Colaboración de Paco Pérez
Ayer,
2 de noviembre, la Iglesia Católica
y otras confesiones religiosas celebraron el “Día de los Difuntos” con el fin de que oremos por todos los que ya
no nos acompañan, aunque no sean de nuestra familia. Se nos recuerda que
debemos hacerlo por las almas de aquellos que, al morir, no pudieron quedar limpias de pecados veniales o que no habiendo
hecho expiación por sus errores del
pasado no pudieron aún alcanzar la Visión
Beatífica, encontrándose en estado de purificación en el Purgatorio. Para que puedan alcanzarla se
nos recomienda ayudarles con rezos y misas.
Si
abandonamos el campo de la religiosidad
y entramos en el de la Historia nos
encontraremos entonces con creencias y tradiciones populares que tienen también
una antigüedad muy grande y que están relacionadas con el “Día de los Difuntos”, con la diferencia de que éstas son de origen pagano.
¿Quién puede acabar con las tradiciones que
toman su origen y sustento en actos o fiestas que se remontan a un pasado tan
lejano que nadie es capaz de establecerle su origen?
Nadie
aborda la responsabilidad de ponerle los cascabeles al gato cuando está
instaurada la “insensatez” de esta
clase entre la sociedad. Ejemplos
para la reflexión:
1.-
En algunos países católicos los campesinos tienen la creencia de que en la “Noche de los Difuntos” los muertos retornan
a las casas en que vivieron y que toman los alimentos de los que viven en ella.
2.-
No hace falta viajar tan lejos para encontrar casos insólitos, nos quedaremos
en Villargordo, recordaremos lo que hicimos en nuestras viviendas en esa noche
y nos responderemos -sin hablar- esta
larga pregunta… ¿En qué viviendas no se encendieron
velones metidos en un recipiente de plástico, no se comieron castañas o gachas y, con las sobrantes, no se le
fastidiaron a los vecinos las cerraduras?
Si
somos sensatos comprenderemos que con estos sacrificios gastronómicos y con las
travesuras de poner velas en las casas o ensuciar las cerraduras pocas almas
habrán podido abandonar el Purgatorio.
Reflexionando un poco he llegado a la conclusión de que lo único que se
consiguió fue que algunas personas engordaran unos pocos gramos más, que
algunos miedosos se pasaran toda la noche sin ir al servicio a mear porque los
muertos pudieran hacerle algo o que por la mañana temprano alguna señora
tuviera que remangarse y darle a la cerradura un buen lavado de cara con agua
caliente para poder meter desde fuera la llave.
El
día 1 de noviembre, “Día de los Santos”,
la actividad de los habitantes de nuestro pueblo se centró en procurar que los nichos y mausoleos estuvieran perfectamente acicalados con cruces,
imágenes, flores, luminarias… Una presencia masiva del personal hizo que el
interior del recinto y sus alrededores estuvieran intransitables y, como no,
que hasta hubiera puestos de vendedores
ambulantes de golosinas venidos desde otros lugares hasta nuestro Cementerio y, cuando los vi, tuve la
sensación de que estábamos celebrando las fiestas patronales. Este hecho me
sirvió para viajar al pasado y recordar una estampa inolvidable de mi niñez, la
actividad comercial que también se ejercía en aquella zona entonces.
Con
poco esfuerzo recordé el ambiente de entonces, lo vía todo en blanco y negro,
la escena tenía demasiada oscuridad, la miraba desde la calle 14 de Abril, mucha
gente paseaba, yo iba cogido de la mano de mi padre y mi hermana Anita lo hacía
de mi madre. De pronto, apareció unos metros más adelante la figura de Amparo que estaba sentada en una silla
baja asando castañas. No sé qué edad podría tener esta señora pero yo la veía
como muy mayor porque al vestir de oscuro y protegerse el vestido con un mandil
me daba esa impresión; ella hacía esta actividad con una hornilla de fabricación artesanal; ésta era una mezcla de metal y
arcilla, del tamaño de una cubeta; en ella encendía la lumbre donde poder asar
las castañas; sobre ella ponía una sartén de asas que tenía el culo agujereado
para que el calor les llegara mejor; una paleta metálica de rabo largo le
servía para moverlas y que no se quemaran; un saco con la mercancía; una navaja
bien afilada para rajarlas; papel de estraza para hacer los cucuruchos en los
que las vendía y el combustible para la lumbre, turrillos o carbón de Blasico.
Los
mozos compraban a sus novias cartuchos de castañas asadas y se las comían
mientras charlaban y paseaban desde la mencionada esquina hasta el Cementerio, lo hacían todos los villargordeños
a pesar de que el pavimento era de tierra y piedras sueltas. Como esta cera era
la que ardía entonces pues nadie se quejaba, para qué hacerlo. En aquellos años
todos íbamos andando al fin del mundo y hasta allí, a pesar de los
inconvenientes reseñados, también pero ahora que el lugar está totalmente
asfaltado, como no nos puede picar ni un mosquito, pues van todos en coche
hasta la misma puerta, menos yo que lo hago a “música talón” porque dejé de conducir hace unos años. Ahora, esta
nueva cultura ocasiona que con tantos vehículos acumulados en el entorno del
lugar surjan problemillas sin relevancia pero que entorpecen y molestan a otros.
Por ejemplo, lo que le ocurrió a Jacinto
Navarro “El de la Chiquitina”. Éste tenía que viajar y se encontró que no
podía sacar su vehículo de la cochera porque otro había aparcado delante de
ella y le impedía al suyo salir. Me hizo gracia el verlo desesperado con la
puerta de la cochera elevada, la parte trasera de su coche asomada a la acera pero
sin invadirla, dando vueltas por ella sin rumbo y, cuando me vio, comenzó a
vociferar para desahogarse porque lo hizo sin que yo le dijera nada:
-
Si supiera de quién es mi problema estaba resuelto pero... ¿Cómo lo localizo?
–
No creo que tarde mucho en venir el dueño –le dije.
-
Es que vamos de viaje, mi mujer está esperándome en casa desesperada, el móvil
sonándome sin parar y cuando lo descuelgo siempre suena la misma canción...
¿Qué haces, cuándo vas a venir?
Antes
de separarnos, sin mediar palabra alguna por parte mía, me regaló su última
explosión:
-
¡¡¡La suerte que ha tenido es que aquí lo que tengo es otro coche pero si llega
a ser en la cochera de la pala ya estaría el suyo bien puesto en medio de la
calle!!!
–
Menudo lío te hubieras buscado –le respondí.
–
¡¡¡Ninguno, para eso están los seguros!!!
Después
de estos días he reflexionado sobre lo vivido y he sacado la conclusión de que
no hemos evolucionado en lo esencial, el verdadero sentido de las cosas. Por
eso me pregunto… ¿Cómo es posible que
una fiesta dedicada a los “DIFUNTOS” se celebre el día de los “SANTOS” por el
vecindario en todos los pueblos?
No
se me asombren que es verdad. Veamos:
-
El día 1 es el “Día de los Santos”,
es festivo y eso propicia que todo el mundo se desplace y acuda al recinto.
-
El día 2 es el “Día de los Difuntos”,
no es festivo, acuden algunas personas a reponer agua en los floreros, se
celebra una misa por ellos en el Cementerio
a las 17:00 horas y ya acuden pocas personas.
Esta
es la realidad de esta celebración, tanto si nos gusta como si no… ¿Cuál es el fallo?
Darle
mucha importancia a lo que no la tiene… ¡¡¡Mucho
gasto inútil y poca realidad!!!
Para
mí, lo importante es atender en vida a los familiares y, una vez fallecidos,
dejarlos tranquilos donde están porque lo único que vale de todo lo que hay
montado alrededor de “Los Difuntos” es
pedirle a Dios por ellos para que,
si no han merecido ser acogidos todavía en su Reino, Él los perdone con
su Misericordia infinita. Para ello
deberemos de acercarnos a sus templos
más y menos a las floristerías y a las tiendas especializadas en vender “humo” a unos precios muy caros.
¿Es justo que estemos en crisis y que en los
cementerios de todo el mundo se hagan los gastos que todos sabemos en este día?
¿Es
sensato, por la misma razón, que unas personas no puedan comer y que funcionen cementerios y crematorios para animales?
Un
CLIC en COMPROBAR.
En
nuestro Cementerio todavía hay enterramientos con formatos del pasado que
conviven con las pomposidades del presente…
¿Querrá Dios estas diferencias?
No hay comentarios:
Publicar un comentario