Colaboración de Paco Pérez
RECUERDOS
Y REALIDAD
Cuando
era un niño la NAVIDAD se vivía de
manera diferente en la FAMILIA, en
el TEMPLO y en la CALLE.
En
la FAMILIA la preparación comenzaba,
por tradición y sin buscarle una justificación o motivo religioso, en los primeros días de diciembre pues en
esas fechas era el mejor momento para hacer la “matanza de los cerdos” que
con tanto esmero habían estado cuidando las familias durante meses y que habían
sido cebados con los procedimientos naturales de entonces. Se hacían en estas
fechas porque el frío era más intenso, favorecía la conservación de los
productos que obtenían y porque así llenaban la despensa con los chorizos, morcillas, butifarras, lomo y costillas en adobo, tocinos… ¡¡¡Menudos manjares llevaban a la aceituna en
sus capachas de esparto!!!
Estas
maniobras culinarias tenían que estar concluidas antes de que arrancara la
recolección de la aceituna. Para realizarlas algunas familias no tenían que
buscar ayuda porque había entre ellos personas expertas pero otras sí
necesitaban de la ayuda de algunas personas que tenían una ciertas habilidades
para realizar estas labores: El “matarife”
y la “matancera”.
El
proceso comenzaba cuando estos señores, especializados en el arte de matar y
descuartizar a los cerdos, llegaban a las casas con el instrumental. Las
familias ya habían preparado con antelación todo lo necesario y le ayudaban sujetando
al animal; yo tenía el encargo de moverle el rabo al cerdo, lo hacía porque me decían
que así daba toda la sangre, me esmeraba en hacerlo bien y ellos se reían
viéndome; cuando el animal moría lo metían en el “gamellón”, una bañera rectangular de madera, para pelarlo con el
procedimiento de echarle agua muy caliente y raspándolo después con una pieza
metálica que los dejaba limpios; los colgaban metiéndoles entre los nervios de
las patas traseras el “camal”, una
pieza de madera arqueada y dentada; al animal le tomaban unas muestras; se las
llevaban al “veterinario” para que las
analizara y los dejaban esa noche colgados para que les diera el frío de la
noche.
La
“matancera” era la encargada, con la ayuda de las mujeres y la zagalería, de preparar los aliños y
los demás colaboraban con ella pelando los ajos y las cebollas, mientras lo
hacían los ojos echaban lágrimas para todo el año; al acabar las cocían en una
caldera y a continuación, cuando estaban en su punto, las echaban en canastas
para que escurrieran bien el agua, para hacer presión le ponían encima una
tabla y piedras.
Al
día siguiente, cuando el veterinario confirmaba que el animal estaba sano, lo
descuartizaban en una mesa fuerte y las personas comenzaban a distribuirse las
responsabilidades… ¡¡¡Los peques
mirábamos embobados y éramos muy
felices haciendo estas cosas tan sencillas!!!
Normalmente,
como se mataban varios cerdos, los mayores guardaban a los peques las “vejigas urinarias” porque con ellas, un
“carrizo”, una “maceta” o una “lata” y “papeles de seda” de diferentes colores
les preparaban las típicas “zambombas”
caseras… ¡¡¡Qué bonitas quedaban una vez
adornadas y sonaban de maravilla!!!
Las
“panderetas” también eran caseras y las
hacían los niños. Primero iban por los bares para juntar “chapas” de las cervezas, las aplanchetaban
con piedras y les hacían con una punta gruesa un agujero en el centro; buscaban
dos “listones de madera”
rectangulares y, con puntas más finas, clavaban en uno de sus lomos grupos de “chapas” con igual cantidad y, con una
navaja bien afilada, le hacían las empuñaduras en uno de sus extremos y los “dientes” en el lomo contrario a las “chapas”.
Una
vez concluidas estas labores se guardaban bien porque si se estropeaban ya no
había otras posibilidades y al mercado no se podía acudir porque no ofrecía
mucho género y, sobre todo, porque no había medios económicos.
Estas
simplezas le hacían a los niños saber valorar las cosas y a no estropearlas,
hasta el punto de que algunos las guardaban durante años.
En
nuestros días, hablar a los niños y jóvenes sobre la historia de estos
instrumentos musicales es un riesgo enorme porque nos exponemos a que se
tronchen de risa y tengamos que llevarlos a urgencias o que se burlen de
nosotros y nos eleven con su actitud la tensión emocional a niveles peligrosos,
en este caso nosotros seríamos quienes tendríamos que visitar al doctor.
Las
grasas del animal se derretían en calderos en la lumbre, el caldo resultante se
colaba para limpiarle las impurezas, se dejaba enfriar en recipientes y así se
obtenía una masa blanca y blanda, la “manteca”.
