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viernes, 28 de diciembre de 2018

LA NAVIDAD


Colaboración de Paco Pérez
RECUERDOS Y REALIDAD
Cuando era un niño la NAVIDAD se vivía de manera diferente en la FAMILIA, en el TEMPLO y en la CALLE.
En la FAMILIA la preparación comenzaba, por tradición y sin buscarle una justificación o motivo religioso, en los primeros días de diciembre pues en esas fechas era el mejor momento para hacer la “matanza de los cerdos” que con tanto esmero habían estado cuidando las familias durante meses y que habían sido cebados con los procedimientos naturales de entonces. Se hacían en estas fechas porque el frío era más intenso, favorecía la conservación de los productos que obtenían y porque así llenaban la despensa con los chorizos, morcillas, butifarras, lomo y costillas en adobo, tocinos… ¡¡¡Menudos manjares llevaban a la aceituna en sus capachas de esparto!!!

Estas maniobras culinarias tenían que estar concluidas antes de que arrancara la recolección de la aceituna. Para realizarlas algunas familias no tenían que buscar ayuda porque había entre ellos personas expertas pero otras sí necesitaban de la ayuda de algunas personas que tenían una ciertas habilidades para realizar estas labores: El “matarife” y la “matancera”.
El proceso comenzaba cuando estos señores, especializados en el arte de matar y descuartizar a los cerdos, llegaban a las casas con el instrumental. Las familias ya habían preparado con antelación todo lo necesario y le ayudaban sujetando al animal; yo tenía el encargo de moverle el rabo al cerdo, lo hacía porque me decían que así daba toda la sangre, me esmeraba en hacerlo bien y ellos se reían viéndome; cuando el animal moría lo metían en el “gamellón”, una bañera rectangular de madera, para pelarlo con el procedimiento de echarle agua muy caliente y raspándolo después con una pieza metálica que los dejaba limpios; los colgaban metiéndoles entre los nervios de las patas traseras el “camal”, una pieza de madera arqueada y dentada; al animal le tomaban unas muestras; se las llevaban al “veterinario” para que las analizara y los dejaban esa noche colgados para que les diera el frío de la noche.
La “matancera” era la encargada, con la ayuda de las mujeres y la zagalería, de preparar los aliños y los demás colaboraban con ella pelando los ajos y las cebollas, mientras lo hacían los ojos echaban lágrimas para todo el año; al acabar las cocían en una caldera y a continuación, cuando estaban en su punto, las echaban en canastas para que escurrieran bien el agua, para hacer presión le ponían encima una tabla y piedras.
Al día siguiente, cuando el veterinario confirmaba que el animal estaba sano, lo descuartizaban en una mesa fuerte y las personas comenzaban a distribuirse las responsabilidades… ¡¡¡Los peques mirábamos embobados y éramos muy felices haciendo estas cosas tan sencillas!!!
Normalmente, como se mataban varios cerdos, los mayores guardaban a los peques las “vejigas urinarias” porque con ellas, un “carrizo”, una “maceta” o una “lata” y “papeles de seda” de diferentes colores les preparaban las típicas “zambombas” caseras… ¡¡¡Qué bonitas quedaban una vez adornadas y sonaban de maravilla!!!
Las “panderetas” también eran caseras y las hacían los niños. Primero iban por los bares para juntar “chapas” de las cervezas, las aplanchetaban con piedras y les hacían con una punta gruesa un agujero en el centro; buscaban dos “listones de madera” rectangulares y, con puntas más finas, clavaban en uno de sus lomos grupos de “chapas” con igual cantidad y, con una navaja bien afilada, le hacían las empuñaduras en uno de sus extremos y los “dientes” en el lomo contrario a las “chapas”.
Una vez concluidas estas labores se guardaban bien porque si se estropeaban ya no había otras posibilidades y al mercado no se podía acudir porque no ofrecía mucho género y, sobre todo, porque no había medios económicos.
Estas simplezas le hacían a los niños saber valorar las cosas y a no estropearlas, hasta el punto de que algunos las guardaban durante años.
En nuestros días, hablar a los niños y jóvenes sobre la historia de estos instrumentos musicales es un riesgo enorme porque nos exponemos a que se tronchen de risa y tengamos que llevarlos a urgencias o que se burlen de nosotros y nos eleven con su actitud la tensión emocional a niveles peligrosos, en este caso nosotros seríamos quienes tendríamos que visitar al doctor.
Las grasas del animal se derretían en calderos en la lumbre, el caldo resultante se colaba para limpiarle las impurezas, se dejaba enfriar en recipientes y así se obtenía una masa blanca y blanda, la “manteca”. Ésta era usada después por las amas de casa para conservar los embutidos y, unos días antes de Navidad, para elaborar los “mantecados” caseros en los hornos de leña que entonces había en el pueblo… ¡¡¡Esos dulces eran magníficos!!!
En nuestros tiempos ya nada es igual y, como la alimentación de los animales es con piensos, pues el mercado se encarga de ofrecernos algo parecido pero muy alejado de aquellos productos sanos e inolvidables y, sobre todo, de cargarse la tradición. Ha ocurrido sin que nos demos cuenta y sin que nadie lo haya buscado de manera intencionada, quienes han conseguido acabar con todas estas cosas son el consumismo excesivo, la realidad es que aquellos hornos de leña no podrían suministrar a diario lo que la sociedad necesita y la comodidad, ésta ha hecho que las personas no estén dispuestas a pasarse montones de horas en un horno, como se hacía antes, para que le cuezan la masa de los mantecados que se habían tenido que llevar preparada de casa, es más fácil visitar un “hipermercado” con el coche, echar en el carro de la compra lo necesario, acabar la compra de los mantecados en unos minutos y pagar con la tarjeta de crédito. Por la misma razón son pocas las “zambombas” y “panderetas” que se escuchan en estos días por las calles y, si se ven algunas personas con ellas, es porque son de fábrica y las llevan personas muy pequeñas que van o vienen de las actividades organizadas en el “cole” para el fin del trimestre o en la catequesis de la parroquia… ¡¡¡Qué pena!!!
El domingo pasado, en el templo, el “coro parroquial” cantó los “villancicos” en el “coro” y así recuperó éste la función que tiene encomendada. Lo que me supo mal, por ser esas fechas y el tipo de canciones, es que el instrumento principal que tenían de acompañamiento fuera una guitarra… ¡¡¡Qué pena me dio el comprobar que las “zambombas” y “panderetas” no lo fueran!!!
Una mañana fui al templo para rezar y para fotografiar el “belén” de este año. Mientras lo hacía recordé aquellos belenes que, cuando era un niño, se montaban en la capilla de las “Ánimas”. En ellos ponían los elementos típicos que recordaban las escenas que se relatan en la Biblia sobre el hecho que motiva esta celebración… ¡¡¡El nacimiento de Jesús!!!
Recuerdo que eran figuras pequeñas, supongo que ese hecho se debía a que eran tiempos de penuria económica, pero el conjunto resultaba bonito e incluso le ponían corrientes de agua, simuladas con cristales, y algunos elementos vegetales que los niños traíamos del campo. Ahora todo ha cambiado pues se le ponen platos de cerámica, macetas con las flores de Navidad, planchas, cantareras, mesas de nuestros días… En fin, que nada es igual.
Veamos el “Belén parroquial” que hay en estos días en nuestra parroquía:

