Colaboración de Ramón Albao Carmona
Al señor Julián, que siempre me devolvía el saludo.
Por
la calles encaladas
paseando
voy sereno,
acariciándome
la vista
con
mi pasito muy lento.
En
la puerta, una cesta
con
verduras y pimientos…
¡Compre
usted que están fresquitos,
que
son muy villargordeños!
Un
vecino en su silla,
a
la sombra y somnoliento,
la
cachimba entre sus labios
y
recordando viejos tiempos.
¡Buenos
días! –le saludé.
El
señor, sentado y quieto,
me
sonrió, me contestó con la mano
y…
¡Hasta luego!
Aquel
anciano tan sencillo,
con
su cara de bueno,
es
la gente llana y humilde,
es
la gente de este pueblo.
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