Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
EL MAL OLOR
Si
viajamos hasta nuestro pasado reciente volveremos a saborear las vivencias de cuando
éramos niños. Éstas, como es lógico, no podrán tener el mismo paladar porque en
aquellos años las dificultades estaban en todas las familias y por su culpa no
teníamos en las casas las comodidades necesarias que nos ayudaran a mitigar los
rigores del calor veraniego. Por esa razón no conocíamos los ventiladores y yo
diría que ni habíamos oído hablar del aire acondicionado, circunstancias por
las que durante el día y las calurosas noches del verano un buen cartón o un
abanico daban a los vecinos unas prestaciones magníficas para refrescar los
cuerpos sudorosos.
Como el ingenio siempre está presente entre las personas la solución natural que entonces aplicaban al problema era sencillo pues, además
de los ya reseñados, por la noche se salía el vecindario a la calle y lo hacían
acompañados de una silla y de un buen botijo poroso de Bailén; esperaban sentados
que se avanzara la noche para que se levantara un poco de aire y los refrescara
y, mientras les llegaba ese regalo, le daban con la lengua la vuelta a los
acontecimientos de más actualidad del pueblo.
Los
hechos que hoy vamos a recordar también los vivió Josefita Párraga
Guijarro en la calle La
Libertad pero hay algunas diferencias con relación a los anteriores. Cuando
ocurrieron los anteriores ella estaba soltera, vivía en la casa de sus padres y
se reunía con las vecinas que estaban próximas al domicilio paterno. Hay unos
cambios entre los hechos de antes y los de ahora porque como transcurrieron
unos años entre ambas etapas pues en esta ocasión ella ya estaba casada con Juan Francisco García Moreno, conocido popularmente como “Millán” o “Carrucha” (ya
fallecido). También, por este cambio de estado ella vivía en otro domicilio de
la misma calle, antes lo tenía en la parte final de ella y ahora en el centro,
y, como es lógico, a tener otro vecindario el fresco lo tomaba con otras
personas.
A
pesar de estos cambios las costumbres de las nuevas vecinas eran las mismas y una
noche, estando de tertulia algunas en la puerta de Josefa “La de Villa Conchita” (ya fallecida) y, sin venir a cuento,
una de ellas exclamó:
-
¡¡¡Ufff, qué olor más raro ha entrado
por aquí!!!
Nadie
le respondió y siguieron hablando del mismo tema.
La
señora, como debía de tener un olfato más refinado que las otras, al comprobar que
ninguna le contestó pues ella volvió a repetir la misma expresión y, en esta
segunda vez, con las tintas más cargadas:
-
¡¡¡Ufff, qué olor más raro ha vuelto a entrar
por aquí!!! ¿Vosotras estáis
muertas, no oléis nada?
Como
el olor no se iba, según ella, pues insistió mucho con sus voces y preguntas.
Insistió
tanto y con tan poca delicadeza que Luisa
Guijarro, la esposa de Francisco
Guijarro “Pepino” (ya fallecido), rompió el silencio y le contestó:
-
La verdad es que yo no huelo pero, para este tema del “mal olor”, en Villargordo
tenemos un refrán muy viejo que viene para tu insistencia bastante bien.
La
señora del olfato fino quiso saber el contenido del mismo y le dijo:
-
Cuéntalo y ya lo conocemos.
Luisa, que ya
estaba lanzada, continuó:
-
Por qué no lo voy a contar si en la época de mi abuela ya se conocía y ella fue
la que me lo enseñó. Pues prestad bastante atención y no lo olvidéis… ¡¡¡El que huele debajo lo tiene!!!
La
señora hizo gestos raros de asombro y le preguntó a Luisa.
-
¿Qué me quieres decir con eso?
–
Nada, no iba para ti ni para nadie más de las que aquí estamos –le respondió.
–
Aclárate mejor entonces.
-
¡¡¡Cómo no vas a oler mal si hoy todavía
no me he lavado el “bilbaíno” y tampoco me he cambiado de “bragas”!!!
Después
de dar Luisa esa respuesta, todas
comenzaron a reír dando grandes carcajadas. Al serenarse de nuevo el ambiente
otra vecina saltó al ruedo con gran habilidad, se llevó la atención de las
reunidas hacia ella, el tema anterior quedó zanjado y la tertulia continuó como
si nada hubiera ocurrido.
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