Otro hecho real es la evidencia de que se está perdiendo el “sentido religioso” que tienen estas “Fiestas de Navidad”, en las casas y en las calles.
Antes se recordaba mucho lo que ocurrió en Belén, la presencia de los abuelos en las casas contribuía a ello, pero como los abuelos ya no están con los hijos y nietos sino solos en casa o con una señora de acompañante o internados en una “residencia geriátrica”… ¿Quién nos cuenta ahora dónde, cómo y por qué nació Jesús?
Nadie y por eso las “reuniones de familia” de ahora no sirven para profundizar en el “MISTERIO” sino que las hemos convertido en un acto gastronómico cargado de rutina y en él que, una vez al año, nos sentamos alrededor de la mesa para hablar de lo cotidiano y para comer y beber lo habitual de estas fechas. Unas horas después de empezar todo está consumido, los padres entregan a su descendencia los regalos tradicionales, se dan los besos y abrazos de rigor, se despiden, se montan en sus vehículos de nuevo y retornan a casa.
Antiguamente se cantaban en casa, después de la cena, los típicos “villancicos”, se comían los riquísimos mantecados y se bebía “anís”. Cuando se ponían agustico, ya de madrugada, se lanzaban a la calle para visitar a otros familiares y pedirles el “aguinaldo”. En estos paseos, el silencio de la noche era perturbado con los típicos sonidos que emitían de manera cansina y repetida con el almirez, las zambombas, el rasgueo de un objeto metálico sobre la botella de anís de “El Mono”… ¿Que levante la mano quien escuchó este año, en Nochebuena, algo parecido?
Yo, lo único que escuché fueron las explosiones de los petardos tan tremendos que quemaron en mi barrio, tanto que le hacían temblar a los cristales.
Creo que se debe meditar sobre esta realidad, buscar las razones del porqué estamos así dos milenios después de su nacimiento y tomar las medidas correctoras correctas.












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