Colaboración de Paco Pérez
CON JUANA, SU MADRE
Una
tarde, Soledad Moral se acercó hasta la calle Pablo Iglesias para visitar la casa
de sus padres conversaron y antes de marcharse su madre le preguntó:
-
Niña, tengo que subir a Jaén un día
de estos para comprarme unas cosillas que me hacen falta… ¿Tienes tú que subir?
Soledad comprendió
que su madre lo que realmente quería era que la acompañara y para complacerla le
contestó así:
-
Pues sí, también tengo yo que subir… ¿Cuándo quieres que vayamos?
–
El día que a ti te convenga –le contestó su madre.
-
El miércoles vamos.
Así
quedó establecido el acuerdo y ese día, por la mañana temprano, se montaron en
el autobús y se marcharon a Jaén.
Durante
el viaje hablaron de las compras que iban a realizar y de las tiendas que
visitarían cuando llegaran. Salieron de la “Estación de autobuses” y como Juana
era una señora metida en años pues caminaban despacio pero esa no era la única razón
sino que había otra y de más peso, por cada escaparate que pasaban tenían que
hacer el ritual lógico, mirar con precisión de cirujano lo que exponían detrás
de la cristalera para ver si había lo que buscaban y si los precios eran una
ganga o no. Todos sabemos que esta forma de comprar es habitual en las mujeres
pues prefieren ver primero todos los escaparates por si hay algo en ellos que
les llame la atención y, si no ven nada interesante, pues pasan de largo al de otra
tienda.
En
una de esas paradas Juana miraba una
y otra vez lo que había en el interior del escaparate, observó algo que a ella
le llamó mucho la atención y, por esa razón, le dijo a su hija:
-
Soledad… ¿Te has dado cuenta de lo
bien que hacen ahora las cosas?
-
¿A qué te refieres mama?
–
A ese muñeco que hay vestido ahí.
-
¿Dónde está? – le pregunto su hija.
–
En el escaparate… ¿No lo ves? ¡Parece un hombre de verdad!
Soledad no observó
nada raro porque allí lo que había era un hombre montando el resto del
escaparate. Parece ser que el escaparatista
escuchó lo que decía Juana a su hija
y entonces se quedó inmóvil. Cuando observó que Soledad miraba lo que había y Juana
seguía pendiente de él aprovechó el momento para saludarla:
-
¡Holaaa, buenos días!
Juana, que estaba
convencida de que era un maniquí, como no esperaba el saludo se asustó,
dio un salto y salió corriendo como una joven.
CON UNA DE SUS HIJAS
En
otra ocasión, pasaron bastantes años desde el viaje que hizo con su madre a
Jaén, Soledad iba acompañada en esta
ocasión por una de sus hijas, el motivo era el mismo y la diferencia que había
entre ambos estaba en que antes no había tanto bullicio por las calles y ahora
parecían hormigueros pues las personas caminaban con prisa, cruzándose de un
lado para otro y sin pararse.
En
esta ocasión transitaban por una calle con mucho tráfico, también había en ella
muchas tiendas, iban de una en otra, de escaparate en escaparate y, para no
dejarse ninguna sin visitar, cambiaban de acera repetidas veces. Con este continuo
ir de aquí para allá la cruzaron por un semáforo, muchas personas lo hacían
también en ese momento y una de ellas fue un muchacho que iba hablando con otra
persona por el móvil y éste, al pasar junto a Soledad, le dijo a la persona con la que hablaba por ese medio:
-
¡Hola!
Soledad creyó que el
saludo era para ella y le respondió:
-
¡¡¡Vaya usted con Dios, buen hombre!!!
La
hija se percató de la confusión que había tenido y comenzó a dar carcajadas. Soledad no comprendía por qué se reía
con tanta fuerza su hija y le preguntó una vez que se calmó:
-
¿De qué te ríes tanto?
–
De tíííí.
-
¿Y qué chiste he dicho yo tan gracioso?
-¡Maaama, que ese hombre no te ha dicho a ti
nada!
–
Que te lo crees tú, ese hombre me conoce a mí de lo que sea y por eso me ha
dicho… ¡Hola!
-
¡Maaama, no digas tonterías, ese hombre
iba hablando con otra persona por el móvil!
–
¡Vale, lo que tú digas, pero yo le he
escuchado decir hola al pasar por mi lado y eso va a misa!
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