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viernes, 17 de junio de 2016

EL BAILE EN NUESTRA COTUMBRES

Colaboración de Paco Pérez
El baile es un acto en el que la persona realiza una danza, en ella utiliza su cuerpo, con él ejecuta movimientos al compás o al ritmo de una música, mientras lo mueve manifiesta la expresión de un sentimiento y se suele realizar como profesión o, simplemente, para divertirse; de manera individual; por parejas o en grupo.
Para ejecutar esta modalidad de arte necesitamos que haya una implicación sincronizada del cuerpo entero pues durante la ejecución moveremos las manos, las piernas, los brazos y los pies. Además, necesitaremos que nuestra mente esté muy despierta con la finalidad de que pueda coordinar lo que percibimos por el oído y para que ella, ajustándose al compás y al ritmo de la música que suena, nos inspire el movimiento corporal que debemos realizar en la pista o en el escenario.

El baile no es un invento de nuestros días, es antiquísimo. Lo es porque siempre estuvo presente en la vida del hombre aunque, como es lógico, el sentido profesional o de divertimento de nuestros tiempos no tiene nada que ver con la historia que lo acompaña. En las pinturas rupestres también está presente y, según los expertos, estas manifestaciones estaban relacionadas con la religión que profesaban porque, cuando bailaban, lo hacían ante su dios para lograr de él algún beneficio. Parece ser que le bailaban al sol, la luna, la lluvia… Las peticiones realizadas durante su ejecución podían ser para diferentes intenciones: Lograr que los sembrados cuajaran perfectamente y así obtener buenas cosechas; vencer a sus enemigos en las guerras; pedir por la fecundidad de quienes se unían en pareja; en la muerte, para que quienes se iban fueran transportados al lugar deseado y pudieran disfrutar de la felicidad prometida; los nacimientos también tenían sus propias danzas…
Con el paso de los años el baile perdió su encanto y le ocurrió igual que a todos los elementos que, en su conjunto, le daban a la vida el verdadero sentido que Dios le regaló: Casarse y formar una familia unida y para siempre; ejecutar el trabajo con responsabilidad; hacer las adecuadas peticiones de ayuda a Dios por todo y manifestarle nuestra gratitud por lo recibido… A medida que el hombre se fue alejando de los principios descritos y entró, poco a poco y sin percatarse de ello, en la modernidad de nuestros días, la práctica del baile también comenzó a consumirse con mayor asiduidad, abandonó la función de hacernos soñar y pasó a ser cualquier cosa, todo menos recreativo y festivo. Nadie duda que bailar nos hace bien pues coinciden los expertos en que produce efectos analgésicos. A pesar de ello, la realidad es que cuando bailamos nunca lo hacemos por las propiedades benefactoras mostradas.
Para mi generación bailar era algo casi imposible debido a que no estaba al alcance nuestro organizarlo y porque entablar diálogo con una muchacha ya era complicado. Además, en Villargordo no había entonces discoteca, por esa razón esta práctica sólo era posible en las bodas o en la Fiesta de “Santiago”, porque en la de “Las Flores” no había entonces verbena popular. Por las razones  anteriores, cuando acababa “Santiago” sentíamos una pena tremenda.
Eran unos tiempos en los que el baile, durante los días de las fiestas, permitía a muchas personas encontrar más oportunidades para llegar a contactar con las personas que deseaban como pareja para ir al matrimonio, esta circunstancia hacía que las fiestas se vivieran con mucha intensidad y poco descanso. Cuando acababan, la rutina volvía al ambiente tradicional del pueblo y cada día, al terminar el trabajo, se reunían los amigos para poder echar un rato alegre mientras charlaban sentados en los bancos del “Paseo” o caminaban por el pueblo para intentar ver a las mujeres, éstas también lo hacían en grupo. A esta práctica le llamaban “dar vueltas” y lo hacían por las calles donde vivían las damas a las que “arrastraban el ala”, es decir, a las que deseaban como esposas. Otra práctica corriente de aquellos tiempos era acudir por las tardes al templo parroquial para “hacer la visita al Señor”, cuando salían se arremolinaban en la plaza y esperaban a que acabara el rezo del “Santo Rosario”… ¿Para qué lo hacían si ya habían rezado?
