Colaboración de José Martínez Ramírez
Se
juraron amor eterno
y,
mientras ardían en llamas,
se
curaron sus heridas.
¡Qué
lejos queda aquel invierno,
qué
lejos, mi viaje a Sevilla!
En
el parque de María Luisa
dormía
un libro en el infierno
de
mis manos, un libro
de
César González-Ruano.
No
me acordaba de cómo duele
un
portazo en las narices.
Quién
me diría a mí
que
esa noche, el relente
y
este desecho, iban a dormir
en
el Alfonso XIII.
Era
mayor para mí
y
de las palomas blancas… ¿Qué decir?
¡Qué
bonito era su vuelo!
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