Colaboración de Paco Pérez
El
baile es un acto en el que la persona realiza una danza, en ella utiliza su
cuerpo, con él ejecuta movimientos al compás o al ritmo de una música, mientras
lo mueve manifiesta la expresión de un sentimiento y se suele realizar como
profesión o, simplemente, para divertirse; de manera individual; por parejas o
en grupo.
Para
ejecutar esta modalidad de arte necesitamos que haya una implicación
sincronizada del cuerpo entero pues durante la ejecución moveremos las manos, las
piernas, los brazos y los pies. Además, necesitaremos que nuestra mente esté
muy despierta con la finalidad de que pueda coordinar lo que percibimos por el
oído y para que ella, ajustándose al compás y al ritmo de la música que suena,
nos inspire el movimiento corporal que debemos realizar en la pista o en el escenario.
El
baile no es un invento de nuestros días, es antiquísimo. Lo es porque siempre
estuvo presente en la vida del hombre aunque, como es lógico, el sentido
profesional o de divertimento de nuestros tiempos no tiene nada que ver con la
historia que lo acompaña. En las pinturas rupestres también está presente y,
según los expertos, estas manifestaciones estaban relacionadas con la religión
que profesaban porque, cuando bailaban, lo hacían ante su dios para lograr de él
algún beneficio. Parece ser que le bailaban al sol, la luna, la lluvia… Las
peticiones realizadas durante su ejecución podían ser para diferentes
intenciones: Lograr que los sembrados cuajaran perfectamente y así obtener
buenas cosechas; vencer a sus enemigos en las guerras; pedir por la fecundidad de
quienes se unían en pareja; en la muerte, para que quienes se iban fueran
transportados al lugar deseado y pudieran disfrutar de la felicidad prometida;
los nacimientos también tenían sus propias danzas…
Con
el paso de los años el baile perdió su encanto y le ocurrió
igual que a todos los elementos que, en su conjunto, le daban a la vida el verdadero sentido que Dios
le regaló: Casarse y formar una familia unida y para siempre; ejecutar el
trabajo con responsabilidad; hacer las adecuadas peticiones de ayuda a Dios por
todo y manifestarle nuestra gratitud por lo recibido… A medida que el hombre se
fue alejando de los principios descritos y entró, poco a poco y sin percatarse
de ello, en la modernidad de nuestros días, la práctica del baile también comenzó a consumirse con
mayor asiduidad, abandonó la función de hacernos soñar y pasó a ser cualquier
cosa, todo menos recreativo y festivo. Nadie duda que bailar nos hace bien pues
coinciden los expertos en que produce efectos analgésicos. A pesar de ello, la
realidad es que cuando bailamos nunca lo hacemos por las propiedades
benefactoras mostradas.
Para
mi generación bailar era algo casi imposible debido a que no estaba al alcance
nuestro organizarlo y porque entablar diálogo con una muchacha ya era complicado.
Además, en Villargordo no había entonces discoteca, por esa razón esta práctica
sólo era posible en las bodas o en la Fiesta
de “Santiago”, porque en la de “Las Flores” no había entonces verbena popular. Por las razones anteriores, cuando acababa “Santiago” sentíamos una pena tremenda.
Eran
unos tiempos en los que el baile,
durante los días de las fiestas, permitía a muchas personas encontrar más
oportunidades para llegar a contactar con las personas que deseaban como pareja
para ir al matrimonio, esta circunstancia hacía que las fiestas se vivieran con
mucha intensidad y poco descanso. Cuando acababan, la rutina volvía al ambiente
tradicional del pueblo y cada día, al terminar el trabajo, se reunían los
amigos para poder echar un rato alegre mientras charlaban sentados en los
bancos del “Paseo” o caminaban por el pueblo para intentar ver a las mujeres, éstas
también lo hacían en grupo. A esta práctica le llamaban “dar vueltas” y lo hacían por las calles donde vivían las damas a
las que “arrastraban el ala”, es
decir, a las que deseaban como esposas. Otra práctica corriente de aquellos
tiempos era acudir por las tardes al templo parroquial para “hacer la visita al Señor”, cuando
salían se arremolinaban en la plaza y esperaban a que acabara el rezo del
“Santo Rosario”… ¿Para qué lo hacían si
ya habían rezado?
