TOMANDO CAFÉ
Colaboración de Paco Pérez
EL GRAN ANTONIO, “EL TORERO”
Antonio es un señor de
76 años que reside actualmente en Nerja
y que vivió durante sus años nenes en una casa-cuartel de Salamanca, era hijo
de un mando de la Benemérita. Todos sabemos que Salamanca es tierra de
ganaderías bravas y de ahí que haya dado toreros de gran renombre, siendo los
más destacados: Santiago Martín "El Viti”, Julio Robles y Pedro Gutiérrez
Moya “El Niño de la Capea”. Además de los mencionados hubo una veintena que
también fueron anunciados en los carteles de las fiestas patronales de los
grandes pueblos y ciudades de nuestra querida España donde había y hay plaza de toros.
Pues
bien, en este ambiente taurino creció Antonio
y de ahí que estuviera un tiempo ilusionado con la idea de ser uno de
ellos. Un día, cuando esa idea cuajó en su deseo, abrió la puerta de casa a
escondidas y muy decidido; saliendo de casa con decisión y con su atillo de “maletilla” colgado al hombro.
La
ilusión juvenil que lo invadía era enorme y le hizo soñar con las historias de
los ilustres matadores salmantinos. Este viaje al país de la ilusión lo solía repetir
mientras miraba al cielo cuando estaba acostado al raso bajo el cielo
estrellado del verano y así esperaba la llegada del sueño. Repitió esta escena
mientras recorrió, en compañía de los otros amigos aletillas, los cercados de
las ganaderías que visitaban para encontrar algún cornúpeta suelto que les
permitiera intentar torearlo y poder probar si les gustaba de verdad esa
lucrativa profesión.
Estas
incursiones las hacían cuando la jornada laboral acababa en las ganaderías y
los trabajadores ya estaban descansando, lo hacían así para evitar que los
descubrieran merodeando. En una de ellas, estaba ya atardeciendo, divisaron
desde lejos el toro tan buscado y deseado, decidieron no dejarse ver y volver
cuando la noche estuviera en marcha y el personal laboral de la dehesa
estuviera durmiendo. Serían las 23:00 horas, más o menos, ya estaban los
maletillas fuera del cercado observándolo; era una noche de Luna llena cuando
les llegó el momento de la verdad, una noche ideal para probar suerte por la
luminosidad; analizaron al animal con detenimiento al contraluz y en todas sus
dimensiones; tenía una estampa que impresionaba y entonces fue cuando comprobaron,
Antonio
y sus acompañantes, que los cuernos resultaban en el cercado bastante más grandes
que en las corridas de la TV y esa realidad abortó anticipadamente que nacieran
unos cuantos toreros más en Salamanca.
Unos
años después tuvo que cumplir con la Patria y se marchó para hacer el Servicio
Militar Obligatorio, el periodo de instrucción lo hizo en el Campamento “Álvarez de Sotomayor”, en Viator
(Almería), y acabado éste fue destinado a Melilla para servir en el acuartelamiento de Regulares.
Antonio siempre fue
un enamorado de la cocina y, cuando descubrieron en el cuartel esas cualidades,
lo destinaron como asistente en la “Residencia
de Oficiales”.
Cuando
acabó su milicia obligatoria le llegó la hora de tener que optar por una
profesión y, como no quiso ser “guardia
civil” como su padre, embarcó y emigró a Inglaterra para trabajar en la hostelería.
Recaló en Worchester Warwock, allí conoció
a Olivia, esta mujer se convirtió en
su esposa y tuvieron tres hijas. Ella, ya fallecida, fue una emprendedora que
se hizo un hueco en el mundo empresarial como propietaria de siete tiendas de
prendas de vestir femeninas y él regentó un restaurante.
Con
el paso de los años las hijas se casaron, una se instaló en EEUU, otra en
Australia y la tercera en España. Ante esta situación optaron por liquidar los
negocios y viajaron a España con la intención de fijar su residencia aquí,
visitaron Nerja y en ella se quedaron.
Así
fue como el matrimonio llegó a este pueblo, compraron esta casa en una
urbanización que está junto a la carretera que va desde Nerja a Frigiliana.
Una
vez instalados el gusanillo empresarial apareció en la pareja, adquirieron en
aquella zona otra propiedad conocida como “La
Noria” y decidieron transformarla en un restaurante en el que poder ofrecer
al público un servicio excelente, sustentado en estos pilares: Las dotes
culinarias de Antonio, el dominio
que ambos tenían del español y del inglés, las maravillosas vistas que ofrecía
el lugar a los clientes y, además, las veladas nocturnas las amenizarían con actuaciones
flamencas.
El
proyecto funcionó durante unos años pero un día Olivia enfermó y falleció, él
continuó con el restaurante pero se cansó de remar en solitario y traspasó el
negocio. Con el tiempo el local cerró sus puertas y Antonio vendió la propiedad a un grupo empresarial que tenía la
intención construir en sus terrenos un complejo urbanístico de siete casas.
Os
regalo algunos aspectos biográficos de Antonio
porque, desde hace unos años, entramos
a formar parte de un grupo de personas de distintos lugares pero que habían
sido aglutinadas gracias al gran poder de atracción que tuvo para todos,
mientras vivió, Miguel Rodríguez
González “Matachinas”, nuestro
gran amigo común.
Nuestro
gran amigo era el mayor, tenía unas condiciones humanas fuera de lo común y,
lamentablemente para todos, murió el 25 de abril de 1975. Miguel se marchó pero su espíritu cohesionador caló en todos,
todavía sigue vivo y cada mañana acudimos a la cita, nos acomodamos en las
mismas mesas para convivir alrededor de la taza de café humeante que nos
prepara Paqui, la dueña de la Cafetería “Bajamar” y que nos sirven sus empleadas con la amabilidad que
siempre tienen.
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