Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
OBEJETO CURIOSO, QUE ACTIVA EL RECUERDO DE
HISTORIAS
Los OBJETOS CURIOSOS también se encontraban
desperdigados en algún rincón o estantería metálica de la nave del señor José pero
la que más me llamó la atención, sin duda, fue una placa que suele colocarse
desde que tengo uso de razón, como aviso obligatorio para las personas, en los
lugares donde hay un peligro real de que éstas puedan quedarse electrocutadas por
tocar en algún lugar inadecuado de los transformadores eléctricos o en los postes
de alta tensión.
Al
ver esta placa me vino a la mente una anécdota del pasado lejano local, las
palabras que solía decir una señora que no sabía leer, ya fallecida, cuando estaba
junto al transformador que había en “El
Paseo” entonces y ella iba a por agua a la fuente municipal que había al
lado de él:
-
¡¡¡No tocar, muerte pelá!!! – decía
a quienes estaban con ella en conversación.
Ella
había escuchado campanazos del contenido del mensaje pero tenía la costumbre
inocente de comunicarla a su manera y para disimular ante su público el analfabetismo
que la martirizaba y que los mayores presentes sí sabían, me lo contaron cuando
ella se marchó con su cántaro cargado sobre una de sus caderas, lo habitual de
aquellos tiempos en las mujeres porque no había agua potable en las casas.
Esta
historia me sucedió una mañana en la que acudí con la burra de mi abuelo Paco hasta
esa fuente para llevar agua a la casa de mis padres, tendría unos 14 años.
No
era malo lo que hacía aquella señora porque recordaba a los presentes, con su
particular estilo, el peligro que se podía correr aproximándose a esos espacios
protegidos.
Hace
años, más o menos en las mismas fechas, ocurrieron en Villargordo tres hechos relacionados con el tema pero esta vez no
fue en el lugar anterior, sucedieron en los postes de alta tensión que pasan
junto a la “Ermita” del Santísimo Cristo de la Salud.
Cuando
la Compañía Sevillana de Electricidad
instaló esos postes metálicos y ya tenía montados los cables ocurrió un hecho
que fue protagonizado por Adriano
Jiménez Mendoza “El Chápiro.
El
relato de los dos primeros no me llega por conducto popular, los contó el
protagonista en repetidas ocasiones cuando tomábamos unas cervezas y, como es
lógico, ante más personas. Ocurrieron antes de que entrara en funcionamiento el
nuevo tendido eléctrico y, para mí, únicos e irrepetibles.
En
aquellos años la celebración de las bodas tenía incorporado un rito muy bonito que
ya lleva años sin hacerse, subir hasta la Ermita después de haberse casado en
el templo parroquial para pedir al Cristo por los nuevos esposos. Los novios
iban delante, abriendo el cortejo, los invitados lo hacían detrás, todos los
niños del pueblo acompañaban jugando alrededor y, en la confluencia de las
calles por las que pasaban, salían las mujeres del barrio a ver cómo iban los
de la comitiva para después poderles cortar unos buenos trajes. En una de
éstas, cuando llegaron hasta allí arriba, se armó un alboroto fenomenal que
nunca había ocurrido. La gente corría, sin saber por qué, en dirección del
olivar colindante y siguiendo la corriente a los que iban delante. Los novios
se quedaron casi solos y con unas caras de sorpresa impresionantes. Cuando se
preguntaban por qué habría ocurrido aquella desbandada general, alguien gritó:
-
¡¡¡Se va a mataaaar!!!
Esta
expresión aumentó la curiosidad y siguieron acudiendo hasta la parte trasera de
la Ermita. Desde allí ya vieron la imagen de una persona que estaba subida en
lo alto de un poste de alta tensión y envuelto en una sábana blanca.
Se
vivieron unos momentos de miedo e inquietud y después de unos minutos interminables
desapareció el peligro cuando el fantasma se quitó el disfraz y descendió de
manera voluntaria del poste… ¡¡¡Resultó
ser “El gran Adriano”!!!
Entonces
se escucharon comentarios de todo tipo pero éste era el más repetido:
-
¡¡¡No podía ser otro, está más loco que
una cabra!!!
Lo
ocurrido se convirtió en el tema favorito durante la celebración del banquete de
la boda y por el pueblo se extendió de inmediato la noticia.
Para
él, un dominador de lo que hacía en otras prácticas con riesgo como la
bicicleta o la moto, aquella visión desde lo más alto del poste fue para él
inspiradora de nuevas aventuras cuando divisó desde su puesto de vigía lo que
nadie tuvo ocasión de presenciar, todos los postes estaban alineados y Baeza,
la que se le mostraba al fondo sobre la línea del horizonte. Esa imagen lo tuvo
fascinado durante unos días y ya no le dejó en paz el pensamiento.