Porque
las muchachas que iban, normalmente cuando hacía buen tiempo, se enganchaban
del bracete y, en pandilla, subían hasta la ermita del “Santísimo Cristo de la Salud” y ellos, como las hormigas y a una
distancia prudencial, iban detrás hasta el lugar. La felicidad de estas tradiciones
consistía en intercambiar miradas y así es como comenzaban a tener constancia
de que había correspondencia en la otra parte. Si las buenas sensaciones se
repetían entonces se podía decir que la simiente echada tenía posibilidades de
no perderse; ahora tocaba esperar a que naciera y creciera la planta y, a
continuación, ya se comenzaba a pensar en dar el paso final, proponerle ser
novios… ¡¡¡Pretenderla!!!
Este
paso era muy complicado en aquellos años pues había que hacerlo en unas
condiciones poco favorables debido a que cuando la dama se olía que el mozo le
iba a “tirar los tejos”= “pretenderla”, se colocaba en el centro
del grupo para no facilitarle la llegada, aunque deseara que lo hiciera, pues
la cultura del momento llevaba a las mujeres a ponerse duras o hacerse valer.
El hombre, antes de acercarse a ella, ya había indagado sus posibilidades de
éxito y casi sabía cómo iba a ser recibido, antes de acercarse lo hablaban en el
grupo de amigos y lo hacían por parejas. Lo que buscaban con esta estrategia
era que el amigo acompañante dialogara con las otras mozuelas para que éstas
estuvieran distraídas y no pendientes del nervioso pretendiente. Cuando la dama
estaba en el centro el muchacho tenía que pedirle que se saliera a una esquina del
grupo, si ella no lo deseaba como novio no se movía de donde estaba y así
abortaba el intento de ser pretendida.
Cuando
ocurría esta escena de rechazo, al día siguiente y como costumbre del lugar, la
noticia se cundía por el pueblo y se decían frases parecidas a ésta:
-
Al Pedro de “la Quica” le ha dado “calabazas”
la Mariquilla, por ejemplo.
Si
el joven la quería de verdad y estaba bien amueblado, no le importaban las “calabazas” e insistía “echándole más ganchos”= “acercarse más veces” a la dama.
Normalmente, siempre acababan triunfando los hombres que mostraban a las
mujeres un gran tesón.
¡¡¡Cómo ha cambiado la vida!!!
Ahora
no se sabe quién pretende a quien y yo diría que los hombres ni tienen
necesidad de tomar la iniciativa. No les hace falta porque en nuestros días los
jóvenes tienen más oportunidades para enamorarse y comunicarse sus sentimientos
pues en cualquier día del año hay fiesta: En las discotecas, el pub, los cumpleaños,
los casamientos, los bautismos o en los “botellones”...
Antes era en sólo en los domingos y ahora cualquier día es bueno.
En
nuestros tiempos tardábamos años en llegar a una mujer, otro montón lo
pasábamos de novios y con la abuela de “vigilante
de la paya” y entonces lo normal era que la rosca nos la comiéramos en la
noche de bodas. Ahora empiezan por comerse la rosca en cualquier día del año y
en cualquier lugar, incluso sin haberse conocido antes, después de estas
experiencias algunos deciden irse a vivir de pareja porque se quieren ya un
montón y, cuando la rosca se les indigesta porque comprueban día a día que la
vida en común requiere una serie de cosas inevitables pues, al primer roce,
cogen la maquinilla de afeitar y el móvil, la meten en una bolsa de Mercadona y
se marchan de nuevo con sus papas. Unos días después dejan de lamentarse y comienzan
a escribir un nuevo guión, aunque la experiencia vivida les haya regalado una
criatura encantadora e inocente.
En
el pasado era muy difícil que los novios tuvieran oportunidades para hacer
travesuras porque los mayores estaban muy vigilantes para entorpecer sus
intentos, aunque también es verdad que ocurrían cosillas, pero esto no era lo
corriente. Tan cierta era esa realidad que en la narración de un hecho real
ocurrido hace bastantes años en una boda de nuestro pueblo se puede ver un poco
lo que ocurría. En las bodas, después del “refresco”
(la cena) había la costumbre de beber durante el baile anís y coñac. Otra
tradición de entonces era que al día siguiente iban por la mañana a la casa de
los novios unas mujeres de la familia y los despertaban para que desayunaran
“chocalate” con “dulces o churros”.
En
una ocasión el novio bebió durante el baile más licores de lo normal, agarró
una buena “pea”= “borrachera” y se
durmió como un “lirón” en su nueva cama. Cuando se despertaron los novios por
los golpes que daban en el llamador de la puerta, él se despertó muy ofuscado y
dijo mientras se incorporaba para abrirles:
-
¡¡¡Andááá, ya están aquí las del
chocolate y ésta todavía está sin -----!!!
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