Colaboración de Ramón Albao Carmona
CONVERSANDO CON MIS PADRES ANTES DE NACER
¡Hola,
mamá! –la saludé dándole una suave
patada.
Ella me
respondió deslizando sus manos por el vientre. Ese gesto me causó mucha
felicidad y ya continué, sin parar, mandándole mensajes que ella entendía muy
bien:
Mamá…
¿No estás muy triste hoy?
Vamos
a ver, ponme junto a ti, en tu regazo y frente a tus ojos; entonces me verás y
me oirás decirte que yo te quiero… ¡Dime que tú también!
Vamos
a oler las flores, no oigas voces extrañas, juguemos con la luz del día, sintamos
la brisa en el jardín y prometo que te voy a querer mucho… ¡No ves que soy
pedacitos de ti!
Interrumpimos
nuestra comunicación durante unos minutos y después continué con mis mensajes:
Mamá…
¿Me dejarás jugar con otros niños cuando sea mayor?
¡Claro
que sí! –me comunicó de inmediato emocionada.
Volvió a
guardar silencio y yo continué mandándole mensajes de cariño:
Mamá,
yo lo sé y, aunque aún soy muy pequeño, deseo decirte que ya te quiero y que
también sueño con el día en el que mis ojos reciban el reconfortante consuelo
de tu sonrisa cuando la luz se haga en mí. Entonces, juntos veremos volar a los
pajarillos y oiremos sus trinos al atardecer; ya podré ver las flores y, sobre
todo, tu cara de madre enamorada con tu tierna mirada… ¡Te haré feliz porque verás
que de ti nació una flor que alguien no quería que brotara!
Papá,
mamá… ¡No me abortéis!
Gracias,
antes de nacer, porque sé que dejaréis que, con mis alas, pueda volar hasta
vuestros brazos; que con mis ojos, os vea llorar de contentos y que tomemos
juntos el sol que Dios nos regalará cada día.
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