Colaboración de Paco Pérez
Capítulo VII
El
contenido de este capítulo también salió del recuerdo de Paqui, su hija. Le fue transmitido cuando, viviendo ya en Barcelona, se reunían en casa de sus padres con otros mayores de la
familia, recordaban Villargordo y ya
viajaban a los dulces años vividos aquí durante la niñez o con menos edad. Ella
era entonces una niña pero, como ocurría en esa etapa, los relatos de las
vivencias de los mayores se escuchaban con atención y ya no se olvidaban
jamás.
EL GATO
Quienes viven la vida con naturalidad, sin más preocupaciones serias que salir
adelante, sin los agobios que la modernidad nos impone y sin los engaños de todo
tipo que ahora tenemos que sortear a diario para no tropezar pues considero que es razón suficiente para que las
personas de aquellos tiempos tuvieran la mente lúcida, bastante tiempo y el ingenio
suficiente para poder crear situaciones normales que unos minutos después
desembocaban en escenas cómicas que, de haber sido grabadas por las cámaras, hoy hubieran hecho las delicias de los espectadores.
Otro
aspecto que no debemos pasar por alto es que las familias solían vivir cerca o
en la misma vivienda y, de no ser así, la escena que vivió el señor Francisco con su tía Teresa y su madre no hubiera podido escenificarse mejor.
Cuando protagonizó esta historia él tenía diez años y ocurrió porque con frecuencia, como era normal entonces, iba y venía desde la casa paterna a la de su tía o viceversa. La mañana estaba bien avanzada, él salió de su casa para entrar en la de Teresa y, como entonces había en el pueblo la sana costumbre de abrir las puertas de las casas al amanecer y cerrarlas para acostarse, pues él entró hasta la cocina y en ella encontró a su tía cocinando. Al llegar, ella estaba con la paleta meneando carne en una sartén; comenzó a oler como un gato y le dijo:
- ¡Chaaacha, que bien huele!
Ella
quiso probar su buen gusto y le preguntó:
-
¿Quieres probarla?
-
¡Claro que sí, tengo ya mucha hambre?
Cogió
con la paleta una tajada, se la echó en un plato pequeño y le recomendó que
esperara unos minutos hasta que se enfriara pues podía quemarse. Cuando Francisco se la comió ella le
preguntó:
- ¿Cómo
está?
Él le
respondió al instante:
- Esta
muy buena… ¿Es de conejo?
Ella se
hizo la sorda y no le dijo nada pero, como él insistió, ya sí tuvo que
responderle:
- No sé
de qué es porque el chacho ha traído el animal y, después de matarlo, le ha
quitado la piel… Sal al corral, ahí está, mírala bien y sabrás de qué animal
es.
Salió
y, cuando regresó, le dijo:
- ¡Chaaacha, es de gaaato!
- ¿Estaba buena la carne? – le preguntó ella.
- ¡Sííííí!
– Niño,
eso es lo importante. Bueno… ¿Quieres
que te ponga un plato o no?
Él se
mostró encantado y, cuando acabó, su tía le dijo:
- Francisco, ya has comprobado que está
muy buena y que no pasa nada si la comes pero tu mama no quiere comerla. Ahora
yo te voy a preparar un plato, tú se lo vas a llevar, le hablas de que has estado
aquí comiendo carne de los conejos que el chacho ha matado en el campo y que te he dado un plato para ella.
–
Chacha… ¿Después de dárselo qué hago?
– Tú te
quedas por allí cerca y, cuando termine, le dices que es de gato. Luego me
cuentas mañana cómo quedó la historia.
Él
cumplió las recomendaciones de Teresa y una vez que acabó su madre de comer le
dijo:
- ¡Miaaauuu, miaaauuu…!
Su
madre comprendió de inmediato el mensaje y Francisco
no pudo imitar por tercera vez al gato… ¿Por qué?
Porque ella le quitó la voz al altavoz con un bofetón y lo apagó totalmente dándole en el culete unos cuantos zurriagazos con la zapatilla de suela de goma que usaban entonces las señoras.
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