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lunes, 31 de octubre de 2016

OTRA DEL CAFÉ GIJÓN

Colaboración de José Martínez Ramírez

Pasé por la puerta y decidí entrar, sólo por la leyenda literaria de la que goza. Como no era hora de tomar nada pedí un descafeinado y me dediqué a observar alguna cara conocida y demás seres humanos, geniecillos, culteranos de salón, etc.

El camarero que me puso el café llevaba muchos años de oficio, creo que cada profesión va moldeando el cuerpo del profesional con arreglo al trabajo que desarrolla y los físicos de los restauradores los conozco bien.
Don Camilo salió de algún lugar junto a la que hacía, en aquellos días, el papel de esposa y alguien más. Andaba igual que Don Fraga Iribarne, dando cambaladas, y por ellas me recordaban estos dos señores a los grandes paquidermos heridos, mientras se alejaban en dirección a Cibeles.
Una anciana con ropa muy desfavorecedora se sentó cerca de mí, se tomó un café y una tostada con bastante apetito, después sacó un paquete de Ducados y se apretó un par de ellos antes de pagar e irse. Tenía un medallón de oro con la imagen de alguna virgen, éste era muy grande, adornándole el cuello.
Miré hacia un rincón de la barra y descubrí que en él se encontraba un negro mandingo alto y musculado, percatándome entonces de que me observaba fijamente el tío.
El que suscribe siguió con su plan y, después de un rato, ya empezó a mosquearse porque el señor mandingo de los cojones no sólo me miraba sino que me sonreía con esos dientes tan blancos que tienen estas personas.
Pagué de inmediato lo consumido y antes de abandonar el local me dirigí al excusado por necesidad imperiosa. Mientras me aliviaba en él, apareció de pronto a mi lado el dichoso dientón y allí también siguió mirándome pero ahora lo hacía sobre lo poco que yo sujetaba con una mano y él allí, mientras observaba, también sonreía. Jamás sabré el motivo de su dichosa sonrisa porque salí cagando leches de allí y mirando hacia atrás.
Una vez en la calle reflexioné sobre lo que me ocurrió unos minutos antes en el dichoso Gran Café de Gijón y todo por entrar a observar el ambiente. Después de unos minutos, llegué a esta conclusión… ¡El mandingo dientón me quería enseñar Cuenca o, como diría Paco Umbral, darme por retambufa!

Pues eso.

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