Estaba
tomando con Juan Agudo, el que unos
años después fue su cuñado, unos vinos en el bar de “Pancho” y le habló de un gran proyecto para viajar sin poner los
pies en el suelo durante un buen trecho. Como Juan era muy prudente y tímido
pues hablaba poco, en esta ocasión se justificaba su silencio mucho más… ¡¡¡No sabía de qué le hablaba!!!
Ante
su mutismo Adriano optó por contarle
lo que se veía desde la cima del poste y que por ello había pensado en viajar, desplazándose
de poste en poste, hasta Baeza.
Juan abandonó su
mutismo y le preguntó:
-
¿Cómo lo harás?
–
Colgado en una carrucha aprovecharé la pendiente que hay, me deslizaré con
velocidad e iré de poste a poste en unos minutos –le contestó entusiasmado
Adriano.
El
relato le gustó a Juan y, animados
por el proyecto y los vinos, hablaron sobre el tema más que un sacamuelas,
incluso el que no hablaba casi nunca.
Cuando
se vieron al día siguiente Adriano le habló de las compras que ya había hecho
pero Juan le hizo una observación técnica que él no había valorado:
-
No has pensado en el peligro real que
vas a pasar.
–
Ninguno… ¿Ya no te gusta mi invento? – le preguntó Adriano.
–
Los cables eléctricos no están tensos porque en invierno los contraería el frío
y se romperían. Si a esa realidad le añadimos tu peso pues esa curvatura que ya
tiene será más pronunciada y entonces vas a tener más dificultades para llegar al
otro poste, yo creo que no podrás llegar –le razonó Juan.
Adriano
se puso cabreado y muy nervioso, moviéndose de un lado para otro mientras pensaba
en las sabias palabras de Juan, porque pasó de una euforia desmedida en la
noche anterior a una reflexión que ni se le había pasado por la cabeza. Cuando
recuperó la cordura Le contestó así:
-
Creo que llevas razón pero lo voy a intentar porque haré alguna modificación en
mi plan, tú no has pensado en eso.
–
Te escucho -le contestó Juan.
–
Compraré ramales, de los que usan los segadores para atar las gavillas de la
siega; un extremo lo ataré al poste y el otro a mi cintura.
Juan
comprendió la nueva idea de Adriano y le dio su aprobación. Siguieron hablando
del asunto y fijaron la fecha para realizar el viaje, Juan sería el único que presenciaría
su gesta, sería testigo de ella y podría dar testimonio de lo vivido.
El
día fijado subieron los dos hasta la ermita con todo el material, Adriano subió
al poste, se amarró bien y echó la cuerda de seguridad para que Juan le
enganchara la carrucha. Una vez que ésta estuvo izada y acoplada Adriano
enganchó a ella una especie de silleta que había construido con las cuerdas
para que lo sostuviera durante el recorrido y se dispuso a emprender su gran
aventura, la que inició así:
-
¡¡¡Allááá voyyyyy!!!
Empezó
bien el viaje pero acabó muy pronto porque unos segundos después se presentó
ante Adriano la realidad que Juan ya le había pronosticado y que él intentó
aparcar para intentarlo. El cable comenzó a descender muy pronto, él llegó a un
punto y se paró, entonces viajó en dirección contraria y de espaldas, se volvió
a repetir el ir y venir unas cuantas veces y, finalmente, se paró y él quedó colgado
como una chaqueta en su percha del cable.
Muchos
años después, cada vez que lo contaba, repetía estas mismas palabras:
-
¡¡¡Menos mal que Juan tuvo aquella idea genial
porque si no me la hubiera dicho yo no me hubiera atado y todavía estaría
colgado allí!!!
La
historia acabó agarrado a la tomiza de segador y remolcándose de nuevo hasta el
poste. Al poner los pies en el suelo se abrazó a Juan, le prometió no hacer más
travesuras y lo emplazó a reunirse aquella noche en el bar para celebrar que
había vuelto a nacer. Tanto lo celebraron que acabaron con una “pea” muy respetable.
Un
tiempo después, cuando ya circulaba la electricidad por los cables, ocurrió una
nueva historia en uno de esos postes metálicos de la Ermita.
Antonio Crespo “Caracoles”, un niño que vivía junto a
este lugar, jugaba una tarde con
otros niños en las inmediaciones de los postes y optó por subirse a uno de
ellos. Al hacerlo desafió las advertencias de la placa y, cuando alcanzó una
cierta altura, el campo eléctrico que había en ese entorno actuó sobre él. El
cuerpo de Antonio, según se comentó, quedó suspendido en el aire un poco tiempo
y después se desplomó. Las consecuencias que se le ocasionaron fueron de
naturaleza traumatológica, por los efectos de la caída, y sobre la piel, ésta
le quedó ennegrecida. Ingresado fue recuperado por las atenciones recibidas y pudo
recuperar, sin efectos negativos, su salud.
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