Colaboración de Paco Pérez
LA LLAVE
Capítulo I
D.
Juan Agudo fue
un famosísimo vecino villargordeño, un señor que protagonizó algunos hechos
reseñables a finales del siglo XIX y comienzos del XX, por ellos, ocupa un
rincón destacado en la historia de nuestro pueblo.
Vivió con su familia en una casona que
tenía fachadas a las calles José María
Polo, frente a “Zamorita”; Ramón y Cajal y Ángel Méndez. Tuvo varios hijos y uno de ellos fue el inolvidable Benigno Agudo.
Éste se casó con María Engracia
Sánchez “La de Cacho” y debo puntualizar
que esta señora tenía tan mala uva en sus relaciones con las señoras clientas,
cuando éstas visitaban su tienda de lencería para comprar, que por ello
acabaron poniéndole el apodo de María “Sin Gracia”. Su esposo era todo lo
contrario, un señor que tenía un comportamiento excelente pues destilaba
bondad, amabilidad, simpatía y gracia.
Era tan bueno que en su casa mandaban
todos menos él, ella era la directora de la orquesta familiar y, la verdad, su
comportamiento rígido fue decisivo para que las propiedades familiares no se
fueran al traste. Él pasaba de todo lo concerniente a las finanzas y lo único
que realmente le interesaba era estar puntualmente en la cafetería de su
sobrino Pepe Agudo “Gafas”, después de almorzar o cenar,
para no quedarse fuera de la partida de “tute
perrillero”; una distracción a la que no renunciaba porque era su forma de
distraerse en el pueblo, había en él pocas posibilidades de diversión y durante
el juego además charlaba, tomaba unos cafés y fumaba puros.
En aquellos tiempos las casas tenían
unas cerraduras muy grandes, las llaves pesaban un quintal y en las casas sólo
había una. Cuando alguno de los miembros de la familia salía de noche y
regresaba a casa tarde pues la única forma de entrar en ella era llamar en la
puerta y que la señora de se despertara y levantara para abrirla.
El señor Benigno ya tenía a la señora María “Sin Gracia” hasta el moño de tenerse que levantar todas las noches
para abrirle y por eso todas las noches, antes de acabar la cena, le metía la
bulla para recriminarle que no estaba bien lo que hacía y le amenazaba con no
abrirle la puerta si no regresaba más temprano.
Una noche la partida se prolongó más
de lo habitual y su señora se acostó muy cabreada por el retraso y por no
escuchar sus advertencias. Estaba dormida, se despertó cuando el llamador
porraceó la puerta y sonó con estruendo en el interior de la casa favorecido con
el silencio de la noche. Cuando tomó conciencia de lo que ocurría se levantó,
cogió la llave de la casa que esa noche se había subido al dormitorio, abrió la
puerta del balcón, salió al exterior y le dijo:
- ¡Ahí llevas la llave, cógela!
Benigno, cuando ésta
entró en contacto con las piedras de la calle, escuchó su sonido metálico y
percibió los saltos que daba. Cuando el silencio retornó a la calle él se
dispuso a buscarla para cogerla y como en aquellos años el alumbrado público
era muy pobre pues no la veía, se agachaba, palpaba el empedrado con las manos
a palmotazos, encendía cerillas, iba de una punta a otra en su búsqueda… Como
no la localizó pues, conociendo el genio que tenía su esposa, decidió no volver
a llamar de nuevo porque se fuera a cabrear y optó por esperar a que el sol
saliera y las primeras luces del día le permitieran encontrarla. Cuando amaneció
reanudó su búsqueda pero no había en la calle el más mínimo rastro de la llave.
Estaba afanado en esa tarea cuando se abrió desde el interior de la casa la
puerta, se hizo con la llave y él quedó sorprendido porque sabía él que la
llave había saltado en las piedras. Cuando entró, le preguntó a su esposa:
- ¿Cómo has abierto la puerta si la
llave que me echaste anoche se ha perdido?
– Con la llave, no ves que está puesta
en la cerradura –le contestó señalándola.
- ¡No lo entiendo! –insistió.
– Muy sencillo, como tardabas mucho, ya
te había pedido muchas veces de que no regresaras tan tarde, tú no me hacías
caso, yo estaba cansada de tu tardanza y de tenerme que levantar para abrirte
la puerta pues decidí esta noche darte un escarmiento.
- ¿Cómo lo has hecho? –le preguntó él
con su habitual ingenuidad.
-Cogí una cuerda larga y la até a la
llave, cuando sonó al chocar con las piedras, tiré de la cuerda y la subí,
cerré la puerta del balcón y tú me cuentas ahora qué has hecho toda la noche
fuera de la casa para regresar a estas horas.
¡Así se las gastaba la señora María “Sin Gracia”!
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