Porque las muchachas que iban, normalmente cuando hacía buen tiempo, se enganchaban del bracete y, en pandilla, subían hasta la ermita del “Santísimo Cristo de la Salud” y ellos, como las hormigas y a una distancia prudencial, iban detrás hasta el lugar. La felicidad de estas tradiciones consistía en intercambiar miradas y así es como comenzaban a tener constancia de que había correspondencia en la otra parte. Si las buenas sensaciones se repetían entonces se podía decir que la simiente echada tenía posibilidades de no perderse; ahora tocaba esperar a que naciera y creciera la planta y, a continuación, ya se comenzaba a pensar en dar el paso final, proponerle ser novios… ¡¡¡Pretenderla!!!
Este paso era muy complicado en aquellos años pues había que hacerlo en unas condiciones poco favorables debido a que cuando la dama se olía que el mozo le iba a “tirar los tejos”= “pretenderla”, se colocaba en el centro del grupo para no facilitarle la llegada, aunque deseara que lo hiciera, pues la cultura del momento llevaba a las mujeres a ponerse duras o hacerse valer. El hombre, antes de acercarse a ella, ya había indagado sus posibilidades de éxito y casi sabía cómo iba a ser recibido, antes de acercarse lo hablaban en el grupo de amigos y lo hacían por parejas. Lo que buscaban con esta estrategia era que el amigo acompañante dialogara con las otras mozuelas para que éstas estuvieran distraídas y no pendientes del nervioso pretendiente. Cuando la dama estaba en el centro el muchacho tenía que pedirle que se saliera a una esquina del grupo, si ella no lo deseaba como novio no se movía de donde estaba y así abortaba el intento de ser pretendida.
Cuando ocurría esta escena de rechazo, al día siguiente y como costumbre del lugar, la noticia se cundía por el pueblo y se decían frases parecidas a ésta:
- Al Pedro de “la Quica” le ha dado “calabazas” la Mariquilla, por ejemplo.
Si el joven la quería de verdad y estaba bien amueblado, no le importaban las “calabazas” e insistía “echándole más ganchos”= “acercarse más veces” a la dama. Normalmente, siempre acababan triunfando los hombres que mostraban a las mujeres un gran tesón.   
¡¡¡Cómo ha cambiado la vida!!!
Ahora no se sabe quién pretende a quien y yo diría que los hombres ni tienen necesidad de tomar la iniciativa. No les hace falta porque en nuestros días los jóvenes tienen más oportunidades para enamorarse y comunicarse sus sentimientos pues en cualquier día del año hay fiesta: En las discotecas, el pub, los cumpleaños, los casamientos, los bautismos o en los “botellones”... Antes era en sólo en los domingos y ahora cualquier día es bueno.
En nuestros tiempos tardábamos años en llegar a una mujer, otro montón lo pasábamos de novios y con la abuela de “vigilante de la paya” y entonces lo normal era que la rosca nos la comiéramos en la noche de bodas. Ahora empiezan por comerse la rosca en cualquier día del año y en cualquier lugar, incluso sin haberse conocido antes, después de estas experiencias algunos deciden irse a vivir de pareja porque se quieren ya un montón y, cuando la rosca se les indigesta porque comprueban día a día que la vida en común requiere una serie de cosas inevitables pues, al primer roce, cogen la maquinilla de afeitar y el móvil, la meten en una bolsa de Mercadona y se marchan de nuevo con sus papas. Unos días después dejan de lamentarse y comienzan a escribir un nuevo guión, aunque la experiencia vivida les haya regalado una criatura encantadora e inocente.
En el pasado era muy difícil que los novios tuvieran oportunidades para hacer travesuras porque los mayores estaban muy vigilantes para entorpecer sus intentos, aunque también es verdad que ocurrían cosillas, pero esto no era lo corriente. Tan cierta era esa realidad que en la narración de un hecho real ocurrido hace bastantes años en una boda de nuestro pueblo se puede ver un poco lo que ocurría. En las bodas, después del “refresco” (la cena) había la costumbre de beber durante el baile anís y coñac. Otra tradición de entonces era que al día siguiente iban por la mañana a la casa de los novios unas mujeres de la familia y los despertaban para que desayunaran “chocalate” con “dulces o churros”.
En una ocasión el novio bebió durante el baile más licores de lo normal, agarró una buena “pea”= “borrachera” y se durmió como un “lirón” en su nueva cama. Cuando se despertaron los novios por los golpes que daban en el llamador de la puerta, él se despertó muy ofuscado y dijo mientras se incorporaba para abrirles:

- ¡¡¡Andááá, ya están aquí las del chocolate y ésta todavía está sin -----!!!

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