Colaboración de Paco Pérez
Jesús, por ser quien
era, conocía muy bien a las personas pero también era hombre y necesitaba
evaluar el fruto que había cosechado con su siembra del Reino. Aplicando la razón, quienes lo habían presenciado y
escuchado todo era los discípulos y, por lógica, ellos deberían responder de
manera correcta a esta pregunta que les planteó:
[¿Quién dice
la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
- Unos, Juan Bautista; otros, Elías;
y otros, uno de los profetas.].
Como
hombre, esta respuesta lo desmoralizó pues con ella comprobó que sus enseñanzas
no habían sido comprendidas y por esa razón tuvo que empezar con ellos una
nueva fase de enseñanza. Las palabras que empleó fueron un anticipo de lo que
le ocurriría a Él un tiempo después
y éstas le causaron tanta impresión a Pedro
que le reprochó lo que decía pues consideró que era imposible que le ocurriera eso
al Mesías.
La
respuesta de Pedro fue fruto de la
lógica humana y por eso, aunque él sabía quién era Jesús, todavía no había comprendido la dimensión real de la misión
que el Padre había encomendado a Jesús. Pedro lo veía como el Mesías
anunciado por los profetas pero lo veía como el liberador de la opresión de los
invasores romanos y no lo había entendido como el Salvador que nos liberaría de las miserias que nos atan a lo
terrenal para llevarnos al Reino.
Una
vez más se prueba, con este texto, que Jesús
comprobó que ni los que estaban a diario tan cerca de Él habían comprendido la “verdad
de su venida” y por eso, mostrándose
como verdadero hombre, se dejó llevar por la impulsividad espontánea que a
veces tenemos los humanos cuando increpamos con energía a quienes nos comunican
algo inadecuado o irreal, eso hizo Él
con Pedro.
Quienes
escuchan al Señor suelen comportarse
de manera inusual, es decir, no responden a las ofensas que les hacen de manera
intencionada otras personas. Isaías enseñó
al pueblo de Dios el mensaje que Jesús nos mostró, de manera práctica,
después.
Para
responder así a las ofensas es necesario que estemos muy convencidos de que el Padre está siempre con nosotros para
ayudarnos. Si llegamos a este convencimiento no temeremos a quienes siempre
están al acecho de quienes buscan al Señor
y trabajan por Él.
Para
que estos planteamientos puedan ser puestos en marcha por los hombres será
necesario que la FE esté instalada
en sus vidas de manera correcta pero la realidad es bien distinta… ¿Por qué pino así?
Porque
los hombres hablamos de la FE con una
ligereza grande pues cuando hablamos de ella lo hacemos como si tratara de un
producto que se compra en el supermercado, lo hacemos en términos de cantidad. Lo
digo porque quienes entran en ese terreno se manifiestan convencidos de que
tienen mucha, afirman que se siente empujados por esa cantidad y luego, cuando
tienen que demostrar lo afirmado, se comportan con un perfil normal o bajo si tienen
que dar la cara en temas de práctica familiar o social.
Para
mejorar este tema debemos interiorizar que con la FE ocurre como con las plantas:
[Primero tenemos que esparcir en nuestra
conciencia las semillas que nos regaló Dios, luego cuidarlas y finalmente recolectar
la cosecha para que nos ayude a nosotros y a los demás.].
¿Limitarnos a proclamar que la tenemos es el
camino?
Jesús nos lo enseñó:
[Una FE sin obras es una FE muerta.].
Debemos
convencernos de que nuestras obras en
favor de quienes nos necesitan es el camino y que limitarnos a decir que
tenemos mucha fe porque participamos en los actos tradicionales que con tanta relevancia y ostentación se
celebran en nuestros días son acciones
rutinarias que sólo nos comprometen a acompañar una vez cada año.
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