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miércoles, 5 de julio de 2017

CONVERSACIONES EN LA MESA CAMILLA AL CALOR DEL BRASERO

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
LOS PADRES Y SUS HIJOS
JUNTO A LA CHIMENEA
Una vez que los abuelos solventaron los problemas que se les plantearon en la parroquia, inesperadamente, se casaron; comieron perdices; con el tiempo tuvieron sus hijos y vivieron la vida al estilo de Villargordo, es decir, con naturalidad. Con este modelo tradicional recibieron el fruto de la felicidad sin límites y sin fórmulas mágicas, siendo la espontaneidad y las costumbres de nuestro pueblo el formato que siguieron.

Todos sabemos que en aquellos años no había luz eléctrica en todas las viviendas pero, en las casas que sí la había, sólo tenían una bombilla enroscada a una boquilla que, a su vez, estaba conectada a un cable muy largo porque así podían ir con ella de una parte a otra de la vivienda. El candil, con aceite y la torcía de algodón, y la vela completaban los medios artificiales que se empleaban entonces para iluminar la vivienda por la noche. Por esta razón, después de cenar, se concentraban los miembros de la familia alrededor de la chimenea para iluminarse y calentarse. Los niños jugaban al “parchís” sentados en el suelo, sobre un esterillo hecho con esparto, y los mayores hablando de los temas propios de la edad, es decir, de lo que ocurría en el pueblo, de los recuerdos familiares y ajenos… Así estaban hasta que decidían que había llegado la hora de acostarse, normalmente lo hacían pronto.
En estas convivencias se mezclaban las historietas propias del pueblo y, mientras se hacía el relato, los demás escuchaban y guardaban silencio. Cuando mayor era éste y todos estaban con la boca abierta, de vez en cuando y como fruto de los gases que el cuerpo genera como derivación de las comidas, alguno de los reunidos le abría la compuerta a la ventosidad y… ¡¡¡Piiiii!!!
Cuando esto ocurría el personal presente no se enfadaba, se lo tomaba a chunga y las risas se instalaban en la reunión. En algunas de éstas, el ambiente se ponía tan cachondo que… ¡¡¡Hasta quemaban los “peos”!!!
Algunos pensarán que esto es un invento mío pero es totalmente verdadero. Como es lógico, esta fiesta corría a cargo de los hombres más atrevidos y para ello se bajaba los pantalones el artista, el ayudante cogía un tizón encendido y lo mantenía cerca del ano. Cuando se producía la explosión y el gas salía, éste ardía al entrar en contacto con la llama del tizón y se originaba una llamarada alargada… ¡¡¡Algunos acababan con la melena de las entrepiernas algo chamuscada y todos riendo!!!
Entonces la gente era feliz así porque ellos mismos se tenían que inventar los números de circo, ser los artistas y, a la vez, divertirse como público. Ahora, como se lo damos resuelto todo, pues se cansan de ese todo y no se sienten felices cuando se recuerdan estas escenas en su presencia porque desean que acabe pronto el relato para poder coger el móvil y poner las típicas caras atontadas mientras chatean, ven vídeos o los últimos memes y se ríen con ellos… ¡¡¡Ahí han encontrado nuestros retoños la felicidad!!!
Regresando de nuevo al mundo de las cosas sencillas, aquel en el que no había nada, logramos seguir viajando con el recuerdo hasta una noche de invierno cualquiera en la que estaba reunida la familia junto al fogón y, cuando nadie lo esperaba, al abuelo Juan de Josefita se le escapó un “peo” muy sonoro. La abuela Felisa, intentó restarle importancia a lo ocurrido para que no fuera un mal ejemplo para los pequeños y, dirigiéndose a todos, dijo:
- ¿A dónde irá el tonto la leche ese ahora, con el frío que hace en la calle?
El abuelo le respondió con rapidez así:
- ¡¡¡Pues no va a encontrar mejor sitio que el que se ha dejado!!!
Todos rieron las ocurrencias que tuvieron Felisa y Juan pero yo me pregunto… ¿Tendría en nuestros días el mismo recibimiento jocoso que tuvo entonces?
También era propio de aquellos tiempos que, cuando los pequeños hacían alguna travesura, éstos recibieran de los padres algún que otro cintazo o zapatillazo. Entonces, tirarse al suelo no estaba autorizado y era una de las faltas más frecuentes por la que recibían castigo. Estaba penalizado porque la ropa y las piernas se ensuciaban, aquella tenían que lavarla a mano, no había agua en las casas, ni lavadora, se estropeaban las vestimentas por esa causa y el dinero para comprar nuevas prendas era difícil de lograr. Los niños estaban muy mentalizados para no hacerlo porque sabían lo que les esperaba después si lo hacían y eran descubiertos.
Por esa razón, el día que se cayó al suelo la bisabuela María Juliana, unos de los nietos le dijo a Felisa:
- ¡¡¡Mama, pégale un zapatillazo que se ha tirado al suelo!!!
Estas historias las aprendió Josefita cuando era pequeña pero cuando fue mayor protagonizó un cuadro cómico digno de ser conocido.
Todos sabemos que muchos vecinos de nuestro pueblo iban antes y también ahora al Santuario de la Virgen de la Cabeza en cualquier fecha y, sobre todo, en el día de la Romería. Un año fue Josefita y lo hizo en compañía de Patrocinio Moreno, ya fallecida. Estaban cerca del templo y de pronto Josefita le dijo a Patro:
- ¡¡¡Bendito sea Dios, ese hombre es un haba partida con Blas El Tórtolo”-ya fallecido- pues se parecen un montón, son iguales!!!
Cuando Patro escuchó sus palabras miró hacia donde ella le indicó, se puso muy alterada y le dijo:
- ¡¡¡Tonta perdía, cómo estás, no ves que es “El Tórtolo”!!!

A nuestros jóvenes estas vivencias no les interesan porque no pueden comprender que en unas décadas la vida ha cambiado tanto que las viviendas, por ejemplo, han pasado de tener entonces unas comodidades mínimas a las de ahora, muchas comodidades; de tener el dinero era tan escaso que comer y vestir era un problema pero ahora no sobra pero disfrutan de todo y casi la mayor parte de los días están de fiesta… ¿Se les puede pedir que sean felices con la sencillez?

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