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miércoles, 5 de octubre de 2016

LAS COSAS DE BENIGNO AGUDO

Colaboración de Paco Pérez
LA LLAVE
Capítulo I
D. Juan Agudo fue un famosísimo vecino villargordeño, un señor que protagonizó algunos hechos reseñables a finales del siglo XIX y comienzos del XX, por ellos, ocupa un rincón destacado en la historia de nuestro pueblo.

Vivió con su familia en una casona que tenía fachadas a las calles José María Polo, frente a “Zamorita”; Ramón y Cajal y Ángel Méndez. Tuvo varios hijos y uno de ellos fue el inolvidable Benigno Agudo.
Éste se casó con María Engracia SánchezLa de Cacho” y debo puntualizar que esta señora tenía tan mala uva en sus relaciones con las señoras clientas, cuando éstas visitaban su tienda de lencería para comprar, que por ello acabaron poniéndole el apodo de María Sin Gracia”. Su esposo era todo lo contrario, un señor que tenía un comportamiento excelente pues destilaba bondad, amabilidad, simpatía y gracia.
Era tan bueno que en su casa mandaban todos menos él, ella era la directora de la orquesta familiar y, la verdad, su comportamiento rígido fue decisivo para que las propiedades familiares no se fueran al traste. Él pasaba de todo lo concerniente a las finanzas y lo único que realmente le interesaba era estar puntualmente en la cafetería de su sobrino Pepe AgudoGafas”, después de almorzar o cenar, para no quedarse fuera de la partida de “tute perrillero”; una distracción a la que no renunciaba porque era su forma de distraerse en el pueblo, había en él pocas posibilidades de diversión y durante el juego además charlaba, tomaba unos cafés y fumaba puros.
En aquellos tiempos las casas tenían unas cerraduras muy grandes, las llaves pesaban un quintal y en las casas sólo había una. Cuando alguno de los miembros de la familia salía de noche y regresaba a casa tarde pues la única forma de entrar en ella era llamar en la puerta y que la señora de se despertara y levantara para abrirla.
El señor Benigno ya tenía a la señora María Sin Gracia” hasta el moño de tenerse que levantar todas las noches para abrirle y por eso todas las noches, antes de acabar la cena, le metía la bulla para recriminarle que no estaba bien lo que hacía y le amenazaba con no abrirle la puerta si no regresaba más temprano.
Una noche la partida se prolongó más de lo habitual y su señora se acostó muy cabreada por el retraso y por no escuchar sus advertencias. Estaba dormida, se despertó cuando el llamador porraceó la puerta y sonó con estruendo en el interior de la casa favorecido con el silencio de la noche. Cuando tomó conciencia de lo que ocurría se levantó, cogió la llave de la casa que esa noche se había subido al dormitorio, abrió la puerta del balcón, salió al exterior y le dijo:
- ¡Ahí llevas la llave, cógela!
Benigno, cuando ésta entró en contacto con las piedras de la calle, escuchó su sonido metálico y percibió los saltos que daba. Cuando el silencio retornó a la calle él se dispuso a buscarla para cogerla y como en aquellos años el alumbrado público era muy pobre pues no la veía, se agachaba, palpaba el empedrado con las manos a palmotazos, encendía cerillas, iba de una punta a otra en su búsqueda… Como no la localizó pues, conociendo el genio que tenía su esposa, decidió no volver a llamar de nuevo porque se fuera a cabrear y optó por esperar a que el sol saliera y las primeras luces del día le permitieran encontrarla. Cuando amaneció reanudó su búsqueda pero no había en la calle el más mínimo rastro de la llave. Estaba afanado en esa tarea cuando se abrió desde el interior de la casa la puerta, se hizo con la llave y él quedó sorprendido porque sabía él que la llave había saltado en las piedras. Cuando entró, le preguntó a su esposa:
- ¿Cómo has abierto la puerta si la llave que me echaste anoche se ha perdido?
– Con la llave, no ves que está puesta en la cerradura –le contestó señalándola.
- ¡No lo entiendo! –insistió.
– Muy sencillo, como tardabas mucho, ya te había pedido muchas veces de que no regresaras tan tarde, tú no me hacías caso, yo estaba cansada de tu tardanza y de tenerme que levantar para abrirte la puerta pues decidí esta noche darte un escarmiento.
- ¿Cómo lo has hecho? –le preguntó él con su habitual ingenuidad.
-Cogí una cuerda larga y la até a la llave, cuando sonó al chocar con las piedras, tiré de la cuerda y la subí, cerré la puerta del balcón y tú me cuentas ahora qué has hecho toda la noche fuera de la casa para regresar a estas horas.
¡Así se las gastaba la señora María Sin Gracia”!


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