Ésta era usada después por las amas de casa para conservar los embutidos y,
unos días antes de Navidad, para
elaborar los “mantecados” caseros en
los hornos de leña que entonces había en el pueblo… ¡¡¡Esos dulces eran magníficos!!!
En
nuestros tiempos ya nada es igual y, como la alimentación de los animales es
con piensos, pues el mercado se encarga de ofrecernos algo parecido pero muy
alejado de aquellos productos sanos e inolvidables y, sobre todo, de cargarse
la tradición. Ha ocurrido sin que nos demos cuenta y sin que nadie lo haya
buscado de manera intencionada, quienes han conseguido acabar con todas estas
cosas son el consumismo excesivo, la
realidad es que aquellos hornos de leña no podrían suministrar a diario lo que
la sociedad necesita y la comodidad,
ésta ha hecho que las personas no estén dispuestas a pasarse montones de horas
en un horno, como se hacía antes, para que le cuezan la masa de los mantecados que
se habían tenido que llevar preparada de casa, es más fácil visitar un
“hipermercado” con el coche, echar en el carro de la compra lo necesario, acabar
la compra de los mantecados en unos minutos y pagar con la tarjeta de crédito. Por
la misma razón son pocas las “zambombas”
y “panderetas” que se escuchan en
estos días por las calles y, si se ven algunas personas con ellas, es porque
son de fábrica y las llevan personas muy pequeñas que van o vienen de las actividades
organizadas en el “cole” para el fin
del trimestre o en la catequesis de la parroquia… ¡¡¡Qué pena!!!
El
domingo pasado, en el templo, el “coro
parroquial” cantó los “villancicos” en el “coro” y así recuperó éste la función
que tiene encomendada. Lo que me supo mal, por ser esas fechas y el tipo de
canciones, es que el instrumento principal que tenían de acompañamiento fuera
una guitarra… ¡¡¡Qué pena me dio el comprobar que las “zambombas” y “panderetas” no
lo fueran!!!
Una
mañana fui al templo para rezar y para fotografiar el “belén” de este año. Mientras lo hacía recordé aquellos belenes que,
cuando era un niño, se montaban en la capilla de las “Ánimas”. En ellos ponían los elementos típicos que recordaban las
escenas que se relatan en la Biblia
sobre el hecho que motiva esta celebración… ¡¡¡El nacimiento de Jesús!!!
Recuerdo
que eran figuras pequeñas, supongo que ese hecho se debía a que eran tiempos de
penuria económica, pero el conjunto resultaba bonito e incluso le ponían
corrientes de agua, simuladas con cristales, y algunos elementos vegetales que
los niños traíamos del campo. Ahora todo ha cambiado pues se le ponen platos de
cerámica, macetas con las flores de Navidad, planchas, cantareras, mesas de
nuestros días… En fin, que nada es igual.
Veamos
el “Belén parroquial” que hay en
estos días en nuestra parroquía:
Otro
hecho real es la evidencia de que se está perdiendo el “sentido religioso” que tienen estas “Fiestas de Navidad”, en las casas
y en las calles.
Antes
se recordaba mucho lo que ocurrió en Belén,
la presencia de los abuelos en las casas contribuía a ello, pero como los
abuelos ya no están con los hijos y nietos sino solos en casa o con una señora
de acompañante o internados en una “residencia
geriátrica”… ¿Quién nos cuenta ahora dónde, cómo y por qué nació Jesús?
Nadie
y por eso las “reuniones de familia”
de ahora no sirven para profundizar en el “MISTERIO”
sino que las hemos convertido en un acto gastronómico cargado de rutina y en él
que, una vez al año, nos sentamos alrededor de la mesa para hablar de lo cotidiano y para comer y beber lo habitual de estas fechas. Unas horas después de empezar todo
está consumido, los padres entregan a su descendencia los regalos tradicionales,
se dan los besos y abrazos de rigor, se despiden, se montan en sus vehículos de
nuevo y retornan a casa.
Antiguamente
se cantaban en casa, después de la cena, los típicos “villancicos”, se comían los riquísimos mantecados y se bebía “anís”. Cuando se ponían agustico, ya de
madrugada, se lanzaban a la calle para visitar a otros familiares y pedirles el
“aguinaldo”. En estos paseos, el
silencio de la noche era perturbado con los típicos sonidos que emitían de
manera cansina y repetida con el almirez, las zambombas, el rasgueo de un
objeto metálico sobre la botella de anís de “El Mono”… ¿Que levante la
mano quien escuchó este año, en Nochebuena, algo parecido?
Yo,
lo único que escuché fueron las explosiones de los petardos tan tremendos que quemaron
en mi barrio, tanto que le hacían temblar a los cristales.
Creo
que se debe meditar sobre esta realidad, buscar las razones del porqué estamos
así dos milenios después de su nacimiento y tomar las medidas correctoras
correctas.
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