Colaboración de Paco Pérez
José Antonio
Pagola
escribió: [Cada parábola es una invitación
apremiante a pasar de un mundo viejo, convencional y sin apenas horizonte a un
“país nuevo” lleno de vida, que Jesús está ya experimentando y que Él llama “Reino de Dios”.].
Es
bueno recordar que Jesús era hombre,
sin olvidar que también era Hijo de Dios,
y por eso tenía un perfecto conocimiento sobre el Reino. La misión que trajo no fue sencilla, hacer comprender a los
hombres que el Reino comienza aquí. Él tenía que mostrarle al pueblo el camino
que debía seguir aquí para empezar a sentar con su comportamiento las bases de
convivencia con los otros hermanos para poder ir, al final de su etapa terrenal,
al lugar de donde Él venía y al que volvería cuando cumpliera su misión
salvadora… ¿Queremos seguir ese camino?
Si
leemos la Biblia con detenimiento y
nos fijamos en los detalles de sus textos entonces descubriremos que Jesús tenía un método muy bueno para
comunicarles sus mensajes y hacerse así más entendible… ¡Ponerse a la altura del pueblo llano!
Los
escribas y los sacerdotes lo hacían con un estilo no adecuado para convencer a
los mismos campesinos.
En
ese estilo original incluía imágenes, metáforas, comparaciones y parábolas, éstas últimas gustaban mucho
a las gentes porque con ellas entendían muy bien lo que quería decirles. Los
temas que trataba en sus relatos estaban inspirados en los trabajos diarios que
ellos hacían como pastores, pescadores, campesinos en las viñas y sembrados... Con
estos elementos y procedimientos intentaba despertarles sus conciencias, enseñarles
que en las cosas cotidianas y sencillas de la vida también podían encontrar a Dios y, sobre todo, para ayudarles a iniciarse
en las labores del Reino de Dios.
Leamos
el texto de Isaías 55, 10-11:
[Así dice el
Señor:
Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de
empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al
sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no
volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.].
El
profeta transmite al pueblo cautivo cómo actúa Dios con los hombres en la divulgación de la Palabra y, para que sea más entendible su mensaje, utilizó una comparación
con lo que en nuestros días entendemos como el “Ciclo del Agua”. Ésta flota y no la vemos, cae, irriga la tierra y
hace que las semillas esparcidas y enterradas germinen, nazcan, se desarrollen
y den sus frutos. Todos sabemos que este proceso tiene varias etapas que no se
interrumpen porque es una acción permanente y que por ella una parte retorna al
lugar de donde bajó. Así es como se mantiene el equilibrio hidrológico.
Dios envía a los
hombres la Palabra para que éstos la
reciban, la interioricen, vean en ella la VERDAD,
se pongan a su servicio mediante la práctica, cumplan el deseo del Padre y, al final de su misión, viajen hasta
Él en la etapa final del Reino.
El
agua puede caer pero si el hombre no pone semillas en la tierra, ella, por sí
misma, no logrará que haya cosecha.
Con
el Reino ocurre igual: Dios nos regala la vida, nos envía a su
Hijo para que nos lo muestre en
formato humano entendible y nosotros nos empeñamos en no querer recibirle. Con
esta actitud estamos haciendo como el agricultor que esparciera la semilla a
tiempo y después se empeñara en que no le cayera el agua. Como es lógico a los
frutos evangelizadores les ocurre igual, no se recogerán si no nos mostramos
obedientes y comprometidos con la labor de trabajar para extender el Reino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario