, para aparcar en él el acarro cuando no lo necesitaban en el trabajo.
Para los niños ese lugar era, a la vez, muy popular y muy peligroso. Al estar cerca de las escuelas todos lo conocían y le pusieron “Los carros”. Antes de entrar a clase ya era visitado y al salir siempre había en él mucha gente menuda.
Vamos a conocerlos con más detalles en estas fotos, aunque ya estuviera cercado el lugar.
El peligro que corríamos allí era evitable porque nadie nos obligaba
a viajar hasta él. Hubo momentos muy delicados y se produjeron cuando, después de subir los varales hasta el techo con algún atrevido colgado en la punta de una de ellas, por agotamiento dejaron de sujetar el carro en la parte trasera y entonces los varales cayeron con fuerza y estrépito, golpeando de manera brusca el suelo… ¿Qué habría ocurrido si un niño hubiera quedado lesionado en el suelo al soltarse del varal?
Nunca pasó nada pero los que tuvimos experiencias con estos juegos allí hemos comentado estos peligros en más de una ocasión.
En ésta se ve con más precisión el lugar, está a la izquierda de mi padre.

EL SASTRE
Juan Jiménez Valero “El Sastre” es quien nos ha permitido que estos recuerdos hayan sido desempolvados. Sobre su apodo poco hay que aportar, le fue adjudicado porque toda su vida profesional ha estado dedicada a esta profesión.


Amigo Juan, ya sólo me queda darte las gracias por la colaboración que me ha aportado, con la información y las fotografías.

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